“Todo hombre se
parece a su dolor”.
André Malraux,
escritor francés.
El ser humano se ha apoyado
milenariamente en la propia naturaleza para enfrentar al dolor. El opio,
alcohol, magnesio, cannabis, insulina, hongos, bacterias, sueros, aceites o
grasas vegetales o la hoja de coca, entre otros, han propiciado ayudar el
problema, pero también generar círculos viciosos o dependencias, como también
afección hepática o problemas renales. El riesgo y beneficio puede valer la
pena, lo que no cambia es que se debe continuar pagando un excesivo peaje para
evitar el sufrimiento. ¿Qué es el dolor? Parece ser algo indescifrable. Tenemos
dolor, lo sufrimos, lo sentimos, tal vez lo aguantamos y aprendemos a convivir,
instalándolo de manera natural en nuestras vidas, con un componente de
sensaciones y de emociones, y sin llegar a descubrir su significado.
Los médicos recetan fármacos o
analgésicos, pero no pueden destinar más de cinco minutos a la consulta y en
ese breve lapso, deberá encasillar un diagnóstico. Resulta más sencillo acudir
con una fractura, quemadura, accidente, post operatorio, herida, que con una
sensación de dolor persistente que no se puede reflejar en un estudio o durante
varias visitas médicas. Prueba y error, tal vez cajón de sastre, donde se
acumulan diversas sensaciones que se desconocen clasificar y que parecen
proceder de la mente, de la imaginación, de la confusión y del desorden. Pero
también del dolor de sentir dolor y que nadie facultado defina la dolencia, que
no encuentre tratamiento, pero al menos suavice el desorden psicológico que
genera un dolor que se torna crónico e inexplicable.
Y los fármacos son potentes, por ende,
los utilizamos todo el tiempo y en toda circunstancia. Como resultan sumamente
efectivos para tratar el dolor agudo, lo aplicamos sin miramiento sobre nuestro
cuerpo en las dolencias que se repiten y repiten en el tiempo, pero no
significa quiten la dolencia, porque aquel dolor que es crónico regresa,
y pierde su carácter concreto. Tantas veces el dolor proviene de la propia raíz
humana y erosiona el estado de ánimo, la regularidad del sueño, relaciones
personales o pensamientos. Este dolor debe ser considerado una enfermedad,
aunque se desconozca su raíz o tratamiento, porque sencillamente parte en dos
la vida de la persona dolorida y ya no recuerda lo que era la normalidad de no
sentir dolor en el día a día. Alivia pasar una enfermedad para recuperar esa
sensación de día normal. El dolor crónico parece no tener fin.
Cuando sobreviene un dolor, se sufre,
pero se espera que sea momentáneo o pasajero. Cuando pasa el tiempo y el dolor
se acostumbra al cuerpo, pero modifica el ánimo, se generaliza un malestar que
dificulta llevar una vida con normalidad. El médico sabe que el dolor se eterniza,
aunque se seda en parte por el acostumbramiento y tan solo sugiere que se
encuentren mecanismos que permitan una mejora de la calidad de vida. Hay
médicos que lo atribuyen a la debilidad de espíritu y a la poca contracción al
dolor, dejando de creer que a su paciente algo le duela de forma sistemática,
donde el paciente además debe luchar por la credibilidad del dolor. Como el
capacitado no sabe que pasa, duda que pase lo que el paciente dice que pase, o
debe aceptar que hay un estatus de enfermedad. Y no hay un solo tipo de
paciente, estará el sosegado y también el catastrofista. En todo caso, saber
que el médico se queda con la sensación de querer ayudar, de intentar algo como
prueba, de dar algunos minutos más en la consulta para hablar, para atender y
quizás entender. Existe un porcentaje elevado de consultas motivados por un
dolor que no define un nombre de enfermedad.
Hay pacientes que esperan palabras y
no pastillas. Pero el tiempo va pasando, el estado anímico decae y acepta ese
analgésico que al menos disimule el ruido eterno de un dolor en el organismo.
Prueban esto o aquello, se abre el diagnostico a otras terapias alternativas,
se busca relajación, masaje, infiltración, cambio de hábitos de higiene y
alimenticios, se recurre a la terapia psicológica, se abren terapias el que
dependan del poder adquisitivo. Prima el concepto de que no tiene sentido el
sufrir sin intentar las opciones que el entorno sugiera. Y el paciente se
aferra, aunque a veces acude por que la sombra de que, si no acude, no se ayuda
pesa y mucho. Llega un momento que el paciente del dolor crónico tiene más
fortaleza que su entorno y lo contiene.
Umbral del dolor, tolerancia al dolor,
resiliencia. Fuerte necesidad de conciencia para comprobar y modificar
influencias sociales o culturales, o perdidas de resistencia. Invisibilidad,
sensación de incomprensión o indiferencia, propia impotencia, depresión,
ansiedad. Búsqueda de pensamientos positivos. Fortaleza ante el cambio de humor
y la disminución de la capacidad de sociabilización. Aprender a lidiar con el
estrés que genera la situación. Entender que el dolor es un desafío. Solo quien
sufre puede llegar a saber qué es lo que siente y tal vez, no encuentre
palabras para definir la dimensión ni las sensaciones que se experimentan.
Aguantar el dolor para no cansar, para pensar que se va a pasar, que se puede
revertir. El dolor no se mide ni se compara, solo existe un dolor fácil de
soportar y es el de los demás…
No hay comentarios:
Publicar un comentario