“No por estar más ocupado se es más
productivo. Ten cuidado con la improductividad de una vida ocupada”
Sócrates, Filósofo clásico griego.
Cuesta unos días el acomodarse del
regreso de las vacaciones. Lo que te suponía rutina y normalidad durante la
mayor parte del año, puede convertirse en una sensación de paredes que encogen
y te atrapan, dificultando la respiración y buscando el reparo del hogar, único
lugar donde te sientes a gusto. Algunos lo denominan síndrome post vacaciones,
dominados por visión y emociones negativas de uno mismo y de todo lo que nos
rodea. Malhumor, incomodidad y nostalgia envuelven nuestro accionar las
primeras horas, los primeros días. A pesar de los posibles diagnósticos, no lo
considero un síndrome depresivo; en mi fanatismo literario, más bien lo
relaciono con el vacío que te ocupa al finalizar una novela increíble y supones
que te resultará difícil encontrar otra ficción tan atrapante y sugestiva, como
la que has concluido.
Ahora mi mes de descanso se llama
agosto y viene a representar aquel infernal enero de Buenos Aires, en otros
tiempos. La cercanía que propone cualquier distancia en este continente y los
bajos costes, te invitan a explorar nuevos horizontes sin gran dificultad,
apenas el adaptarse a la distinta idiosincrasia a visitar. Los preparativos
previos motivan, el ir cubriendo los huecos de la logística con resultados como
el reservar piso u hotel donde habrás de residir en cada ciudad, o los medios
de transporte público que te han de acercar, nos preparan para arribar al
destino motivado, confiado y tranquilo. La presencia indispensable de un
teléfono móvil con cobertura de internet te facilita el andar callejero como
nunca antes visto en la historia de la humanidad. Un pasajero de bus en Liubliana,
al vernos enfrascados en la lectura e interpretación del mapa de la ciudad, recordó
con nostalgia que esa práctica era habitual hasta hace un tiempo -unos cinco o
diez años-, y desde la explosión tecnológica a esta parte, ya nadie pregunta a
los locales ni analiza mapas, solo googlean y se acabó la incógnita sobre que
bus hay que tomar. Finalmente, nos recomendó por donde comenzar nuestra
andadura por la ciudad y se despidió deseándonos que disfrutáramos Liubliana,
cosa que indudablemente hicimos.
La novela te abre un mundo nuevo y
desconocido. No importa donde la leas, el entorno se difumina y solo existe lo
que los capítulos y su desarrollo enseñen.
Al igual que unas vacaciones a un destino desconocido, te abren las
puertas a un espacio y tiempo alejado de la vida ordinaria. No interesa el contexto, puedes estar en un
vagón de metro rodeado de gente que solo atina a mirar y mirar su móvil, o en
un autobús local rodeado de miradas anodinas de aburridos pasajeros, en la sala
de espera del médico de cabecera que siempre se demora media hora en atenderte,
o en la barra de un café al paso, repleto de parroquianos que gritan y vocean
sin orden ni equilibrio, que uno no reparará en su alrededor, esperando
encontrar en las líneas de la novela el hábitat ideal para residir. Es tan
magnética la lectura, que tantas veces las vidas producto de la pluma literaria
nos llevan a olvidarnos de la nuestra propia, al menos por tiempo prudencial. Dijo
Sigmund Freud que las palabras y la magia fueron al principio la misma cosa. El
viajar y leer se asemejan a necesarios refugios de alquimia cuando la vida se
antoja como un macabro capricho de rutina e insatisfacción.
En la antigüedad se reflejaba a las
bibliotecas o librerías como botiquines eficaces para las afectaciones del
alma. También el acervo popular sostiene en el tiempo que el viajar abre las
mentes, ayudando a conocer la historia y los pueblos. La dos actividades -viajar y leer- nos abren
panoramas y cambian estigmas mentales. Al
leer y viajar experimentamos nuevas sensaciones, utilizamos las reservas del
modo contemplativo -que en el resto de actividades quizás desconocemos poseer-;
es decir, nos relajamos para experimentar a través de los sentidos, dejando
fluir las horas y deteniendo el tiempo en la simple pero casi perdida costumbre
de la observación. Al leer con avidez o
viajar con detenimiento, la sensación es recuperar la esencia de que el mundo
se vuele más habitable.
Ambas actividades te adentran en
mundos que no son tuyos, pero en los cuales te sientes muy a gusto. Marcel Proust
afirmaba, que cada lector, cuando lee, es el propio lector de sí mismo. Y que
la obra de un escritor no es más que una suerte de instrumento óptico que este
ofrece al otro para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no habría podido
ver por sí mismo. En el viajar, mientras tanto, eres tú quien debe tomar las
decisiones, lo que te obligará a crecer como persona, ya que la colmas de
espacios, sensaciones, culturas, personas, experiencias que te vuelven
cualitativamente distinto, porque te brinda la posibilidad necesaria de acceder
a una experiencia personal signada por la gozosa sensación de alteridad que nos
brinda.
Empatizamos con otras realidades y
personas, nos identificamos con la realidad cuando se ve reflejado en la
historia y son actividades intelectuales vertiginosas. Nos ubica en espacios
intermedios, dejando en suspenso nuestras rutinas para vincularnos con nuestra
esencia más íntima. Conquistamos perspectivas, enriquecemos nuestro mundo
interior, tantas veces abandonado o deshabitado. Apoyándose en la literatura,
Frank Kafka sostenía que “Un libro tiene que ser un hacha que abra un agujero
en el mar helado de nuestro interior”. Y viajar es moverse hacia los lugares a
visitar, pero sobre todo moverse hacia ese mismo mar helado de nuestro
interior, metafóricamente mencionado por el escritor checo. Viajar tiene el
mismo efecto balsámico de pasar las páginas de un buen libro. Leer es viajar a
otras realidades que, por la magia de la escritura, te acortan distancias hasta
traerlas a la vuelta misma de tu esquina. Ambas actividades se asemejan,
moverse para enriquecerse, todo en un mundo cada vez más al alcance de la mano,
pero que fomenta, a su vez, el perverso estatismo de las mentes.
Regresar de un viaje es pasar página,
y terminar un libro es llegar a la página final y cerrar una historia. La
nostalgia que luego invade puede ser productiva, señal que el tiempo no ha
transcurrido en vano. Podemos vivir múltiples vidas, donde la sorpresa, euforia
o decepción de nuevos “paisajes” o desplazamientos geográficos nos acerquen aún
más a nuestro mundo interior. Mark Twain lo clarificó al sostener que “viajar
es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia
y la estrechez de mente”, por lo cual, en este primer día aciago del retorno,
tengo la opción de retomar el vicio inacabado de descubrir nuevos autores, como
hacerme algo de tiempo para imaginar el próximo destino para mis anheladas
vacaciones siguientes…
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