"Si el mundo fuera claro, el
arte no existiría".
El mito de Sísifo, de Albert Camus
El problema quizás no sea la
cantidad de información que nos desborda a diario. El problema pasa por la
escasa comprensión que sabemos dar a tanta indicación recibida. Si están en
juego nuestras emociones o simpatías a la hora de descifrar el testimonio, el
proceso es sangrante. Es conmovedora la inocencia humana. Es inquietante la
ignorancia, pero es perturbador recoger indicios de este misterio que es vivir
a través de cualquier manifestación. Y el arte o la cultura no escapan a esto,
por un lado emocionan hasta la sensualidad y por otro, lastiman y obligan a
reconocer el dolor que nos atraviesa en este proceso que es la existencia.
La televisión y luego por contagio,
los demás medios de información o publicidad parecen alejarnos del hombre doliente.
Exitismo, frivolidad o liviandad son los mecanismos para atrapar audiencia. Y
el ser humano opta por sentarse a ver Gran Hermano antes que encarar la obra de
George Orwell, por asociar ambos contenidos. Es más fácil ver por TV como dos
desconocidos intiman ya en la primera noche, sea por instinto animal o por
táctica para que no se les nomine, que desmenuzar la obra del escritor inglés,
que más de medio siglo después parece ser, más que un elemento esclarecedor de
nuestra esencia, un epitafio de nuestra necedad.
El arte o expresión cultural parecen
ser los caminos más apropiados para acceder a todo lo que afecta nuestro ser.
Toda manifestación artística parece ser un fenómeno que no arroja precisiones
concretas o conclusivas. De la observación artística se precisa que hay dolor,
que la pregunta ronda a través del paso de los siglos, pero no se haya la
respuesta. Lo único que persiste es la posibilidad de seguir reconociendo
belleza ante el dolor inicial de una creación. Desde los orígenes de la
filosofía, el arte ha sido la ocasión más propicia para conferir de sentido a
todo lo que nos afecta o nos emociona. El arte nos conmueve, nos permite
recoger experiencias o conocer la compasión. Pero sigue sin resolver la
condición humana. Todo el tiempo se recogen nuestras contradicciones en
lienzos, pentagramas, esculturas o octavillas. El dolor sigue generando
belleza.
Tantas veces la desolación nos ha
dejado sin habla. Los fantasmas diarios del conllevar nuestra existencia nos
puede bloquear, paralizar, frustrar o consumir. Mejora la expectativa de vida,
no descansan los adelantos tecnológicos o científicos, oscilamos mejores y
peores momentos económicos o sociales, pero ante cualquier cambio o progreso,
seguimos experimentando los mismos dolores del alma. Y nos volcamos al arte
para que, si no atinamos con la respuesta, al menos encontremos el placer
estético que genere el vacío o dolor que habita en este mundo. El dolor humano
no cesa de adoptar de nuevos significados o contenidos.
El arte tal vez sólo permita ser
canalizador de la frustración colectiva. El arte se colecciona, se
contrabandea, se revende, se copia, se falsifica. El arte se consume,
enfrentarse a una colección de arte es por un lado, desafiar el vacío
existencial, y por el otro -como una paradoja absurda- movilizar millones en
una actividad hiperconsumista. El que paga millones por un Van Gogh paga por el
dolor sin resolver del pintor holandés o por la irresistible necesidad hedónica
de formar parte de la sociedad capitalista y consumista. Para algunos el arte
tendrá un sentido existencial, para otros exista para aplacar el sinsentido.
Cada expresión artística intenta
reflejar la realidad. El dolor intenta convertirnos en interrogadores incansables.
La historia del universo pasa por el sufrimiento y la historia del hombre por
intentar encontrar mínimas respuestas. El primer interrogante podría ser ¿Cómo
podemos llegar a ser felices si nos la pasamos sufriendo? Santiago Kovadloff,
ensayista argentino, ha considerado al dolor como aquello que irrumpe de manera
brutal o inesperada, enfrentando al ser humano a convivir con ese espacio, ya
que de ese saber sufrir se ha de gestar el porvenir. La verdad de la vida solo
se alcanza en el sufrimiento: "El sufrimiento fuerza el replanteo de la
identidad".
El dolor en el arte presume que se partió de
la desesperación o desconcierto y se llegó a una manifestación que para el
observador es clarificadora o aliviadora. Albert Camus, en El mito de Sísifo
describe lo absurdo de la misión encomendada por los dioses a Sísifo: Empujar
incesantemente una roca hasta la cumbre de una montaña, sabiendo que la piedra
volverá a caer. En un constante recomenzar, Camus interpreta felicidad en el
accionar de ese hombre que vuelve una y otra vez a bajar de la montaña para
reemprender la consigna o fatigoso castigo. El escritor cree divisar en la
revuelta, esfuerzo o lucha, la manera de no aceptar la sumisión. El dolor es
reparador para Camus, y nos lo trasmite con esperanza: define el sufrimiento como
un agujero por el que entra la luz.
El arte o expresión cultural siguen
sin ser del todo clarificadores. Requieren de la subjetividad del que la
contempla. El arte es un fenómeno que rodea al ser humano sin arrojar
explicaciones precisas o conclusivas. El artista se sigue interrogando sobre el
mundo que lo circunda, y las explicaciones que cree observar, raramente lo ha
de satisfacer o redimir. La obra de un artista seguirá siendo una aproximación
a una realidad misteriosa. Lo increíble seguirá siendo que la belleza o la
contemplación desgarradora de esos misterios nos permita, al menos, divisar el
resplandor de esa fuerza oculta que habita en la especie.
"La belleza es un prodigio cotidiano y un lujo de
primera necesidad, casi siempre un proceso de tanteo y transformación, casi
nunca una obra cumplida y cerrada", prologa Antonio Muñoz Molina en El
libro de la belleza, de María Elena Ramos.
Las imágenes habituales que nos rodean nos refuerzan. Belleza y dolor
conforman un vínculo esencial, la idea de belleza mantienen una influencia
significativa en la manera que llegamos a experimentar tanto dolor. William
Butler Yeats, conmocionado por el sacrificio de los patriotas irlandeses que
protagonizaron el Alzamiento de Pascua de 1916, contra la autoridad del Reino
Unido, y dolido por la indiferencia de la sociedad irlandesa de su tiempo,
escribió un poema titulado Pascua de 1916 cuya estrofa final ha inmortalizado
su profecía de que ya nada volvería a ser como antes en la causa irlandesa:
"Una terrible belleza ha nacido".
No sabemos bien la finalidad que
tiene el arte en nuestra vida. Menos sabemos qué función cumple hoy. Es de esperar
que en el futuro, las nuevas generaciones puedan comprender el dolor y lo bello
que resulte de un lienzo, poema o canción que refleje las desventuras de los
refugiados sirios que se hacinan en las puertas de Europa, o se indignen hasta
la extenuación al ver un grabado donde simpatizantes de futbol holandés o checo
humillen u orinen a mendigos. Es en la belleza de los grabados de Goya donde se
reflejan los defectos de la sociedad española de finales de siglo XVIII.
Gracias a Goya podemos comprender la medida del artista, los criterios de su
verdad, la demencia del mundo. En las raíces de ese proceso seguiremos
encontrando el declive de las civilizaciones, y como expresara otro irlandés,
en este caso Clive Lewis (1898-1963),quien en su ensayo El problema del dolor,
arroja una frase de terrible convicción: "El dolor insiste en ser
atendido"...
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