“Si algo significa la
libertad, es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.
George Orwell
“Es muy posible que nos estemos
acercando a una época en la que dos más dos será igual a cinco si el Líder lo
afirma”. La época ha llegado, la estamos viviendo y la estamos alimentando.
Nuestro aporte, el ciudadano, a ese extraño e incorrecto guarismo lo hacemos a
través de la redes sociales o manifestaciones públicas, inundando de noticias
que no se contrastan pero que todos confirman. La duda inicial se asentaba
sobre la baja calidad de la enseñanza educativa de estos tiempos. Pero no es un
problema de operaciones matemáticas, es el resultado de la pérdida del
pensamiento propio ante estos “sistemas” o “regímenes populares democráticos”
que luego funcionan como totalitarismos.
Las condiciones de vida son malas,
pero en las noticias se transmiten de manera constante burdas y exageradas
cifras de producción para generar la impresión de economías pujantes y
eficientes. De más está decir, que la realidad no se asemeja a ese “relato”. La
verdad pasa a ser un concepto elástico y ajustable a cada necesidad, el engaño
no es engaño sino una necesaria manera de adoctrinar al opositor para darnos un
tiempo para que nos convenzan. Los ciudadanos están entrenados para cambiar de
opinión, de creencias y de convicciones. El que cuestiona los pronunciamientos
oficiales u opositores es acusado de perder incomprensiblemente la objetividad.
La realidad no es lo que realmente sucede, es lo que intentan controlar con un
discurso donde nadie se sonroja ante tanta mentira. Alto aquí, si creen que
estoy hablando de mi país de origen o el de acogida, o aquel que te toque
sufrir, lamento desilusionarlos. Estoy recordando 1984, la obra celebre de
George Orwell.
El mundo de aquella novela era
ficticio, pero la mentira institucionalizada es real. La ficción ha sido
absorbida de manera cruel, llevamos décadas reinventando el pasado, lo triste
es que la invención es burda, no tiene calidad literaria, es solo mentira
sistemática. Orwell nos anticipó con su novela una tendencia cada vez más
presente en nuestras sociedades, unos y otros intentan no solo controlar el
futuro, sino también el pasado. Lo del futuro podría ser anticipación o
proyección, lo del pasado es esquizofrénico, ya que tú mismo lo has vivido y
bien sabes que así no ha transcurrido. Pero no importa el alegato de otros
testimonios disertantes, lo único que se intenta es seguir falsificando, en
este caso, los hechos históricos. En la novela se define como doble pensar.
Ya en 1946, cuatro años antes de su
fallecimiento, George Orwell estaba convencido que el lenguaje político
corrompía al lenguaje cotidiano, y que los discursos no necesitaban tanto de
metáforas o sentimentalismos, sino más bien de hipocresía y cinismo. La verdad
no se expresa, se oculta. Y si se descubre, se niega o se gana tiempo hasta que
el cinismo construya otra versión o el sistema persiga o agreda al que descubre
o denuncia la mentira. Para eso no se necesita de un rebuscado lenguaje, la
mentira repito: es burda, y su contenido cada vez más vago y carente de
sentido. Frases rebuscadas no es lenguaje, solo es la defensa fácil de lo que
debería ser indefendible.
“A los santos siempre se les debe
considerar culpables hasta demostrar su inocencia”, escribió en “Reflexiones
sobre Gandhi”. Del líder hinduista indio sostenía que era un personaje
inhumano, donde no cuestionaba su decencia sino su vida ascética y la
tolerancia hacia un tipo de violencia. Orwell solía no tener pelos en la
lengua. La historia cree que sólo denunció al fascismo, a las derechas o al
comunismo, pero también tuvo sus diferencias con el socialismo, a pesar de ser
un defensor de sus principios a lo largo de su vida. Para Orwell, los
socialistas pecan de utópicos y suelen ser defensores del “pueblo” pero
sostienen una tendencia elitista y arrogantes. Recuerden que Orwell murió en
1950, su definición sobre los socialistas hoy hasta puede haberse quedado corta.
Ya en su momento, fue un escritor problemático para la izquierda, estos
comprendieron que el escritor británico tenía la capacidad innata de descubrir
las amenazas que acechaban de un extremo ideológico a otro. Su mensaje es meta
– ideológico y sus percepciones se aplican a cualquier tipo de gobierno, sin
importar la ideología política de turno.
