“La buena educación consiste en
esconder lo bueno que pensamos de nosotros y lo malo que pensamos de los demás”.
Mark Twain
Suelo sentir vergüenza ajena cuando una
persona ordinaria cree ser distinguida. Me pregunto porque la vergüenza es sólo
mía, si el soez es el otro y no da muestras siquiera de ocultar esas formas.
Peor que una mala conducta suele ser el siquiera reconocerla. Nos basamos en
principios de buena educación como garante de convivencia social, que
desestabiliza al comprobar que gran parte de nuestros pares no cumplen con los
mandatos recibidos. El saber estar se
nutre de aquellos pequeños detalles que nos han de permitir conducirnos
adecuadamente -o intentarlo- en las diversas situaciones que afrontamos para
convivir de forma respetuosa y armónica con gran parte de nuestra sociedad. Como
muchas de las lecciones recibidas, tantas veces siento el engaño ante la
unilateralidad de hacer las cosas que se pregonan y nunca se cumplen.
Cuando nos acercamos a la palabra
riqueza, solemos relacionarla a la abundancia de bienes materiales sin
detenernos a razonar que nuestros pensamientos, palabras o acciones nos pueden
encumbrar a una riqueza personal o desterrar por el descrédito que te acompañe
por la falta de valores, y la soberbia ostentación de ser vulgar. La educación
es esencial para determinar qué es aceptable -y qué no- según las normas de
conducta. Estamos equivocados en algunos conceptos, existe la sensación
-hablando en primera persona- que se ha reemplazado la palabra educación por el
eslogan “políticamente correcto” para subliminalmente vocear que ser correcto
es no ser sincero o es ser hipócrita. Entonces, la vulgaridad pasa a ser un
mérito ya que guardar las formas representa a una educación acartonada y
represora de otros siglos.
Déficit de atención, machismo, transgresor,
genuino, rebelde, espontáneo, hiperactivo, inocencia, curioso o transparente,
son todas palabras que vienen a tratar de disimular una base que no existe, que
te la da el sentido común, y te permite comportarte con educación. Enmascarar
nuestra conducta con la sola aplicación de dos o tres reglas es apenas una
pátina, algo está pasando cuando un niño no te devuelve un saludo, cuando te
cuestiona su mal comportamiento, es agresivo con otros porque no sabe
compartir, no te mira cuando le hablas o solo te presta atención cuando hay un
rédito o premio de por medio. La respuesta corporativa a la defensiva, será que
se trata de un buen chico, cuando lo que se trata de definir es si está educado
o no, ya que la educación es más compatible con las buenas personas que con las
malas. No hay que justificar la falta, hay que tratar de pulirla para que esté
incorporada.
No solo se trata de devolver un
saludo. Todos estornudan a todos, el grito ha invadido al silencio cortes, una
conversación telefónica en un medio de transporte pasa a ser una conferencia
masiva, el uso permanente de las malas palabras al emitir un concepto, el
bostezar no solo con la boca abierta si no con el ruido cada vez más onomatopéyico,
la vulgaridad y atropello que genera el anonimato en foros de redes sociales, no
dejar salir para entrar primero, el tirarse encima de cualquier asiento, el pedir
caridad casi con insolencia, el sujeto que comparte asiento y se sienta
completamente abierto de piernas, no ayudar a una vecina con su bolsa de la
compra o el no poder dar el asiento a una persona mayor o embarazada para que
no te consideren sexista, devorar la comida más que masticar, el bocinazo que
intimida, el que llama a todos “jefe”, “figura”, “artista”, “amigo” o “maestro”
como forma de cercanía, el escuchar todo el día “cari”, “gordi”, “papi” o “mamita”
como forma equivocada de hacer ver que se quiere íntimamente a otro sin
detectar que se está en un espacio público, todos estos son gestos universales
que se van extendiendo, que ya nadie repara y que remarcarlos negativamente te
puede convertir en un opresor, en un desfasado, en un carcamán, en un aburrido o
en un retrogrado.
Las sociedades no suelen funcionar si
sus miembros no asumen la necesidad de pequeñas renuncias en beneficio de la
armonía civil. El individualismo imperante nos ha retraído y confundido en la
idea de cortesía y buenas formas. La buena educación no se trata de llenar de
orgullo por como hemos educado, sino, simplemente para evitar fricciones
permanentes entre los individuos, compartiendo valores y conductas que permitan
perpetuar el respeto al otro, más allá de las evidentes diferencias que nos
distingan. Podríamos comenzar comprendiendo que nuestros problemas no son más
importantes que los del resto, de esta manera recuperaríamos la capacidad de
escuchar, la posibilidad de empatizar y la necesidad de al no mirarnos a nosotros
mismos, poder mirar que hay un alguien más, y necesita de nuestro respeto.
Podría ser la conclusión que hemos perdido las buenas formas porque estamos
agobiados y porque, al no estar bien con nosotros mismos, estamos metidos en
nuestro propio mundo.
Es verdad que nos sentimos
desilusionados, estafados y engañados por el devenir del mundo. Pero el
abandono de las normas de convivencia no mejorará ese clima, nos hará incluso
más ordinarios, más expuestos a la definitiva pérdida de la naturalidad. Ser
zafio o cutre no nos hace naturales ni sinceros. Callarnos cosas que nos
molestan del otro no nos hace mentirosos ni hipócritas. No se trata de protocolos
o del manual para saber con qué cubierto se come el pescado o con que copa el
agua o el vino. Se trata de hacer una pequeña pausa para comprender que hemos
cedido lo elemental, que es educar y reconducir la falta de educación. El
entorno inicial, el familiar, debe recuperar un tiempo para ser referente y
quitarle ese protagonismo a la televisión, al móvil o a la conexión a internet.
Hagamos el esfuerzo para volver a sentir que formamos parte de una normalidad a
pesar de los problemas existentes. Hagamos el sacrificio de recuperar una
esencia moral, permitamos que el joven adquiera el concepto correcto de la
palabra riqueza: un constante crecimiento intelectual. Persigamos que los carecen
de modales, sepan acceder a ellos. Saludemos, respetemos, escuchemos y sonriamos;
hacer sentir mejor a los demás no nos hará peores personas, sólo nos permitirá
educarnos...
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