"La causa real y determinante
que ha hecho perder el poder a los hombres ha sido siempre el haber llegado a
ser indignos de ejercerlo."
Alexis de Tocqueville.
Hay palabras que simbolizan más de
lo que luego representan. Existen términos que creemos utilizar en su máxima
expresión y solo queremos quedar bien al pronunciarlos. Infinidad de vocablos
pasean por nuestro discurso, sin saber su verdadero concepto. Conocemos voces que las sociedades pregonan como
ideales y apenas les da el cuero representar.
La palabra “democracia” está en boca de todos, pero no en todas nuestras
actitudes. Casi siempre consideramos que los demócratas son los nuestros, y los
otros, son los que la bastardean, condicionan, peligran o denigran. Demócrata
quiere ser aquel que lo grita a los cuatro vientos, y suele ser el que lo
practica sin gritarlo ni anunciarlo, aceptando las normales vicisitudes.
No es sencillo vivir en democracia.
Ser demócrata es respetar la opinión del otro, convivir en el disenso, respetar
las leyes, dar ejemplo y ofrecerse como modelo. Y ejercitar autocritica. Y no
es sencillo reunir tantas condiciones. Democracia no es sólo un ideal, es
también un valor personal. Todos coincidimos en definirnos como demócratas. Y
en creer ser mejor demócrata que nuestro vecino, sólo porque aquel piensa
diferente. Nos enoja tanto que piensen diferente, le damos una gravedad extrema
al punto de considerarlo traición. Por otro lado, empatía es identificarse con
alguien y compartir sus sentimientos. ¿Pero de que sentimientos hablamos? ¿Qué
fenómeno extraño ha sucedido que si alguien expresa algo que nos gusta es
empatía, pero si al poco tiempo expresa algo que podamos disentir, sea motivo
divergente o de calumnia? Quizás seamos una sociedad cada día más infantil, más
inmadura.
La democracia nos debería permitir ser ciudadanos libres. En otras épocas se ha peleado con pasión por la libertad. Hoy la pasión parece concentrada en el egoísmo o individualismo. Y en un enfoque social donde la falta de educación y de formación, constituye el caldo de cultivo para la instauración de prácticas de caudillaje, quienes amparados en el déficit educativo de la ciudadanía, desarrollan un mensaje autoritario fácil de asumir por la masa, ya que carece de conciencia crítica para comprender el significado despótico de las propuestas del poder. Entonces, creen que esas deficiencias son normales en la democracia, que la arbitrariedad forma parte del acto de gobernar.
Como reflejo de los que gobiernan, la ciudadanía ha perdido el respeto a toda forma de vida distinta y se ha vuelto tirana, no hay otra manera de explicar porque a algunos les parece normal que haya gente, que se dice militante, que irrumpa en espacios públicos para pedir que reconsideren el voto; que el orador que invade un medio de transporte público esté en condiciones superiores de saber que sólo su voto es el correcto, razonado o comprometido. O recibir cartas en tu domicilio o en tu trabajo tratando de incidir emocionalmente en un derecho privado, que es el sufragio. Si no fuera peligroso, podría quedar como una contingencia graciosa o el proceder de un ignorante que se cree pícaro. Y no es cuestión de que unos se enojen y los otros me apoyen. Las sociedades de hoy están dispuestas a dañarse mutuamente con las mismas carencias morales. Perseguidores perseguidos.
Como reflejo de los que gobiernan, la ciudadanía ha perdido el respeto a toda forma de vida distinta y se ha vuelto tirana, no hay otra manera de explicar porque a algunos les parece normal que haya gente, que se dice militante, que irrumpa en espacios públicos para pedir que reconsideren el voto; que el orador que invade un medio de transporte público esté en condiciones superiores de saber que sólo su voto es el correcto, razonado o comprometido. O recibir cartas en tu domicilio o en tu trabajo tratando de incidir emocionalmente en un derecho privado, que es el sufragio. Si no fuera peligroso, podría quedar como una contingencia graciosa o el proceder de un ignorante que se cree pícaro. Y no es cuestión de que unos se enojen y los otros me apoyen. Las sociedades de hoy están dispuestas a dañarse mutuamente con las mismas carencias morales. Perseguidores perseguidos.
