"Las órdenes eran lo más
importante de mi vida y tenía que obedecerlas sin discusión".
Del diario de cárcel de Adolf
Eichmann.
Alguna vez conté en este mismo blog
un fenómeno curioso que se daba en las rondas de los talleres literarios en que
participé. Ante una temática a desarrollar, la encargada del taller solicitaba
comentarios de los concurrentes. Dependiendo el sentido hacia donde se dirigía
la ronda, te tocaba expresarte de los primeros o entre los últimos. Y casi
siempre he observado una rareza que pensé que solo se daba en estas reuniones:
la opinión del primero suele condicionar a los siguientes exponentes. Para que
se de esa particularidad, el primer orador debe, al menos, mostrar énfasis, firmeza
o convicción en lo que manifiesta. A partir de esa seguridad transmitida, lo
que seguirá será previsiblemente, una serie de opiniones coincidentes.
Lo mismo sucede en los focus group
(grupos focales, en castellano). Esta es una técnica de estudio empleada en las
ciencias sociales donde se estudia las opiniones y actitudes de un grupo
determinado, a quién se le paga u obsequia con algún producto, por brindar su
tiempo a una marca o cliente que desconoce. Como en la mayoría de las veces no
acudes con un libreto estudiado, te enteras del tema a conversar una vez
presentados todos en una mesa de reunión. Allí también suele regir la fuerza del
que se expresa con convicción. Muchas veces, a partir de esa intervención
decidida, el resto se alinea para no arriesgar a manifestar una opinión en
contraria que posibilite, tal vez, que la persona que te ha citado, tenga un
concepto débil o poco interesante sobre nuestra persona. Todos queremos
regresar para obtener un rédito del tipo económico.
Esa postura de seguir a la voz
cantante en un grupo se denomina conformidad. Se da cuando un individuo
modifica su comportamiento o actitud a fin de armonizar con el comportamiento
de un grupo. En estos casos, la decidida opinión de un ser que nos resulta del
todo anónimo, genera una libre influencia sobre nosotros. Si varias voces se
unen a esa primera opinión, resulta agobiante saber que a tu turno, estás
dispuesto a opinar en contrario. Se ejercerá sobre tu persona una presión
íntima que te hará dudar hasta el momento de ejercer tu opinión. Si bien, no
conoces de nada al resto del grupo, un fenómeno mental te obliga a razonar los
motivos por los cuales expresar una voz contraria. Muchos sucumben y continúan
la línea ya desarrollada. Los que poseen convicción, firmeza, creencia o
formación sobre los contenidos a tratar, podrán expresar su punto de vista
contrario. Y si suena convincente su criterio, el fenómeno muta. Ahora los otrora
indecisos, se alinearán sin disimulo a la nueva postura. Suena cómico pero se
da en todo lugar donde se desarrolle una manifestación grupal.
Además de la conformidad, se ha
estudiado otro fenómeno social que denominan obediencia, y que refiere a una
presión similar a la antes expuesta, salvo que en este caso el que presiona o
condiciona resulta ser una autoridad o un status superior. Esta influencia
vigilará la subordinación del subordinado a sus órdenes. Y siguiendo esta
linealidad que los grupos respetan - quizás forzados psicológicamente- experimenten
googlear "obediencia a la autoridad", y verán que más del ochenta por
ciento de los resultados se alinean detrás del primero: Los experimentos de
Stanley Milgran.
La experiencia de la obediencia a la
autoridad en la infancia, el refuerzo social de la obediencia que realizan las
instituciones, el valor de la jerarquía a la hora de la transferencia de
responsabilidades de autoridades superiores a subordinados, nos han condicionado
a ser elementos sumisos en post de una conducta de obediencia. Y la
subordinación plena a una autoridad maligna, puede producir mucho daño. Y
muchas veces, los simples mortales pueden ser los generadores de un dolor
extremo. Stanley Milgran experimentó en la década de los sesenta este fenómeno.
Y se basó en la actitud de un personaje de apariencia normal: Adolf Eichmann,
durante su juicio por su rol durante el régimen nazi.
Eichmann se encargó de la logística
de las deportaciones a los campos de concentración y de la solución final, es
decir el exterminio calculado. Durante su juicio, Eichmann expresó su sorpresa
hacia el odio que le profesaban los judíos, diciendo que él solo había
obedecido órdenes. Para los psicólogos encargados de evaluar las aptitudes de
Eichmann, se trataba de una persona común, si se quiere vulgar, incluso
aburrida, con una vida familiar normal y que no tenía nada en contra de los
judíos. La filosofa judía Hannah Arendt, enviada especial a cubrir el juicio,
retrató este proceso en una serie de artículos que devendrían en un libro
polémico titulado "Eichmann en Jerusalén. Sobre la banalidad del
mal". Este libro le valió críticas y desprecio de la propia comunidad
judía, ya que Arendt precisó que muchos cargos superiores o lideres menores
habían colaborado con el régimen nazi obedeciendo órdenes, y muchos de ellos aún
sabiendo lo que estaban haciendo, cumplían las consignas simplemente para
proteger sus propias vidas.
Intrigado por el comportamiento de
Eichmann durante su juicio, Stanley Milgran encabezó un año después un
experimento en la Universidad de Yale, que conmocionó y escandalizó al mundo:
la mayoría de los participantes del experimento accedían a dar descargas
eléctricas mortales a una víctima si se les obligaba o conminaba a hacerlo.
