“A mí me gustan las personas que dicen
lo que piensan. Pero por encima de todo, me gustan las personas que hacen lo
que dicen”.
Quino, a través de su eterno
personaje, Mafalda.
La palabra es la herramienta por
excelencia para avanzar en construcciones. Pero la palabra a veces distrae, por
ser elegante en el decir. Distrae, también agrede, miente o manipula. Debemos
defender la palabra, ya que junto con la educación deben seguir siendo la base
fundamental donde se sostenga la integridad del ser humano. Seguramente algunos
dirán que no es fácil, y más de uno, al leer esto, pensará que lo aquí
expresado son “solo palabras”. Seguramente, para algunos este será un escrito más
que intenta filosofar sobre el uso de la palabra, pero creo que lo que aquí se
tratará de filosofar es sobre la posibilidad cierta o incierta de que
transitemos, a lo largo de la vida, un crecimiento personal.
No me atrevo públicamente a juzgar a
aquella persona que pronuncia tan suelta de cuerpo “siempre he pensado igual”.
Se suelen auto proclamar “consecuentes”. Hay otros que van más allá y aseguran
que “mi comportamiento ha sido el mismo a lo largo de toda mi vida”. Son dos
afirmaciones de envidiar, sino fuera que a veces pienso que son solo palabras,
porque en el trascurso de la vida aparecen unos actores principales que nos
acosan y derriban a cada momento y se llaman “errores”. Entonces me pregunto
cómo podemos llamarnos consecuentes con nuestra palabra y obra, si en el camino
nos enfrentamos con nuestros propios errores y para superarlos, debemos
aprender de ellos. Los errores, ¿no cambian nuestra manera de actuar o de
afirmar?
Y están aquellos que nos exigen que
seamos consecuentes con sus principios, porque los nuestros parecen ser que
están siempre equivocados. Los políticos son habituales a esas prédicas, pero
también nuestros amigos. Y tratamos de ser consecuentes con ellos, pero cuando
le comentamos que en alguna de sus afirmaciones pueden estar errados, ya no
somos consecuentes o como ellos desean que seamos, obsecuentes. Somos contrarios, somos ofendedores, somos críticos. Y
quizás solo estemos siendo consecuentes con lo que pensamos en ese momento. El diccionario
menciona que se es consecuente cuando la persona guarda correspondencia lógica
con los principios que profesa. La palabra consecuente se encuentra sobrevalorada
o manipulada, porque es verdad que cada día se nota más que hay consecuentes que
guardan su lógica con una alteración alarmante de principios.
Tengo la sensación que es un peligro
el frecuentar a gente de permanentes principios sólidos e inalterables.
Revisemos la historia y veremos que abundan esos personajes que con el dedo
acusador nos han obligado a ser consecuentes con sus principios y en el breve
paso del tiempo -el que se necesita para quitarnos la venda de los ojos- nos
damos cuenta que de tantos principios que nos obligó a profesar y seguir, nos
encontramos con una ideología carente totalmente de principios. Eso, hoy en día
es habitual. Tantas veces veo en mi entorno, a gente que milita esos
principios, acusa y señala, copia y pega textos defendiendo consecuentemente
ideologías, que cuando fallan -o cuando engañan o se corrompen- se refugian en
la sombra del silencio durante un tiempo en vez de reconocer que han sido víctimas
de un engaño. Claro está que prefiero a estos cobardes, que aquellos necios que
se defenderán con el tuyo roba más o con es humano el equivocarse.
Los principios inalterables nos han
sido inculcados desde muy pequeños. A casi todos nos educan sobre la base de
esos principios. Lo llamativo de esta magnífica existencia, es que el inmoral,
estafador o promiscuo también educa en esos valores. Y qué a lo largo de la
vida, nos solemos alejar de esos principios, por impracticables. No es una
gracia la afirmación que inmortalizó Groucho Marx: “Éstos son mis principios.
Si no le gustan, tengo otros”. El fanático suele ser un atleta especialista en
saltar de un risco al otro contrario, en cuestión de tiempo. Lo que hoy digo,
mañana desdigo. En realidad, nunca desdicen, simplemente sueltos de cuerpo digamos
que se hacen los idiotas y se dejan llevar por el cambio de corriente. Es duro
ser fanático, es terrible sostener un dogma, porque el dogmático no se permite
que aquello que presenta como una verdad innegable sea motivo de discusión.