La democracia debería ser un
conjunto de determinadas formas políticas que diriman una sana contienda en
aras de mejorar la soberanía popular. Como principio básico deberíamos aspirar
a la igualdad de condiciones y que el honor de ocupar el máximo cargo sea
accesible a un proyecto; y que la alternancia de ideas alimente la grandeza de
un sistema democrático. Que en la sucesión de las alternancias se enriquezca la
convivencia, que si lo votado no resultó tal lo previsto, se vote otra cosa a
la siguiente oportunidad. Que sepamos que los errores se deben remediar en
democracia, no en la eterna decisión de que un sector se considere el único
barómetro de lo que se debe hacer.
En esta situación donde prevalece el
egoísmo e individualismo, donde la convivencia sólo es aceptada si el otro
piensa igual a mí, caemos en la posibilidad de creer que la democracia es la
tiranía de la mayoría. “Si no les gusta este modelo, formen un partido
político, preséntense a las elecciones, ganen con mayoría y luego hagan lo que
quieran”, retumba en la memoria colectiva. Fue una frase desafortunada que
alguien simbolizó, pero que podría estar en boca de todos. La democracia es
gobernar y escuchar al mismo tiempo las voces disidentes. La democracia es un
procedimiento donde se toman decisiones colectivas. A la hora de tomar una
decisión de un grupo de iguales, siempre que no haya consenso o unanimidad, la
opción mayoritaria se impondrá a la minoritaria. Pero si en la sociedad existen
sub grupos bien delimitados es probable que las mayorías dañen a las minorías,
por ende, a la misma sociedad.
Sigo sin tener claro que todo lo que
apruebe solo la mayoría absoluta deba ser aceptado como concluyente. Las
decisiones compartidas por muchas personas, por diversas ideas, tienden a ser
más sensatas. Tampoco parece claro que las decisiones de una mayoría absoluta
proporciones bienestar al mayor número de personas posibles. Y en los evidentes
casos de corporativismo de las mayorías, un número elevado de sus votantes no
deben estar satisfechos con esa arbitrariedad, pero se lo callan en una actitud
cómplice, mientras nuestros representantes levantan y bajan la mano según
conveniencia partidaria. Las últimas experiencias parecen demostrar que la
democracia se pervierte a la hora de conseguir mayorías absolutas.
Y en el momento de estas mayorías,
se profundiza un problema evidente en las sociedades. Bajo la influencia de los
absolutismos, la democracia oculta la apatía de los habitantes que no se
enteran que ellos han dado vía libre a ese símil de tirano. Inmersos en sus
quehaceres y miserias diarias, abandonan sus libertades en manos de “su”
mayoría, renunciando a defenderlas o cuestionarlas, como si a lo de uno nunca
debiera cuestionársele. Generalmente, este tipo de votante confunde la acción
de un gestor del Estado, con la acción paternalista, protectora o dominante del
gobernante. No necesitamos caudillos
para gestionar liderazgos. Ser líder no
es equivalente a tratarnos como hijos indefensos. Entonces los gobernantes han
optado por no decirnos que proyectos ejecutarán (porque nosotros tampoco ya
preguntamos), solo se limitarán a la falacia de asegurarnos que todo lo que
hacen es para cuidarnos, protegernos o
proporcionarnos felicidad. Creen que nos dicen todo y siguen sin decir nada,
solo marketing y oportunismo.
Estamos condenados a la revancha
permanente. A la hora de la caída de un largo modelo, los anteriores agresores
expresarán su azoro por las agresiones del antes agredido. Unos y otros esperan
agazapados el inminente error, que siempre llega. Cada uno se indigna con
énfasis por el error del otro, pero nunca le escuchamos la mínima crítica hacia
los suyos. Y así vamos, degradando la convivencia y mal usando una palabra que
es añorada cuando se ha perdido y mal interpretada cuando de ella se abusa:
democracia.
Si se quiere resolver este dilema,
la solución está en el verdadero uso de la democracia. Si seguimos considerando
el poder como un régimen, continuaremos en la senda de los fracasos. La
respuesta no es solo institucional. La democracia es una construcción colectiva
y el problema es que estando en una postura egoísta particular, nos impide recordar
que la igualdad es la base del sistema. Sin igualdad y responsabilidad,
seguiremos frecuentando la impotencia. Y seguiremos agrupándonos bajo ese particular
estilo de solo frecuentar lo que nos simpatiza, que a la larga nos priva de la
perspectiva de reconocer que estamos en caída libre y por propios méritos.
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