Milgran puso un anuncio pidiendo voluntarios para un estudio relacionado con la
memoria y el aprendizaje. En total reclutó a cuarenta participantes de entre 20
y 50 años y con distintos niveles de educación. El procedimiento constaba en
que un investigador explicara a un participante y a un cómplice (el
participante cree en todo momento que el cómplice es un voluntario como él) a
probar los efectos del castigo durante el aprendizaje.
Según el investigador, el
experimento en cuestión intenta reflejar cuánto castigo es necesario para
aprender mejor. Determina mediante un sorteo quien será el "profesor"
y quién el "alumno" durante el proceso (el sorteo amañado siempre
determina que el cómplice sea el alumno). Los separan en habitaciones continuas
donde no se pueden ver pero si escuchar. Al alumno lo atan a una silla con electrodos
y debe memorizar una lista de palabras emparejadas que el maestro le ha de
dictar. Luego el maestro dirá aleatoriamente las palabras, y el alumno deberá
escoger dentro de cuatro opciones, la palabra emparejada. Si falla el maestro
le dará una descarga eléctrica que se irá incrementando a lo largo de los
fallos. Para comprender el alcance de la descarga, el maestro debe someterse a
la primera descarga, que no superará los 45 voltios. En un tablero que el
maestro ha de manejar, figura la escala de descargas a utilizar, llegando a los
450 voltios como máxima.
El falso alumno equivocará
permanentemente sus respuestas pero estará desconectado y alejado de la silla
(esto el maestro no lo sabrá). A medida que subía la frecuencia de las
descargas, se escuchaban quejidos de dolor y maldiciones de parte del alumno.
Si el maestro sentía aprensión ante el dolor que estaba causando, miraba al
investigador con la intención de que este remedara la situación, poniendo fin
al experimento. Pero se encontraba siempre frente a cuatro consignas: "Por
favor, continúe", "El experimento requiere que continúe",
"Es absolutamente esencial que continúe" y "Usted no tiene otra
alternativa, debe continuar". La idea inicial de Milgran era cotejar el
nivel de obediencia de un americano para luego contrastar el experimento en la
propia Alemania. Pero la sorpresa fue mayúscula: el 65% de los participantes americanos
obedecieron al investigador hasta el final.
Milgran esperaba encontrar poca
obediencia en EEUU y mucho más cuando repitiera el experimento en Alemania. Los
resultados arrojaron resultados parecidos, aunque los alemanes aceptaron la
autoridad en un porcentaje superior. Con naturalidad, reflejó a la comunidad
científica que la crueldad de los nazis no podía deberse a que los alemanes
sean más obedientes o crueles. La mayor crueldad en la guerra se debía a las
circunstancias. La mayoría criticó esto estudio por pensar que no era ético,
nunca le manifestaron al maestro que no estaba sufriendo los castigos
eléctricos. La mayoría de los voluntarios que ejercieron de maestros, al
enterarse la verdad, se sintieron horrorizados de lo que habían aceptado, el
mayor bloqueo respondió a comprobar de lo que eran capaz de aceptar por una
influencia o por obediencia. Ninguno sufrió daños emocionales posteriores y
ante la encuesta final, a pesar de la impresión por lo vivido, el 84% manifestó
su satisfacción por participar en este experimento.
Milgran concluyó, según la
evidencia, que factores como la distancia emocional con la víctima, la cercanía
y legitimidad de la autoridad y la ausencia de disidentes, determinarán la
obediencia. Se precisó que cualquier persona pueda actuar de forma violenta si
la situación es la adecuada. Por lo que cualquier persona, a la hora de cometer
un acto de crueldad, deba considerarse la situación o circunstancias en que se
encontraba. Cuando el sujeto obedece los dictados de una autoridad, su
conciencia deja de funcionar. Cuando el sujeto manifiesta una personalidad
autoritaria, resultan más obedientes que los no autoritarios, y a mayor nivel
de formación, menor intimidación produce la autoridad. En el experimento no se
detectó diferencias significativas entre hombres y mujeres, eso sí, las mujeres
se mostraron más nerviosas que los hombres.
Todo aquel que leyó alguna vez la
obra de Primo Levi, sabe que el escritor tenía en claro que para calibrar el
"naufragio moral" en la que está encallada la humanidad, debía
observar no solo a los verdugos, sino también a las víctimas. Lo que sucede es
que en malas manos, es una apreciación muy peligrosa. Levi contaba su historia
desde la percepción del testigo, algo que el resto de la humanidad, rara vez se
atreve a contrariar. Levi entonces planteó la ética de otra manera. Dependiendo
de las circunstancias, todos somos capaces de las peores aberraciones. El
escritor turinés siempre reflejó en sus trabajos, el cruel accionar de muchos
de los deportados de los Lager, sobre todos con otros de su condición,
portadores de evidentes debilidades. No sobrevivió el honesto, sino el capaz de
sobrevivir a ese estadio inmoral que se generó en los campos. Es una
apreciación que duele, pero más lastima si no la aceptamos.
Un par de países dominan el planeta.
Sus ejércitos son persuasivos, y los medios de comunicación rara vez enfrentan
a las consignas nacionalistas. Lo hemos visto luego de las torres gemelas,
donde la prensa americana avaló los desvaríos de Bush y sus cómplices para
justificar invasiones que aún hoy, permanecen convulsas en la región de Medio
Oriente. La obediencia y la conformidad son formas de influencia social. El
futuro de la humanidad depende de nuestra capacidad de ser o no obedientes ante
los continuos arbitrios manipuladores de nuestros gobernantes o superiores.
Erich Fromm, filósofo y psicólogo social alemán, más de una vez nos advirtió:
"Podría ser un acto de obediencia lo que trajera a la Humanidad su
final"...
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