“Puede que la vida fuese difícil durante un
tiempo, pero aguantaría el tipo, porque vivir en un país extranjero es una de
esas cosas que todo el mundo debería probar al menos una vez. Yo pensaba que
eso te completaba, puliendo los ásperos bordes provincianos y convirtiéndote en
un ciudadano del mundo”.
David Sedaris – Escritor, humorista y comunicador estadounidense.
Su sola referencia le concede a veces carácter
enigmático; todos guardamos memoria de ese personaje atípico en nuestro barrio,
que, de diferente, recibía siempre la calificación de extranjero. No siempre
son extravagantes, no tienen por qué responder a un estereotipo de aspecto excéntrico,
aunque nos acerquemos a él porque nos pica la curiosidad de quizás, conocer
otras maneras de vivir, de pensar, de sentir, de ser, en definitiva de confirmar el tópico o estereotipo del viajero o ciudadano forastero. Lo extraño de ser extranjero
quizás radique, para algunos, en una metáfora de la experiencia antropológica
en donde el hombre se ve arrojado en un mundo que no ha construido.
Por eso habrá gente que no conciba que
alguien se vaya de su tierra, aferrándose al concepto “suelo” como si fuera una
pertenencia o legado indispensable, una señal que defina una curiosa capacidad de
profesar un nacionalismo, una identidad. El extranjero puede que habite una
casa que no sea suya, pero tantas veces se identifica más con el lugar en donde
eligió experimentar un cambio, y de manera más consecuente que aquel que es de
toda la vida, y pregona de ello. En algún momento de nuestro desarrollo, el
hombre se suele preguntar que hace aquí o donde está su lugar. Lo que sucede,
es que a veces el extranjero, ya sea por necesidad o por convicción, se anima a
intentar responder tamaño interrogante. Y tantas veces, al saber tomar
distancia, puede razonar sin tantas interferencias.
No es fácil la calificación de
extranjero, más si lo limitamos a nuestro lugar de residencia. Albert Camus buscó
plasmar en el ensayo universal que denominó casualmente, “El extranjero”, la
idea de incapacidad que trasmiten ciertos mortales, en participar de las
emociones que los demás de su entorno cercano si sienten, viviendo onanistamente
su propia vida con la remarcada indiferencia más absoluta hacia las vidas
cercanas. El libro de Camus nos acerca a la necesaria reflexión de encontrarle
un sentido a la vida, a un “extranjero” de la sociedad, aquel que, con una
permanente sensación de aburrimiento, muestra su insensibilidad y parte de su
inhumana condición. La enorme novela de Camus nos plantea una tendencia que no
detiene, la del hombre indiferente, resignado, solitario, carente de emociones
y valores que nos acerca cada día más al peligroso desconocimiento de no saber
discernir que está bien y que está muy mal. Quizás vinculando el concepto a
Camus, se puedan asociar las raíces de las palabras extranjero, extraño y
extrañar, como si estuvieran aunadas.
Por qué un extranjero suele extrañar
su pasado, su lugar, su gente, su rol. A pesar de cambiar de ámbito por una
meditada decisión, el tránsito no suele ser fácil y tantas veces se puede
sentir una especie de arrepentimiento por la movida generada. Sin perder de
vista que la nostalgia y la ansiedad distorsionan la perspectiva, tantas veces
un extranjero no solo extraña a su familia, sino que muchas veces se extraña a
sí mismo, a aquel que era o le dejaban ser en otros tiempos, en otra tierra, en
otra lengua, en otra cultura. Cuando un extranjero extraña pasa por cambiantes
estados de ánimo, capaz de sentirse orgulloso por esa portación diferencial de
ser considerado distinto, a pasar a sentirse aterrado, indefenso o deprimido por no poder
ser aquel que era, aunque no fuera feliz ni completo en muchos momentos.