Visto de este punto de vista, la vida del fanático es durísima. Debe tener el
dedo acusador y recusador todo el tiempo afilado. Nos debe recordar permanentemente
que no estamos siendo “consecuentes” con sus ideales.
Y entonces consecuente entra en
batalla directa con obstinado. Aquel consecuente que piensa igual a los veinte
que a los sesenta años, una de dos: tiene una convicción inquebrantable
producto de una sabiduría precoz o es producto de una conmovedora obstinación. Y
el obstinado tiene un serio problema, sabe que el cambio es el enemigo del
oportunismo, por eso intenta hacernos dudar de lo consecuente de nuestros
actos. Somos habitúes de discursos que de tan buenas intenciones que pregona,
destila egoísmo desde su primer párrafo. Pero el realista tiene más
posibilidades de sostenerse consecuente, aun errando o fallando. El idealista
generalmente responde a “sus” ideales, pero es tan necio que se atribuye
representarnos a todos. Y ahí aparece otra palabra – cuantas, ¿no? - que es
soberbia.
Entonces el humilde se convierte en
soberbio al intentar adoctrinarte. Pero en el camino, el oportunista sabe que
debe cambiar de discurso de acuerdo a los intereses del momento. Entonces no
tiene reparo en contarte otros ideales, exactamente distintos a los que
profesaba años atrás. Y el que trata de ser consecuente, pero es algo tímido o
practica la vergüenza ajena, no contesta porque sabe que ha de perder esa
relación al ofender o denostar al dogmático. Pero, ¿es una relación la que
sostenemos con el soberbio que no es capaz de ver el desfase entre su discurso
y la realidad? Llega un momento que no es una relación, entonces nos vamos
apartando. Y así, las sociedades que se sostenían en la sociabilidad de la diversidad,
ahora se refundan en las comunidades cerradas donde están los que manifiestan los mismos
“ideales”. Se me viene una nueva palabra -espero que sea de las últimas en
surgir – que es secta.
Deberíamos darnos una oportunidad y
permitirnos con más frecuencia la duda. Si nos enfrentamos a esa prédica,
estaremos reconociendo el necesario ejercicio de buscar certezas. Si la realidad
indica que sabemos bien poco de todo y nos falta saber mucho de algo, alejémonos
de los sectarios que solo quieren sostener sus negocios a costa de tus pasiones
que crees que son ideales. Seamos consecuentes con la duda y tratemos de
sostener un pensamiento con más preguntas, porque me da la sensación de que la
evolución sobreviene del interrogante y que somos más sabios cuando tenemos una
pregunta a mano que cuando abusamos de una respuesta necia y obsoleta en el
tiempo. Me duele decirlo, pero las revoluciones, en el tiempo, siempre
fracasan. Las hacemos fracasar de tan consecuente que les somos.
“Mientras hay esperanza de entender,
de no ser manipulado y de ser libre, hay vida”, son palabras del filósofo andaluz
Emilio Lledó. Entonces no tengamos miedo de definir que aquel personaje cercano
en lo familiar o en nuestra comunidad, dice creer en algo concreto, pero a la
hora de actuar hace exactamente lo contrario. Ser consecuente no es lamer botas
ajenas, ser consecuente es poner en práctica lo que pensamos en ese momento, y
si en el tiempo cambiamos, una de dos, somos volátiles o estamos evolucionando.
Aliento por la segunda de las posibilidades. No nos enfrentemos al dogmático,
pero hagámosle saber que no que hay que hablar más de lo que se haga. Pongámoslo
en evidencia que no puede sostener sus pensamientos más de diez minutos, y sí
se le descubre mintiendo y lo cubrimos, no somos consecuentes con su error, si
no que más bien cómplices. Y qué por
favor, no sea necio o aliente a sus cofrades colgando textos o fotos erradas en
las redes sociales. A la larga, todo se sabe, y lo sabe también aquel necio que
no se quita en toda su vida, la venda de sus ojos…
PD: Se lo dedico a todos aquellos
conocidos que han perdido el norte producto de sus necios fanatismos.
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