Todo el mundo ve lo que aparentas ser, pocos experimentan lo
que realmente eres.
Nicolás Maquiavelo
La balanza estuvo mal nivelada casi
desde el inicio, en los primeros días. De ahí que siempre ha habido
enfrentamientos, divisiones de clases. Tuvimos sociedades de cazadores o
recolectores, sociedades agrarias, sociedades feudales, sociedades
industrializadas y post industrializadas, sociedades esclavistas, sociedades
capitalistas, es decir una variada calificación de colectivos. En todas predominó
el conflicto. Intereses antagónicos e incompatibles que han conducido siempre
al enfrentamiento, al recelo, al sometimiento, al dominio, al desear ser
dominante. En la larga historia de nuestra humanidad, hay una palabra que no
resiste archivo, es decir que siempre se ha visto utilizada por todos los
sectores, para loar o para criticar, para marcar el ideal o el porqué de nunca
llegar. Una palabra que llena la boca, pero una palabra que suena incompleta
porque es difícil que pueda abarcar lo que en verdad dice representar: la
palabra en cuestión es pueblo.
Interpretamos, amamos, soñamos,
hablamos, expresamos, juramos, incitamos, motivamos, y muchos más “amos” en
nombre del pueblo. Casi todos los políticos invocan al pueblo a la hora de las
grandes decisiones de los partidos gobernantes. El pueblo, a veces tarda en
comprender que nunca hay nadie que los represente. Pero la discusión tantas
veces excluye la responsabilidad del pueblo, y es de suponer que el pueblo
tiene parte importante en las gestas frustradas, mal encaradas o incompletas.
Pero esa masa sin número continuará su búsqueda sufrida, y en los grandes
momentos de la historia, rara vez escribirá su responsabilidad por el desastre
de turno. El pueblo tiene esa rara habilidad de ser siempre sufrido y nunca
canalla.
El pueblo siempre será un asunto a
resolver, pero el pueblo alguna vez deberá resolver su incapacidad al tomar pésimas
decisiones. La responsabilidad siempre habrá de ser de los ciudadanos que
ostentan el poder, casi nunca de aquella masa que avala con su silencio, con su
sometimiento, con su masiva presencia o con su ansia de reivindicación,
justicia y visibilidad. En el nombre del pueblo se han situado en el poder
grandes absolutistas como Carlos Luis Napoleón III o Hitler, para no dar tantos
nombres. También han apoyado el ascenso de supuestos buenos hombres, situándolos
por encima de la ley y del estado de derecho. En momentos puntuales y claves de
la historia, las partes se han tenido miedo. Unos y otros se temen y recelan.
El poder que los de siempre ostentan, les han hecho considerarse como los únicos
en condiciones de gobernar. Los que no tienen voz, solo ven en la posibilidad
del voto la oportunidad de ser escuchados. Pero no se ha podido solucionar aún
el conflicto de “demos” (el sujeto colectivo que en democracia le corresponde
el poder de gobernar) y aún en sociedades que transitan alrededor de un uso
ilimitado de la información, no parece reflejarse en un afán de conocimiento en
ascenso, sino en la denuncia de vivir manipulados por falsa información. Habrá
argumentos válidos y contundentes, pero siempre sorprenderá la escasa
posibilidad de revisar conceptos básicos, reconocer errores propios o reconocer
escasez de razonamiento propio, siempre se limitará todo al sometimiento de la manipulación
corporativa de los entes malignos. Tanto el exceso educativo como la falta de
educación coinciden en que, a la larga, ninguna de las partes sabe demasiado ni
saben resolver las carencias sociales y comunicativas del conjunto.
Nos sentimos atrapados por una
interpretación que corroe: ¿transitamos democracias o demagogias? También se
duda al determinar si ante un gentío multitudinario, podemos definir que la
masa está reclamando las mismas necesidades, o por la condición de individuos
que ostentamos, cada uno se acerca a la multitud para situar su propia
necesidad o expresión. Lo lógico es suponer
que en una multitud existirán maneras diferentes de considerar el grupo, de
acuerdo a sus necesidades personales y también es posible que aquellos que se
integren momentáneamente a un grupo lo hagan para seguir aislados en sus
principios, como si se otorgaran un impasse. Es la voz del pueblo, el pueblo ha
hablado, se hará la voluntad del pueblo, llevo en mis oídos la más maravillosa
música que es la palabra del pueblo, parecen ser ideales referenciales de
poesía más que de representación que superen emociones, necesidades o
prejuicios. Insistir en afirmar que el pueblo nunca se equivoca es sentir que
hemos vivido equivocándonos permanentemente, pero sin la capacidad de asumirlo
y reconocerlo. Sin reconocer equivocaciones no se crece, debemos resolver el
grado de evolución y evaluación de los que forman o se sienten pueblo, aunque
pueblo somos todos es otro de los clichés que desgastan a los oradores.
Democracia es mayoría, pero me cuesta
sentir que representa la verdad. Democracia son las partes que representan el
proceso democrático, entendiendo que una parte ha de ganar, y otras no, y todas
las partes habrán de asumir que eso es así y está bien hasta que se vuelva a
votar, aunque también se deba velar por que se cumpla el supuesto ideal. Pero
justificar un accionar en nombre de la democracia parece ser complejo de
aceptar. Y justificar que se hace todo en nombre de la democracia y la
representación del pueblo parece ser una falacia que conserva una insólita
vigencia. El pueblo está atado al agradecimiento eterno de aquel que dice
actuar solo motivado en el bien de su pueblo, y el pueblo no termina de
comprender que nadie actúa en nombre tuyo, si tantas veces nosotros mismos no
sabemos representarnos cuando necesitamos expresarnos. Todo parece marcado por
un juramento eterno, donde no se puede remover ni revisar, porque todo se hace
en nombre del pueblo como término que asusta porque, supongo que es difícil asumir
que se enfrenta a un pueblo. De esta manera nos resta cuestionar que en esa aceptación
del tópico seguimos siendo ciudadanos con derecho a expresión y disentir o
debemos convertirnos todos en súbditos que no osen enfrentar la difusa terminología
de pueblo.
Conducta de masas o dinámica colectiva
nos suele servir como conceptos para determinar una multitud espontánea. Suelen
definirse como carentes de organización, pero sabemos que no es así, al menos
en la superficie. Tantas veces una multitud consiste en un 5% o menos que
incide sobre el resto de la masa, que suele acompañar o mirar alrededor consintiendo
o no prestando atención. Pero la magnitud de la palabra pueblo permite suponer
que el grueso de esa multitud sigue, con docilidad o con momentos de violencia,
el ritmo que imponga su minoría dominante. Sea como sea el proceso, nos
acostumbramos que el pueblo saldrá inocente de toda organización o movimiento
impulsivo. La necesaria presencia del chivo expiatorio -retornando a la
anterior entrada de este blog- permitirá expiar las culpas colectivas en un
particular hegemónico fuera del grupo, enfrentado a las masas. El pueblo a
veces se parece al poder dominante y opresor, ya que no suele responder de lo
que vota, de lo que calla, de lo que avala, de lo que esconde. El pueblo
siempre será la víctima, nunca parte culpable. Da la sensación que a las partes
enfrentadas les separa más el poder económico que el poder de la dialéctica. En
eso se parecerán eternamente, ninguna de las partes sabe enfrentar sus propias calamidades
y el corto paso del tiempo ayuda la amnesia colectiva -lo que permite aceptar la
similitud de los errores del presente-, y nos aúna en la miseria colectiva…
PD: tantas veces se calla más que lo que se escribe...
PD: tantas veces se calla más que lo que se escribe...
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