Si bien fue uno de los escritores
esenciales en la interpretación del siglo XX, ha recibido numerosas críticas o
agravios. Quizás la que más le molestó es que se dijera que era un enorme
escritor, pero no un buen novelista. “Quizá no tenía suficientes debilidades
humanas como para ser un verdadero novelista”, sostuvo Mary McCarthy, novelista
y ensayista americana. Como ensayista fue genial, y destacó también en la
crítica literaria. Son remarcables sus crónicas de la Guerra Civil española,
donde perdura con vigencia frases de este tenor: “La verdad se convierte en
mentira si la cuenta el enemigo”. A pesar de integrar como miliciano las
brigadas internacionales, no tuvo reparo en afirmar “Tengo pocas pruebas de las
atrocidades de la Guerra Civil. Sé que algunas fueron cometidas por los
Republicanos y muchos más (y aún continúan) por los fascistas. Lo que me ha
sorprendido es que todos creen las atrocidades del enemigo y no en la de su
bando, sin preocuparse de las pruebas”, frase de una vigencia increíble,
definiendo la pasión ciega humana disfrazada de convicción.
A George Orwell lo ha leído todo el
mundo. Eso también es fantástico. Lo ha leído el apasionado, aficionado e
inocente lector de novelas o ensayos, pero también el inmoral al que él hubiera
denunciado, de estar vivo. No eran presuntuosos sus escritos, se entendían de
inmediato sus ideas, sus trasfondos, de ahí su vigencia en estos tiempos.
Cuesta hoy definirlo como un escritor de ficción. Ficcionar no debe ser
considerado aquel que permanentemente denuncia el uso deliberado de la mentira,
ya sea en el sistema que sea. Ficción es ver animales en su relato de “Rebelión
en la granja”, cuando es fácil reemplazarlo por imágenes o posturas humanas.
Ficción es nombrar como Oceanía a uno de los superestados en que se divide la
tierra en la distopía que es 1984. Realidad es ponerle el nombre del país que
uno quiera, el “Big Brother” se ha situado, tanto en sus canales como en sus agencias
de seguridad de estado. No hay ficción que sea superada constantemente por la
realidad en los últimos sesenta años.
Los mensajes de Orwell apelaban a la
razón, requerían de una elaboración mental. De ahí que se pudiera interpretar
con facilidad, siempre que haya inteligencia dispuesta. Y el mal es
inteligente, quizás por eso es que los argumentos de Orwell hayan sido
utilizados por partidarios del fascismo o populismo ideológico. Entre los
partidarios de estos sistemas hay personas cultivadas, motivo que a veces lleva
a la confusión, ya que hemos oído más de una vez que se duda que ese “relato”
sea mentira porque hay mucha gente preparada, culta y de buenas intenciones,
que están a favor de ese discurso. Es obvio que eso suceda, la mentira es
genérica, no solo miente el iletrado o sin formación. La mentira es el estado
de mayor permanencia dentro del ser humano, de todo ser humano.
Todo aquel que persigue el bienestar a
través de estos sistemas, sabe que es necesario el componente de activismo, la
dura lucha para derrocar al sistema que nos hunde, sin discernir si no existe
la posibilidad -en la escala que a cada uno le toque- que el sistema seamos
todos, y somos todos los que alimentamos la mentira del sistema. Ya no alcanzan
las promesas de bienestar, son palabras huecas. Sabemos que el bienestar se
contenta mientras tengamos asegurados los bolsillos, en esos momentos miraremos
hacia otro lado, y al argumentar sobre el desastre de gobierno que nos toque, diremos,
pero “ha hecho cosas buenas”. Cuando nos toquen el famoso bolsillo, algunos
buscarán el componente emocional que los demagogos ofrecen, ya que la demagogia
atrae y atrapa, no importa la lucidez intelectual del interlocutor. Ahí
recurriremos, recién ahí, al pedido de reivindicación social que a pocos suele
importar.
Nos hemos quedado sin la posibilidad
de observar a George Orwell actuar frente al “big brother” que resultó internet
o las conferencias de prensa sin derecho a pregunta o las cadenas nacionales
donde se milita ficción burda o mentira sistematizada. Hubiera refrendado su
ideal de que lo que atrae es la confrontación “pasional”, aun cuando resultara
innecesaria. Orwell murió de tuberculosis a los cuarenta y seis años, el éxito de
su obra perduró y perdura. Quizás el famoso escritor pensó que sus escritos
habrían de servir para mostrar que la vida fue dura y cruel en su momento, sin
advertir que su ficción se perfeccionaría en el tiempo. De haberlo visto,
hubiera sentido la tranquilidad que no solo fue un excelente y necesario
escritor y cronista. Nadie puede dudar que fue un gran novelista, más aún
cuando observamos con indiferencia la baja calidad de la propaganda a la que nos
hemos acostumbrado, de los que guionan hoy nuestras vidas…
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