La ciencia se compone de errores,
que a su vez son los pasos hacia la verdad.
Jules Verne
Ayer mismo me acordé de él. Unas
horas después estoy escribiendo sobre su persona. En otro siglo, se encargó de
alimentar nuestras fantasías con una serie de predicciones sociales, que con
otros nombres, finalmente han surgido. Predicciones o análisis, no sé cómo
llamarlo. La cuestión es que este escritor supuso hacia que derroteros nos
llevaría la vida, la ciencia y nuestro propio desarrollo. Quizás le faltó
escribir una novela sobre la táctica que deberíamos implementar para recuperar
la supremacía de la esencia humana por sobre las transformaciones que el humano
ha ido generando. Julio Verne pudo haber predicho tantas cosas, pero lo de ser
presa de nuestro propio desarrollo y de nuestra disección social, quizás no era
tema sólo para la literatura.
Mantengo casi intacta la colección
de libros de Julio Verne. Mi literatura infantil goza de un privilegiado lugar
en la biblioteca de mis padres, en su casa de Buenos Aires. Dispongo de casi
todos sus títulos, la mayoría en aquella simbólica colección amarilla de Robin
Hood. Editada por la Acme Agency, uno siempre asociará una lectura emblemática
con el dibujo de portada de esos libros. El recuerdo también alcanza a Pablo
Pereyra, un argentino que ilustró la mayoría de las fachadas de estos ejemplares.
Gozan de un privilegiado lugar,
simplemente porque gracias a escritores como Verne, Salgari o Dumas, yo
incorporé a mi conducta la increíble e insaciable curiosidad de evaluar y
entender los avatares de la vida, a través de la lectura. Entonces, cada vez
que vuelvo a Buenos Aires, dejo pasar unos días y me encierro a recorrer los
anaqueles de esa biblioteca, y observo desde el vamos, el tentador lomo
amarillo de esas ediciones. Y me vuelve el orgullo de lector iniciático, pero
se contamina con una extraña sensación que supera la ciencia ficción de mis
pensamientos: ¿Por qué será que los niños de hoy no leen a Verne? ¿Por qué será
que los niños de hoy leen poco? Los padres dirán, de manera corporativa, que
sí, que los niños leen. Hablo de volumen, tanto de niños como de lecturas. Y
no, amigos padres, los niños hoy no quieren leer tanto como nosotros. Y
nosotros ya leímos menos que nuestros padres de niños.
Desconozco si los libros de Greg,
Harry Potter, Artemis Fowl, vampiros, Los juegos del hambre o Natacha Pescetti
son mejores que aquellos de Verne. Pero habrá que aceptar que las tendencias
han cambiado. Una de las diferencias más claras con aquella infancia nuestra,
es que la televisión por cable y la tecnología no permiten suponer que la
lectura estática ha de ser tentadora. Los niños son visuales en estos tiempos.
El ojo de una criatura se ha vuelto tan exigente, están atacados todo el tiempo
por imágenes fuertes, y el concepto de fantasía se lo ha apropiado la acción de
los videojuegos o películas. Es por eso que el Capitán Nemo no puede competir
contra los efectos especiales de la Masa o Jurassic Word.
Nosotros sabíamos que los elementos
fantásticos de los libros no era real. Pero leyendo la narrativa de Verne, nuestros
adultos nos advertían que lo escrito entre 1840 y 1900, había sucedido. De
niños leíamos casi todos lo mismo, pero a diferencia con el hoy, no nos
hartábamos al poco rato. Y Verne era osado pero verosímil. El escritor francés
nos transmitió una nostalgia hacia adelante: con un escrito elaborado un siglo
antes, nos permitía sentir añoranza por adivinar más del futuro. Este futuro
que a cada minuto se vuelve presente, y de tan presente, pasado imperfecto.
Muchos niños le deben a la
literatura sus aficiones de adulto. Muchos de aquellos infantes del siglo XX,
además de devorar la literatura positivista de Verne, pusieron el punto de
partida para adentrarse en el mundo científico o explorador. Existen infinidad
de vidas que dieron existencia a predicciones del escritor de Nantes, bebiendo
de su imaginario. Muchos de los avances de propulsión eléctrica en submarinos,
se lo deben a la lectura de las aventuras en el Nautilus. Yuri Gagarin, pionero
de los astronautas, reconoció que había sido Verne quién influyó para decidirse
por la astronáutica. El explorador irlandés Ernest Shackleton se empeñó en ser
el primero en cruzar la Antártida de punta a punta: cualquier asociación con
Las aventuras del Capitán Hatteras es lógica. Nelly Bly, pseudónimo que utilizó
la periodista Elizabeth Jane Cochran, cubrió un reportaje sobre la novela
"La vuelta al mundo en ochenta días", cubriendo las 24.889 millas de
travesía sola, en 72 días, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos.
¿Y cuál era el secreto de Julio
Verne? No era un genio ni sus predicciones partían desde la alquimia o magia.
Verne fue un excelente lector, y por eso curioso. Como el mundo ya era vanidoso
en aquellos tiempos (vaya varapalo para nosotros, que creemos que la vanidad es
un descubrimiento reciente), cuestionó a una ciencia que consideraba que todo
estaba ya descubierto y confirmado. Investigó, leyó, cuestionó y se preguntó. Y
abrió infinidad de nuevos mundos, casi sin moverse del gabinete de trabajo de su
casa. Prestando atención se convirtió en el escritor de anticipación. Y es una
verdadera pena que sus libros descansen en los anaqueles hace tantos años.
En Julio Verne reconozco el origen
de mi curiosidad y conocimiento. Un escritor que compartió siglo con Balzac,
Dickens, Dumas, Tolstoi, Flaubert, Poe, no puede ser considerado como escritor
para niños o adolescentes. Consiguió que sus libros se leyeran de un tirón, y
que nos anticipara un mundo real a través de una imaginación distinta, la
estudiada. Hace casi una década que había frenado mi impulso porque
adolescentes se adentraran en ese magnífico mundo. La última vez, tenté a mi
pequeño sobrino. Espero fervientemente que esta literatura, que ahora ya no es
de anticipo, consiga prender en los jóvenes. En un mundo algo desgastado por el
aburrimiento de los continuos avances, sería importante que los libros de lomo
amarillo volvieran a seducir las mentes venideras. Sería una buena manera de
crear futuro.
PD: Esta entrada quizás esté
generada por mi convivencia con el mundo de los jóvenes en tan diversas edades
(niños, adolescentes y universitarios). Con la tecnología al alcance todo el
tiempo, creo ver que la imaginación se ha mudado al aburrimiento, y a la continua
crítica hacia el pasado. Y los nuevos universitarios creen descubrir el impulso
en estas épocas, pero si fueran astutos se darían cuenta que Paulo Freire o Jean Piaget, por ejemplo, son científicos
tan adelantados que han muerto al menos, el siglo pasado...
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