Y somos extraños los extranjeros, siendo
la primera vez durante este texto que recuerdo mi condición de foráneo en estas
tierras del País Vasco. Somos extraños porque si bien nosotros mismos sabemos que
estamos experimentando ser otra cosa de lo que éramos, los demás que nos rodean
en nuestro nuevo entorno no disciernen que estamos cambiando y ya, por ser
nuevos nos ven más extraños, de lo que ya nos sentimos. Somos extraños porque
conservamos costumbres o conceptos que no existen en nuestro nuevo territorio,
pero por el milagro de la memoria, mantenemos, necesitamos y respetamos. Somos
extraños porque si bien nos acostumbramos a un nuevo uso horario, en nuestros móviles
mantenemos la hora de nuestro país, para saber en dónde estarán nuestros seres
que eran hasta hace tiempo, además de queridos, cercanos. Somos extraños porque
por más que unos sean más desenvueltos o desprendidos que otros en los
recuerdos y añoranzas, todos sentiremos en determinado momento, que tenemos dos
vidas bien diferenciadas. Somos extraños porque para muchos representamos un
contraste, porque cuando nos ven sufrir no logran comprender porque hemos
escogido este destino. Somos extraños para los demás, pero también para
nosotros mismos. En un lugar y otro somos extraños, en ninguno somos lo que
fuimos, aunque se parezcan.
A veces le reprochan al extranjero esa exposición que
su movida genera, porque muchos sienten cada tanto que el país propio
muchas veces deja de ser el país apropiado, y prosiguen a pesar del desconcierto. Al mismo tiempo, les suelen
reprochar la decisión tomada, seguramente porque la pudieron tomar, eso sí, nadie suele tener en cuenta el resultado, ya que el imaginario colectivo cree que les va bien y lloran o se quejan para disimular lo bien que les va. Quizás por
eso sean extraños, porque una simple decisión, acertada o no, abre la
posibilidad de que cualquiera les juzgue, como si fuera una obligación o necesidad. En
tantos años nunca se me ocurrió juzgar a aquel que me ha dicho más de una vez: “si
pudiera me iría a la mierda”, y no se han ido, pero por esos extraños designios
nos pueden llegar a juzgar por habernos ido de nuestra patria sin hacer ruido
ni juramentando. Terminando de leer la última novela de Cercas, recuerdo una frase que cita a menudo David Trueba: "Yo a mis amigos no les cuento mis penas: ¡Qué les divierta su puta madre!
Tal vez, el hombre es un extranjero
para sí mismo y en su relación con los demás, tal vez es la esencia de la
condición humana. Somos extranjeros de un mundo que nos procede, y al que
habitamos en un momento específico que pasa a ser nuestro, aunque tantas veces
se sienta que la historia ya está escrita por los precedentes, por los condicionantes,
por las ideologías. El mundo no es nuestro, pero el mundo nos necesita para
continuar evolucionando, para poder cambiar cada tanto. No podemos despegarnos
del rastro que nos precede, que nos confirma que otros extraños han pasado
antes y que, de un modo, determinan nuestra vida. Desde este punto de vista filosófico,
estamos condicionados por los extranjeros que forman nuestro entorno y muchos
de ellos responden a un árbol genealógico. Somos fruto de relaciones sin
relaciones, pero que condicionan y mucho.
Con el paso del tiempo, es ideal que
el extranjero se adueñe de “mi” otra parte. Aquí seré el "pibe", allá el "vasco". A la hora de calificar a un extranjero, el primer calificativo que aparecerá será su nacionalidad, con lo positivo o peyorativo que encierre su tópico. La filosofía continuará debatiéndose en esa lucha entre los modelos de
identidad y los modelos de la diferencia. Retornando a Camus y su novela, el
hombre está siendo continuamente creado y las sociedades se están olvidando del
individuo y de un sentido de la pertenencia. El extranjero suele ser
interesante, porque lo distinto debe ser interesante. En el tiempo de la
multiculturalidad, debemos recuperar la pasión por el ser humano, la ilusión,
la esperanza y el sentimiento que rige nuestras vidas. Extranjero, extrañar y
extraño, las mismas raíces para contener las definiciones irracionales y la
filosofía del absurdo, aquella que a veces culpa al extranjero de que uno nunca pueda
llegar a ser el distinto…
No hay comentarios:
Publicar un comentario