“No hay ningún viento favorable para
el que no sabe a qué puerto se dirige”.
Arthur Schopenhauer
El sentido crítico puede ser uno de
los valores que mueven a un escritor. Su fuente de creación puede y debe ser
diversa, pero en el conflicto surgen los mejores interrogantes, las tramas más
afiladas, las conclusiones más redondeadas, la improvista problemática. Algunos
escriben para divertir, otros para distenderse, varios para ser olvidados, algunos
para trascender. En todo caso, la escritura se nutre del cuestionamiento, es
difícil que uno aprenda a escribir desde las soluciones, la pluma y el verbo se
perfeccionan desde la problemática. Pero a veces, mirando hacia atrás,
encuentro mi escritura encharcada entre tantos improvistos existenciales, como
perdiendo frescura. Algo en mi interior pide un cambio y de momento, mientras
esté como ofuscado, no logro reorientarme ni reinventarme.
La literatura ha dejado hace tiempo de
ser una novedad. Pero está perdiendo su capacidad de sorprender. Al mismo
tiempo, es más fácil escribir, mostrar, compartir y comerciar una creación
literaria sin necesidad de estructuras o instituciones añejas. Seguramente es
un cambio de paradigma, porque es indudable que se escribe para ser leído, para
subirlo a la nube o a un dispositivo, cediendo parte de esa intimidad creadora
en pos de modelos y técnicas creativas que solo se remitan a lo que se escribe,
pero no a su análisis ni a su contenido. Nos aislamos para interactuar, pero la
lectura no parece ser el mero fin, la crítica no interesa, prima la curiosidad
por no profundizar y sentirte liviano, el conocimiento no es el objetivo, pero
internet está lleno de información. El arte es el escribir, aunque no interese
tanto el asunto ni contenido signifique argumento.
Me han regalado el concepto de
escritor denso. Y en verdad, es el estado que hoy me representa y asfixia. Y es
grato pero preocupante que, entre tanta letra suelta, se me señale como denso.
Si no fuera porque mi personalidad lleva un tiempo que se siente espesa,
aletargada y apelmazada, sería un halago desmedido el haber alcanzado tal
distinción. Pero en este momento que se escribe por distracción no parece ser
una galantería esta concepción de mi identidad. Quizás el arte de escribir lo
siga sintiendo como en parte, desnudarme. Y en ese desvestir no siento erotismo
al descubrir quién me siento ser en estos momentos.
Transito por un pesimismo de mi
inteligencia, pero no me veo desanimado. A veces, me leen con desasosiego y mi
sorpresa es mayúscula, a través de relecturas donde busco confirmar que ese
pesimismo está latente, me releo con temor a encontrarme desmoralizado. Reviso
mis publicaciones y creo comprender que escribo sobre una realidad, la mía,
donde valorizo los fenómenos que elijo para desarrollar y espero seguir esa
desafiante manera de ser distinto, pensando que la realidad no es mala ni
agobiante, que para lo que a algunos el pesimismo es un defecto que pesa sobre
la realidad, para mi es apenas, un supuesto optimismo realista como virtud. Pero
es verdad que, en mi interior, hoy hay conflicto.
Las ideas se recogen de la experiencia
propia, mayoritariamente. Pero no siempre surgen del momento actual, tantas
veces nos adentramos en el pasado para hacerlas presente. Y la experiencia
propia no significa solamente de uno mismo. En mi hábito personal me puedo
nutrir de información cercana, de mi entorno inmediato, de mi círculo aledaño
que me ha marcado o influido, o lo sigue haciendo. Los mitos o estereotipos
adquiridos, la cultura heredada, la educación recibida, los libros o enseñanzas
con las que topamos y la actualidad que nos difunden se debe mezclar en el
interior para gestar ideas. La concepción se debe luego objetivar para que el
lector se pueda representar, haciendo propia la experiencia de lo que está
leyendo, pero nunca distanciándose del escriba.
Nuestra época está marcada por la
explosión mediática y la digitalización generalizada que deja algunas dudas
sobre si hablamos de riqueza o pobreza de la actividad publicada. Mi escritura
pone en juego la pulsión entre la necesidad de agradar para ser reconocido o
darle un sentido a mis actos o pensamientos. Encaro la escritura desde la
observación sin maquillaje, observando el mundo tal como se me presenta. Encaro
este momento personal mío como una crisis anodina de identidad, sabiendo que
escribo sobre la realidad, aunque no me resulte placentero, porque sin mediar
más hipótesis, reconozco que estoy en crisis, viviendo sobre la sombra y
aspirando a no errar en un modelo inadecuado durante un tiempo indefinido.
Depresión es sinónimo de crisis, igual que crac. El pesimista decide ver
negativo lo que depara el futuro, mientras que el realista avisa que describe
una situación y espera las mejores probabilidades, a pesar de la penuria de
tener que advertirlo. Espero que lo denso sea sinónimo de vida, que permita
agilizar el cambio sin perder parte de la esencia ni estilo, para confirmar que,
a pesar de estar en crisis, uno sostiene la libertad de expresar la realidad
para arrimarse un poco más al alba que al ocaso…
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