“Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana…”, las
historias no comenzaban por su principio, sino por el episodio cuatro. La fecha
clave: el 21 de mayo de 1977. Apenas iniciada mi segunda década en este planeta
aún no desgastado, sin conocimiento formal de cambios climáticos, efectos
invernaderos, perestroikas o globalización. Aún no me enteraba de los derechos
humanos, desapariciones, represores o subversivos. Pero tuve conciencia del
miedo al sentarme frente a una pantalla de cine y ver el estreno que todos
comentaban. Un cartel que se desplazaba a través de la galaxia me hizo saber, a
los apurones, que la República Galáctica estaba sumida en el caos de una guerra
civil y dominada por el lado oscuro; pocos minutos después me sobresaltaría
como nunca entonces, al escuchar por primera vez la respiración de Darth Vader.
Para un chico de mi edad, era la primera experiencia de enfrentar
al miedo. No el temor a la oscuridad de la noche, apurones infantiles,
resfriados con o sin fiebre o a la ausencia momentánea de mis padres o tías.
Miedo racional, comprender que el mal es un poder que domina o demora al resto.
Alarma al insinuarse que el bien no suele triunfar siempre, como nos contaban
en los cuentos. Sorpresa por comprender que el bien y el mal alternan en
proporciones parejas y en las mismas personas. Asombro a temer a una máscara, a
no poder adivinar un rostro. Y atiné a enfrentarlo o soportarlo sentado casi al
borde mismo de la butaca. La mera insinuación de la aparición de Darth Vader
convulsionaba mi existencia. El resto del film era tolerable, pero dos cosas escapaban
de mi control: esa maldita respiración y la música del ta-ta-ta-tan-ta-tan que
le acompañaba. Con el tiempo me enteraría que esa música era la Marcha Imperial,
de John Williams. Y treinta y ocho años después, muy a pesar de los amantes del
culto a Star Wars, considero que la música no solo fue esencial, sino lo mejor
del film.
Darth Vader se convirtió en el villano más poderoso del cine. La
saga histórica luego nos iría situando sobre los vaivenes emocionales de esta oscura
figura, que en un principio fue uno de los más prometedores Jedis. Cada
intervención de este personaje de negro era acompañada por su escalofriante respiración,
por su voz metálica, por la oscura fuerza que irradiaba y por una banda de sonido,
que vendió la friolera de más de cuatro millones de copias. Esto debería sonar
como un detalle impensado, el disco es puramente orquestal. Obró el milagro de
convertir la esencia de la música clásica, en popular.
John Williams es la segunda persona más nominada en la historia de
los premios Oscar. Sólo lo supera Walt Disney. Obtuvo 5 estatuillas (El
violinista sobre el tejado, ET, Tiburón, Star Wars y La lista de Schindler) en
49 nominaciones, sumándole 4 Globos de Oro en 21 propuestas y 6 Grammy de 59 candidaturas. En 2005, el
American Film Institute eligió la pieza musical de Star Wars como la mejor
banda sonora de película norteamericana de todos los tiempos. Hace unos meses
Williams ha confirmado, que a los 83 años está preparando, luego de resistirse
bastante, la banda sonora para la séptima entrega de la saga.
Retornando a aquel año 1977, fue la explosión de la música disco
representada por otra película, en este caso "Fiebre de sábado por la
noche". "Stayin' alive" o "Night fever" de Bee Gees
inundaría las discotecas y nuestros bailes de escuela primaria. "Moody
blue", último disco en estudio de la
leyenda Elvis Presley, fue publicado en mayo de ese año. Canciones de Chicago,
Barbra Streisand, Mary Macgregor y David Soul arriban al número 1 en los
Estados Unidos. "Hotel California", de Los Eagles sería el mejor disco del año."
Knowing me, Knowing you", de ABBA dominaba el
ranking inglés. Entre ello, un LP puramente sinfónico
se convierte en la grabación más vendida de la historia, rescatando al género
como arma de impacto en la industria del cine. Ha logrado hacer comercial la
música orquestal.
La película enloqueció el concepto del marketing y de industria
asociada. Nada fue igual luego de la destrucción de la Estrella de la Muerte.
Tras recuperar parte del aliento, la tranquilidad ante la inminencia de luces que se están por encender en el cine,
contrastó con esa respiración profunda que se siente pero no se ve, confirmando
que no se terminaba la ira en ese ataque de "Una nueva esperanza". Ni
la ira, ni los comics, ni los muñecos, ni los cromos, ni los juegos, ni las
naves, ni las maquetas, ni las camisetas, ni la promesa de una trilogía que con el
tiempo serían seis, y en este año el séptimo episodio, el próximo 18 de
diciembre.
Star Wars lo cambio todo. Por primera vez se insertaron escenas en
movimiento generadas por un computador. Revolucionó la historia del cine, los
efectos especiales fueron en serio a partir de George Lucas y Steven Spielberg,
apiadándonos de nuestros mayores que creyeron ver el futuro a través de los
efectos de "Con la muerte en los talones", "King Kong" o "Flash
Gordon". El cine permitiría crear todo lo posible, y lo que no nos
imaginaríamos. Y el cambio fundamental, que hoy casi nadie recuerda, fue que
entregó las salas de cine a los adolescentes. El cine dejaba de ser tema de
adultos o films de dibujos para niños, de esta manera se gesta el cine moderno.
La memoria suele ser engañosa, terminamos subliminando o
dimensionando gestas que no han sucedido. De las seis películas de Star Wars,
sólo disfruté el sufrimiento de la primera, las dos siguientes me atraparon
pero menos. La segunda trilogía me encontró adolescente llegando a adulto y las
vi por solidaridad con aquel viejo momento de inocencia, pero me resultaron
infantiles y tediosas. En los tres casos acompañé a amigos devotos de Star
Wars. Y lo hice porque sabía que el mundo se seguiría transformando a través de
estos Jedis, que una nueva historia, seguiría cambiando la forma de hacer cine.
Y no quise perdérmelo. Y lo más paradójico, guardo culto a una zaga que no
trata de buen cine, pero sí de la emoción de descubrir mundos internos.
En esta séptima entrega acompañaría a un amigo que quiere prolongar su
devoción por el género a su hijo de siete años, para experimentar como se
propaga de un asiento a otro. Examinaría de costado el esfuerzo del niño por
leer aquellas letras amarillas, que se deslizan inclinadas por sobre las
estrellas. Acecharía la piel de gallina de la criatura al vibrar en el cine los
acordes de la nueva "The force theme" que John Williams genere. Me
gustaría observar al final del film, en la mirada de ese niño, toda la sorpresa
y euforia de aquellos míos. Me agradaría escuchar que aquella increíble frase
"que la fuerza te acompañe" tuviera su símil, que permitiera un nuevo
cambio, para que estos niños vean el futuro como una puerta que se abre y
modifica el presente, que con demasiados "efectos," necesita más que
nunca que alguien contraataque...
No hay comentarios:
Publicar un comentario