“Así como se suele hablar del rostro
de una época o país, la expresión de una época se define también por su
lenguaje”.
Viktor Klempeler – La lengua del
Tercer Reich
Las circunstancias en las que hechos
objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que lo que lo
hacen los llamamientos a emociones o creencias personales, es lo que el
diccionario Oxford English (OED) define como posverdad, nueva incorporación
enciclopédica, y además palabra del año que pasó, ya que su uso se incrementa a
tenor de su incontrolable avance o vigencia, y más allá de los nombres o
sinónimos que utilizamos desde el momento que el manipulador se dedicó a
manipular, y el mentiroso a mentir, esta vez comprendemos cuando la verdad está
tan devaluada que se asemeja a una moneda sin ningún valor.
“La palabra clave de todo esto es negroblanco.
Como tantas palabras de la nuevalengua, tiene dos significados contradictorios.
Aplicada a un contrario, significa la costumbre de asegurar descaradamente que
lo negro es blanco en contradicción con la realidad de los hechos. Aplicada a
un miembro del Partido significa la buena y leal voluntad de afirmar que lo negro
es blanco cuando la disciplina del Partido lo exija. Pero también se designa
con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber
que lo negro es blanco y olvidar que alguna vez se creyó lo contrario. Esto
exige una continua alteración del pasado, posible gracias al sistema de
pensamiento que abarca todo lo demás y que se conoce con el nombre de
doblepensar”, como se ve George Orwell ya en 1949 avisaba sobre el permanente
uso de las noticias falsas. Su novela 1984 advertía sobre la relevancia de las
cuestiones emocionales por sobre la lógica o el razonamiento.
Asociamos el uso de la posverdad al poder
autoritario, pero el mundo de la información en estos tiempos también es
horizontal -entre miembros de un mismo nivel jerárquico-, y cualquier usuario
de móvil o internet puede tratar de influenciar a su entorno, con la simple y
humilde apreciación de que todos están siendo manipulado menos él, ya que la
información que recaba es legítima, razonada y elaborada con toda lógica,
mientras al resto lo asemeja a corderos que balan distraídos mientras se
alinean con el rebaño. Todos buscan la viralidad que justifique la
trascendencia, pero pocos reparan en que una opinión no es un dictamen, es
apenas un parecer. Y en el manejo de la posverdad, la mayoría se escuda en el
remanido “en mi modesta opinión” o “les dejo esto para que piensen” para
mostrarse conciliador y no un tirano más de la información mancillada.
Una mentira contada muchas veces se convierte en
realidad. Y la posverdad nos permite comprobar con tristeza qué en vez de
reflexionar sobre el contenido de esta frase, se discute si su autoría fue
responsabilidad de dos manipuladores, es decir Joseph Goebbels o de Vladimir
Llich Uliánov, más conocido como Lenin. En todo caso, lo único que importa es
el uso que ambos dieron a la mentira como recurso para sostener una idea, o un “relato”
como se denomina hoy con vulgaridad, quizás por el necesario reconocimiento que
hoy no hay ideas, tan solo virulencia vulgar. “Miente, miente, miente que algo
quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”, es una de las
tantas variaciones que podemos transitar para referirnos a lo mismo. Quizás no
podemos discernir que la posverdad o la mentira no necesariamente se deba a un
engaño de un gobernante, funcionario influyente o medio monopólico empresarial,
tantas veces la ceguera de considerar que lo que nosotros pensamos o decimos no
está influenciado por nuestras emociones nos lleva a pensar que no mentimos
como hacen esos poderosos, cuando en realidad somos iguales, la diferencia es
la escala.
La calidad de la información se
muestra deteriorada. Ya sea por el uso de la mentira descarada o por ocultar y
exagerar continuamente los hechos. Estamos en presencia constante de una verdad
sentida más que de una verdad revelada. Donald Trump ha sabido canalizar ese
fenómeno, pero no fue el primero, no es el único. En estos días, el polémico
mandatario aseguró que sin Twetter, él no estaría sentado en la casa blanca.
Tal afirmación no la hizo para reconocer el uso de la red social para instalar
un monocorde y tal vez manipulado mensaje populista; no, su mención a Twitter
se refiere a que fue un recurso para su honesta defensa ante los medios
hegemónicos que le prodigaron un ataque brutal, que lo quiso apartar de su
carrera presidencial. Él cree que es verdad, o aspira a que los demás lo crean.
Mientras, para muchos su campaña se basó en situaciones o conjeturas que él
quiso que se sintieran como si fueran verdad, pero no se apoyaban en la
realidad. “Hablo en nombre de todos los ciudadanos”, “La calle me pide que los
represente”, “Los extranjeros vienen a quitarnos nuestro trabajo” o tantas
otras que cualquiera de nosotros podemos escuchar a diario en nuestro contexto,
y si las razonáramos -o nos tocara vivirlas- comprobaríamos que no son
obligatoriamente ciertas. La pos verdad se incorporó totalmente en las
sociedades, antes como un arma a disposición de las clases dominantes y en
estos momentos, como un arrojadizo y descontrolado recurso de los millones de
subordinados.
Pero no me aventuro a analizar
solamente las mentiras de los políticos, me preocupa la mentira que ostentan
los antes llamados subordinados, o súbditos. Porque más allá de atravesar lo que
llamamos modernidad, continuamos siendo súbditos como si estuviéramos en la
Edad Media, en este caso eligiendo “tribu”, luego adoptando y adaptando
discursos de esa tribu para finalmente recolectar solamente los datos que
favorezcan el mensaje que pregona los líderes de esa tribu. El último paso,
será enrostrarle a los que no adhirieron a la tribu, que están manipulados o
viven engañados como idiotas. El súbdito, a diferencia del de la Edad Media,
está todo el día conectado al mensaje que adhiere, y puede, con total
tranquilidad, ofertar una total lealtad -hoy denominada militancia- a un
supuesto rasgo nacional.
El problema es grave para todo aquel
que sigue recorriendo en puntas de pie el camino en busca de información para
razonar o comprender. Hemos perdido la certeza de lo que es verdadero o lo que
es falso. Casi todo lo verificable puede ser fantasioso. Un artículo extenso
pude esconder su importante contenido de pos verdad. Ya no podemos acusar a
nadie de mentiroso o difamador, ahora lo podemos señalar como un habitante más
de la pos verdad. Hemos perdido la capacidad de descubrir la farsa, porque ya
no sabemos en que basarnos: en el estado de ánimo, en nuestro poder de
intuición, en un supuesto instinto. Y luego de hurgar en las noticias, en los
comentarios o afirmaciones de conocidos, y ante tamaño desconcierto, la
pregunta que hoy brota es: ¿Sigue importando el acceso a la verdad o apenas se
puede convivir con un sinfín de ellas? La verdad apenas importa, lo que
necesitamos más que nunca es sentirnos vivos o nos acostumbramos a sentirnos
cómodos avanzando entre la mentira. El largo plazo que todos mencionan parece
estar basado en la mentira, no en estudios o estadísticas de alcance. Como todo
es aquí y ahora, a nadie le importa el largo plazo. Las generaciones futuras
que se caguen, como en definitiva han hecho todas las anteriores. “Dejaremos un
legado distinto a nuestros hijos” parece ser la pos verdad del “que se jodan”.
Existió una época donde lo publicado
podría ser cierto o falso, pero si se comprobaba que no era cierto, se
desmentía, se retractaba. Parecía existir una frontera moral entre el rumor
infundado o la noticia. Las redes sociales y el feroz avance tecnológico ni
contemplan la posibilidad de contrastar algo, es más fácil decirlo, ya que más
tarde una nueva pos verdad tapará el fallido anterior. Somos rehenes entre lo
que antes era verdad o mentira, y ahora es solo duda confusa. Una minoría
supuestamente informada sucumbe ante la rapidez inmediata de la desorientada
muchedumbre.
La viralidad hoy es sinónimo de
credibilidad, si lo ha visto tanta gente por algo será. Convertir una
información o situación en viral, es motivo de valor supremo. Retuiteamos,
compartimos, hashteamos o guaseapemos, permitiendo a la mentira circular sin
filtros ni interpretaciones. Hoy en día no es importante si la noticia es o no
verdad, lo único que importa es que la gente haga clic en ella. La objetivad ha
sucumbido ante la subjetividad, porque sentir hoy es sincero, mientras que la
objetividad se relaciona con una herramienta de control, y el control es
hipócrita. Hoy no queremos ni deseamos que nadie nos controle. No tenemos
tiempo para pensar, el supuesto poco tiempo que disponemos solo queremos
distracción o afición. A nadie le importa un comino la mentira, algunos
extrañamos las infantiles épocas que exigíamos que nos juraran que no nos
mentían, al tiempo que ante la duda de faltar a la verdad sin decoro, nos obligábamos
a poner una mano detrás y cruzar los dedos para justificar una nueva de
nuestras mentiras….
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