“Si una persona va a debatir algo, es
importante que sepa lo que está en el artículo y lo que no está en el
artículo”.
Cadena pública noruega de noticias NRK
beta
Aunque me esfuerce, no recuerdo la
primera vez que compré por las mías, un periódico. Esa rutina estuvo dirigida
por mi padre y yo me acostumbré a que formara parte de mi vida. Es paradójico,
pero lo más hermoso que recuerdo de la presencia del periódico en casa, era la
no tan sana competencia con mi padre por levantarse primero para hacerse con el
ejemplar que acababa de arrojar desde el ascensor el diariero. Si bien, debía
respetar la prioridad intelectual de mi padre, contenía unos segundos la
respiración, desde la calidez de mi cama, y si me padre no respondía como un
resorte -casi siempre lo hacía- me levantaba raudo y era el primero en hacerme
con el ejemplar del día. Quizás sea este el mejor homenaje que le pueda hacer a
la prensa escrita.
No era con el periódico, pero yo tenía
también mis costumbres, por algo soy hijo de mis padres, la estructura siempre
fue un adjetivo calificativo en nuestra familia. Los lunes a la noche, porque
era inaudito aguardar hasta la primera hora del martes, bajaba junto a mis
amigos del barrio con dirección al mismo kiosco de revistas, en la Avenida
Cabildo, y esperaba con avidez la aparición del destartalado camión de
repartos, que arrojara los dos fardos o paquetes que le correspondía al kiosco
en cuestión y continuaba su ruta. Más de una vez he ayudado a transportar alguno de esos paquetes
para acelerar el mágico y necesario momento: hacerme con una edición de la
revista deportiva El Gráfico.
Luego de pagar, comenzaba otra ritual
y en este caso no era mío. Mis amigos se amuchaban y apuraban en los
cuatrocientos metros que distaba mi casa del kiosco para hojear el semanario.
Tantas veces la lectura se demoró medias horas en la puerta misma de mi cancel,
con el disgusto de mi parte y el temor evidente de que mi madre ya tuviera
lista la comida, y yo olvidará parte de esa estructura tan hermosa de mi
familia, se solía cenar a las veinte treinta. Los cuatro pisos de ascensor me
permitían vislumbrar la calidad de las notas a encarar en breve, las fotos de
los goles de River que necesitaba recrear de inmediato -afortunadamente en esa
época no existía internet y no te daban todo el día futbol en la tele, es
decir, se disfrutaba más leyendo ese tipo de revistas- y al arribar al cuarto
piso debía enfrentar el hábito más molesto de mi padre. Sin llegar a sacar mi
llave de la cerradura, observaba esa sonrisa pícara y algo malvada de su parte
y con una leve extensión de su mano derecha, sin más preámbulos, indicaba que
El Gráfico lo leería él primero. Por suerte, mi padre ya no era tan futbolero
como era entonces y luego de diez minutos, me lo arrojaba sobre la mesa ratona
de la sala y pronunciaba casi la misma frase calcada. “Toma esta mierda”. Creo
que la frase era el acabose de mi enojo, era el último que se hacía con la
revista -debía agradecer que mi madre no sea futbolera y no haber tenido
hermanos- y apenas tenía unos segundos para lavarme las manos mientras
escuchaba la misma arenga de mi madre sobre el respeto de los horarios
familiares. Lo mágico es que al lunes siguiente fuera con mis amigos otra vez,
y semanalmente se repitiera el proceso. La lectura de la revista me llevaba
escasos cuarenta minutos, y la he comprado durante veinticinco años, aun cuando
no coincidía con mucho de lo que se publicara.
Vuelvo al periódico. Mi padre hacía
dos lecturas, la primera ojeada en la cama, recién pasadas las siete de la
mañana. La más exhaustiva, la de hojear, era en la sala de casa, una vez
superado el hábito de hacer las compras y alguna visita a mis tías para tomar
unos mates y de paso leerles el otro periódico en cuestión de mi país. Mi padre
leía todo el periódico, yo no entendía cómo podía hacerlo, a mí me bastaba con
la sección de deportes, los chistes de la última página y alguna que otra nota
de literatura. Como me sucedía a mí con la revista El Gráfico, mi madre era la
última de la fila. Luego de finalizar la exacta limpieza de la casa del día
anterior, de los anteriores y de los siguientes, le tocaba a ella hacerse con
la prensa escrita, y vaya paradoja, ella también tenía su ritual: las palabras
cruzadas era su primera referencia. Estudiaba la grilla para darse cuenta de la
dificultad que encararía más tarde. Era la situación calcada de mi avistaje con
mi revista. Uno, muchas veces es hijo de sus padres.
Nunca me gustó que los medios escritos
lucieran ajados. Me fastidiaba que mis ejemplares de El Gráfico -que he coleccionado-
perdieran el brillo de su tapa o sus hojas se mostraran arrugadas. Mi padre era
algo torpe -otro hábito para destacar de él y que he heredado con una precisión
muy ADN- y siempre me retornaba mi revista con algún doblez no deseado. Lo
mismo me sucedía al leer el periódico, no soportaba a aquel que no sabía doblar
a la mitad el ejemplar para hacer una lectura lógica del mismo. Parece que no,
pero guardo un sinfín de recuerdos de esa práctica. Pero no recuerdo cual fue
mi primer periódico comprado. Seguramente, en aquellas madrugadas de insomnio
cuando bajaba pasada las cinco de la mañana para hacerme con el ejemplar en
cuestión y revisar que los avisos publicitarios a mi cargo se hubieran
publicado en condiciones y en la página correcta, por mi posición en la agencia
de publicidad. Es que siempre trabajé con los periódicos. Hasta escribí
informes en secciones que más que secciones eran lo que aquí llaman publinotas.
Quizás por eso, tenga claro que hay notas que informan y otras que no, que
representan al grupo o a un interés comercial. Lo mismo que me sucede con
cualquiera con quien sostenga una conversación. No es sorpresa la manipulación
de la información.
Hoy lo primero que hago al levantarme
es mirar la prensa, pero ya no en papel. La revolución digital me ha alcanzado
y me ha resignado. Pero guardo especial agrado al sentarme en un bar y hacerme
con el periódico de papel. Ahora los ojeo, busco lo que en verdad me interesa y
luego termino hojeando lo importante. Yo me nutro de la información de la prensa,
porque no es para nada un secreto, aunque hoy muchos han perdido el norte en
esta cuestión, que nadie puede saber lo que sucede en ninguna parte del mundo,
sin la ayuda de la prensa.
Pero ahora estamos enojados. Hemos
descubierto -algo tarde como casi todos los descubrimientos- que la prensa
responde a un grupo editorial o empresarial que le determina la ideología o lo
manera de mostrar la información. O que mantiene sugestivos silencios ante los
conflictos afines o sobre los malas formas empresariales de sus mejores
auspiciantes. Es llamativo, al venir a vivir a este país, lo primero que me
llamó la atención es que la mayoría de la gente lee lo que quiere leer, lo que
se siente bien de escuchar, lo bien que le hace que un redactor opine como
opina él. Y entonces tienes periódicos de derecha, de izquierda, del centro, de
la monarquía, de los más radicales, de tu comunidad y de cualquier otra fobia o
gusto que profese el ser humano. Todos leen lo que quieren leer, no se suele
ojear el periódico del otro frente, ni como sospecha de que quizás nos estemos
perdiendo otro punto de vista de la información. Somos radicales, somos
sectarios, somos de sostener un solo principio.
Puedo entender el enojo de la gente.
La prensa es el principal manipulador, pero tanto como lo puede ser tu jefe, tu
alcalde, tu presidente de comunidad, tu pareja, o tus hermanos. El problema es
que la gente ya no hojea, solo ojea buscando la noticia que le alegre el ego y
descarta la que le contrarié su manera de pensar o sentir. Estamos en la era de
odiar al otro periódico, estamos transitando el grito histérico de que tal
periódico miente. Además, esta internet que nos sigue retratando como especie
inacabada, sin pulir y tantas veces sin brillar.
Entonces en las redes sociales, tus
contactos pregonan que ellos sí que saben interpretar la realidad. Y por
jornada, te desmenuzan un nuevo “descubrimiento” del empoderamiento de la
prensa y de nuestros lavados cerebros. Tenemos la suerte de siempre tener un
contacto que sabe la verdad de las cosas, tenemos la suerte de tener amigos que
no sufren la manipulación ni desinformación y “te regalan” sus desinteresados
links de información. Ellos también leen la prensa, pero ellos dicen que leen
la prensa correcta, la que coincide con sus razonamientos. Y así estamos,
aburridos de no tener en la puerta de casa la vieja edición de papel y de
tener, a un clic del mouse del ordenador, la puntual referencia amiga de que
todos mienten menos él, que es el único que aclara.
¿Y que opinar de aquellos conocidos qué
ante el enojo de alguna noticia quizás tergiversada, publica en el muro de sus
lamentos de su red social amiga que nunca más ha de leer ese periódico? Yo
siempre mantengo la duda si lo cumplirá. Creo que no, porque a varios he visto
más de una vez despedirse de un foro o de una firma editorial. Siempre se lee,
aunque ahora los negamos como si fueran apestados. “Yo no leo tu periódico”,
como si yo fuera del directorio, es típica referencia despectiva a tu supuesto
mal hábito. “Te mienten a la cara y te dejas mentir” es otro de los reproches
más a diario que escuchamos. “Hay otras campanas, solo es cuestión de
buscarlas” te dicen aquellos que rara vez cambian de idea, aun cuando se han
dado cuenta de que están equivocados. No sabemos cómo canalizar el enojo. Y de
tan enojados, dejamos de razonar lo que decimos. Y como les advertí que soy un
animal de demasiadas rutinas, para mí el no leer, aunque sea para razonar un
embuste, nunca es un alarde. Es un síntoma evidente de esta era de la
estupidez.
Un periódico no debe reflejarnos, lo
que allí se escribe puede coincidir o no con nuestras ideas. La información
estará manipulada, pero deberíamos confiar en nuestro poder de observación, la
prensa está para que también la discutamos, pero con el necesario argumento de
haber leído previamente para poder abandonar lo antes posible, esta tediosa
etapa de vulgaridad e ignorancia. La prensa no es nuestro espejo, quizás solo
es el espejo de lo que somos como sociedad. Hace muchos años un viejo y querido
amigo me relató en un mail inmenso el porqué yo estaba manipulado, aun viviendo
a doce mil kilómetros de mi país de origen. Me hablo pestes del grupo editorial
al que pertenece el diario que yo compraba en papel en aquellos primeros años
en este lugar -y que él también compró mientras vivió su experiencia aquí-. Y
para justificar un supuesto cambio a mejor que él vislumbraba en nuestro país,
me adjuntó una nota de un actor afín suyo en ideología, que explicaba las
bondades del sistema en una edición papel del periódico que me estaba
criticando de leer. La planteé la cuestión y me dijo: “Gordo, sabía que la iba
a cagar con ese ejemplo”. Quizás todos la cagamos.
Por eso extraño el ascensor de mi
casa, añoro el deslizamiento milimétrico del papel de diario hasta finalizar su
recorrido -algo brusco por parte del diariero- en la misma puerta de mi casa.
Lamento la falta de sana competencia con mi padre por acceder primero a la
edición impresa del día. Extraño a todo aquel que iba hacia la oficina con el
periódico bajo el brazo. Extraño que hace cuarenta años atrás nadie blasfemara
tanto como ahora, solo leía el periódico, y aún a riesgo de no coincidir o
enojarte ante alguna nota desafortunada -en redacción o contenido- seguía
leyendo. Porque les recuerdo que soy un animal de hábitos familiares y sigo
creyendo que al leer nos podemos hacer una composición de lugar que nunca la ha
de reemplazar lo virtual y la charlatanería cada vez más altanera de los que
opositan todo el tiempo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario