“Ahora no hay duda de que la búsqueda
incondicional del triunfo personal implica la soledad profunda. Esa soledad del
agua que no se mueve”.
José Saramago.
El fenómeno tecnológico nos quiere
inculcar que formamos parte de un gran grupo humano interconectado entre sí. En
parte es cierto, en parte mueve a dudas. Tantas veces sospechamos que se
transita entre un amontonamiento de seres automatizados que no logran
organizarse sino es por una programación preconcebida. Parece, tantas veces,
que el desarrollo tecnológico apuesta a la interconexión fraternal no para
unir, sino para desunir, para distraer, para distanciar, para estar
desconectado. Mientras tanto, se estudia
como revertir el problema de la soledad extrema a la que se ven afectados una
buena parte de la sociedad, que no logra, no quiere o no puede conectar. Inquietan
los efectos que genera el quedarse solo. En la literatura, por el contrario, la
soledad estimula el acto creativo. Entonces se le teme al escritor, pensante o
filósofo.
Nos unen ideologías que a su vez nos
separan o confrontan. Nos buscamos en asociaciones, partidos o grupos para
explotar afinidades o distinguirnos de otros. Formamos parte de estructuras
para desarrollar nuestras inclinaciones y terminamos confrontando con aquellas
otras estructuras generadas que opositan o no concuerdan con nuestros
propósitos. Seguimos a líderes que suelen ser, con excepciones, personas
solitarias. Nos unimos y terminamos desuniendo. Porque tantas veces, en el
movimiento grupal se termina solo, expulsado, abatido, abandonando o abandonado.
Pero le tememos a los efectos de la soledad del que elige estar, de a ratos o
continuado, solo. Ya sea para observar, pensar, meditar, leer o escribir.
Octavio Paz decía que la soledad es
una manifestación de la identidad, idiosincrasia o estilo de vida, tanto de
individuos o pueblos, caracterizados por los sentimientos de pesimismo o
impotencia, actitudes desconfiadas y huidizas que predominan, tras el impacto
de los acontecimientos históricos que nos rodean y determinan. Pero no siempre
es motivo de un displacer o desengaño, a veces es fruto de una elección. Uno
puede estar solo o querer estar solo. Desde un punto de vista psicológico, la
soledad se puede definir como ausencia, real o percibida, de relaciones
interpersonales satisfactorias que se representan a través de la depresión,
falta de creatividad, añoranza, pesimismo, ansiedad o desocupación. Pero desde
el punto de vista filosófico, la soledad puede ser un factor necesario para
desarrollar la creatividad y estar activo, pensante. Tanto desde un punto de
vista como del otro, la soledad es una sensación intensa, a veces irremediable
como dolencia y otras veces, como punto necesario de partida creativo,
cultural, iniciático o refundacional de los individuos.
Una obra es de por si solitaria,
aunque luego necesite del otro, del espectador o lector. Si bien es un proceso
comunicativo, el que lee u observa participa de esa afirmación silenciosa para
poder interpretar. No es una carga sino una conquista. La soledad puede
evitarse, pero se elige porque es una de las maneras de formar parte de este
mundo. También uno escoge el silencio, otra palabra que escuece a muchos. El silencio
no es tristeza ni abismo, ni una perdida u olvido, tampoco desolación o
autismo. El silencio puede ser un aliado de la mirada, un organizador de
razonamientos, un aval de sabiduría. Tanto silencio como soledad son palabras
que definen algo precario, provisorio o frágil. Pero no tiene que ser siempre una
enfermedad o depresión. Puede ser elementos vitales para la creación.
Existe un problema con la soledad o el
silencio. Pero para algunos, es un mecanismo de defensa ante la competitividad,
explotación o injusticia, situaciones que necesitan previamente de la
comunicación e intercomunicación. Las personas que escogen el silencio o la
soledad, tantas veces lo escogen para proponer o intentar, no siempre una mejor
versión del mundo, sino sencillamente, su versión. El silencio y la soledad
pueden ser situaciones que llegan a nuestras vidas sin previo aviso y
padecemos. Pero también, utilizándolos como espacio de libertad se puede
escoger una soledad o silencio escogido. Se debe estimular el mayor desarrollo
de políticas públicas para combatir la enfermedad o el dolor que la soledad o
el silencio provocan, fomentando un rescate o amparo. Sería bueno reconocer que estos desajustes
suelen provenir de la excesiva comunicación asistida que nos procede, y que los
hombres, en una conmovedora candidez, creen que se genera de forma personal y espontánea.
El silencio o soledad de la creación sigue siendo una elección voluntaria que
enfrenta la tendencia a unificarnos a través del ruido, de la cháchara que no
termina de decir nada, no nos deja en paz ni sosiego. Un pensamiento o
reflexión sigue siendo la experiencia humana más fundamental para la
indagación, siempre será mejor observar con los propios ojos el mundo que nos
conmueve o transforma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario