"Las musas son mujeres"
Simone de Beauvoir
Solemos cometer el error de analizar
o entender culturas anteriores a la nuestra, siguiendo los parámetros de las
sociedades modernas. Es una confusión que tiene nombre, lo definió la
antropología y la denominó etnocentrismo. Se trata de un error quizás ingenuo,
pero que inconsciente o intencionalmente, distintos estamentos de la sociedad
cometen habitualmente. Sin tener en cuenta la neutralidad de la observación, es
factible que los habitantes de siglos anteriores nos parezcan retrógrados. Lo
bueno es que no estaremos vivos para enterarnos de cómo nos han de evaluar o
valorar en el siglo XXII.
Por otro lado, el arte perdona todo
lo humano. Para muchos, lo artístico es el refugio del alma, y es lo que debe
privilegiarse. Pero, siempre hay un pero, muchos (y no son los artistas) utilizan
el arte para estereotipar una ciudad o país, para citar y tentar al turista
masivo, para generar riquezas. Un ejemplo podría ser que al caminar con placer
por las calles de Montmartre, intentamos revivir la esencia del París de los
finales de los 1800 y primeros años del siglo XX. Cuando en realidad, la parte
alta de Montmartre (aislada geográficamente de otros barrios de París), se
había convertido en un antro del hampa de los sexos, parejas de vividores y
delincuentes. Hasta allí se dirigieron los mejores pintores (de hecho la place
du Tertre es inmortalizada como la plaza de los artistas y pintores) para
eternizar la pose tan familiar del impostor, logrando la trascendencia eterna
que aún hoy denominamos bohemia o espíritu libre.
Henri de Toulouse-Lautrec fue uno de
los pintores pioneros de la Butte, al sentar sus reales allá por 1881, con
apenas diecisiete años. El pintor, nacido en Albi, atravesó penosamente años de
reposo, a consecuencia de una enfermedad congénita denominada Picnodisostosis,
que motivó articulaciones débiles, reuma, problemas respiratorios, sangrados,
migrañas y más miserias físicas, como una desproporcionada dimensión que
alcanzan labios y nariz, otorgándole un aspecto repulsivo, sumado a piernas
cortas y brazos recogidos. Su físico pasado los trece años apenas supera el
metro cincuenta, y en su etapa adulta solo logra superar en altura otros dos
centímetros. A causa de la enfermedad, su desarrollo físico y sexual fue muy
lento. En ese contexto se instala en Montmartre, alternando la repulsa o
atracción.
Tanto reposo lo derivó hacia un
interés definido por la pintura, el dibujo y el arte. Sumado a un agudo sentido
de la observación, encontró alivio a sus dolencias en pintar las cosas como
son, sin la lujuria de esos tiempos, sin la impostura del farsante en pose, sin
idealizar, sin arrogancia por su condición de burgués, sin desviaciones. Toulouse-Lautrec
se siente irresistiblemente atraído por la independencia de los valores
tradicionales que reina en Montmartre. Cafés, salones de bailes, burdeles y cabarets
le convierten en un artista de una parte de la ciudad que despierta a la
especulación inmobiliaria, todo el mundo anhelaba asistir al espectáculo de la
bohemia, especialmente el café-concert. París y el mundo se adhirieron a la
Belle époque y fue definida como una etapa esplendorosa.
Frente al etnocentrismo se encuentra
al relativismo cultural como forma de combatirlo. Podríamos presumir que con el
relativismo cultural podemos ponernos en el lugar del otro para entender su
cultura. Tratar de comprender su lógica interna al estudiar los patrones
culturales de la sociedad que estamos analizando. Esto permite suponer que
todas las culturas tendrían igual valor y ninguna sería considerada superior a
otras pues todos los valores son considerados relativos. La Belle époque
alterna conceptos como el de una realidad que imponía nuevos valores a las
sociedades europeas por un lado -como el de ser la sociedad del placer -, con
un atmósfera de decadencia de un pueblo exhibicionista y truculento, y para
otros los prolegómenos entre una lucha por las presiones de la sociedad
industrial -que asfixiaba de inconformismo - con una decadencia moral que ya
era difícil de ocultar. Entendiendo los avatares de la época, podemos deducir
que se estaban gestando cambios intensos que en los comienzos del siglo XX se
traducirían en los momentos históricos más trascedentes desde el origen del
capitalismo y finalizaría con la Primera Guerra Mundial. Pero todos, en
nuestros subconscientes, rememoramos esa bella época con una visión nostálgica
que embellece un pasado que para muchos ya estaba en descomposición y del que
parecemos no recuperados aún.
Y Toulouse-Lautrec fue considerado
el mejor cronista y pintor de ese Paris bohemio de finales del siglo XIX. Logró
sacar el arte a las calles, abandonando al público burgués, e inmortalizó aquel
tiempo que podríamos decir, sin temor a equivocarnos en demasía, dividió al
mundo en dos vidas. Se refugió en la noche parisina para retratar el can-can en
directo, recoger entresiluetas de bailarinas, promocionar los centros de
diversión nocturna y para reflejar la cara no visible de ese frenesí sexual. Y
las mujeres fueron esencial para el desarrollo de su trabajo. Madre, abuelas,
familiares o personal de servicio, fueron retratadas con precisión; pero es con
modelos o prostitutas donde alcanza su máxima expresión. Desde 1888 a 1891
podemos precisar que se aficionó a las pelirrojas, con una palabra que se
asemejaría a obsesión, con el resultado que se enamoró o prendó de casi todas
ellas. Una manera de poseerlas eternamente era pintándolas. Y alternaba en sus
retratos la tendencia a considerar a las mujeres tanto como objetos de respeto
-y admiración- como de explotación. Sus desgracias físicas no fueron
impedimento para ensalzar la belleza y la reflejó al natural. Ningún artista
comprendió como él que el maquillaje, vestuario y gestos conformaban el arsenal
conque una mujer hacia frente al mundo; ningún artista reflejó como él, la
naturaleza de la mujer una vez que se apartaba de ese arsenal para llevar una
vida natural.
No buscaba la belleza, aunque se
enamoraba perdidamente de los cuerpos femeninos. Reflejaba la melancolía o el
más conmovedor de los signos vitales: la naturalidad humana. Nunca despreció el
estilo de vida de las mujeres que pintó. No las interpreta solamente como
incitantes, sino que abordaba sus trabajos con sensibilidad, con el
detenimiento de reflejar los sentimientos de aquellas mujeres que debían
estimular los placeres sexuales de la noche bohemia. Fue su manera de confrontar
esos dos mundos, lo "sucio" fuera, lo "puro" dentro. Y de
enfrentarse con la clase burguesa -de la que descendía-, que difamaba la
prostitución al tiempo que la toleraba si el burgués la ejercía con disimulo y discreción.
Toulouse-Lautrec narró las verdades
del burdel de la manera más humana que alguien pueda hacerlo, captando con
respeto sus sentimientos más íntimos y sus tragedias. En 1892 firmó una serie
de cuatro composiciones en las que capturó el momento de intimidad entre dos
mujeres, una vez acallada las luces de ese Montmartre nocturno. "En la
cama" o "El beso" destacan por sobre el resto. Y la decisión de
escribir sobre Toulouse-Lautrec o el error de aplicar el etnocentrismo a la
hora de valorar o recordar otros tiempos, me vino a la cabeza al devorar un
trabajo de Javier Bilbao, para Jot Down la pasada semana. ¿Qué pintura retrata mejor el amor? fue la nota que me llamó la atención. Más esmero y cuidado tuve
al comprobar que la foto de "En la cama" me atrapó de tal manera, que
no me extrañó llegar al final de la nota y observar los votos de la encuesta
sobre los cuadros presentados. Detrás de "El beso" de Gustavo Klint,
con un 30%, le sigue "En la cama", con un 21%. "En la cama"
fue considerado por el propio autor como "el epítome del placer
sensual", la transmisión de una calma tierna y casta, lo que motivó la
escandalizada resonancia de algunos críticos de la época al tratarse de cuadros
de contenidos lésbicos.
Lo cierto es que "En la
cama" es una de las imágenes más convincentes que puedan existir sobre
cualquier pareja en la intimidad del lecho, y donde Toulouse-Lautrec refleja
una fuerza interior e íntima tan brutal que no se puede terminar de describir. La
misma que reflejó en cada uno de sus afiches que aún circulan por las calles de
la Place du Tertre, adelantándose al tiempo y fijando las bases sobre las que
sostendría la publicidad cincuenta años después, y la demanda turística del
París de hoy. Y las bases que me permiten suponer que es imposible analizar
otros tiempos con mis perspectivas o convicciones de hoy. Para hacerlo es
necesario bucear todas las aristas sociales y aún así, no lograríamos terminar
de fundamentar el porqué de tantos estereotipos que confunden, escandalizan o
clasifican la vida entre aceptable o prohibido en vez de la sencillez de
definir entre natural o impostado, que hace que todo tiempo presente se siga
pareciendo a los anteriores.
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