"Denunciar no siempre es porque
se tiene odio a una persona o profesional"
Niklas Luhmann.
De un tiempo a esta parte, domino
mis reacciones iníciales ante el material que pueda llegar a leer. Si se trata
de contenidos o declaraciones sobre política, he de tener en cuenta la
ideología, tendencia e intención del medio. Si una vez que leo, tengo la opción
de acceder a un audio, en los casos que se tratan de polémicas declaraciones,
tanto mejor. Luego de digerir bien el momento, me lanzo a sostener mi opinión,
que no tiene porque coincidir con la fuente utilizada. La caza de brujas, si
bien en descenso, sigue vigente. Los defensores de las ideologías están atentos
a que no vayas a ofender a su gurú. Han de relativizar cualquier tipo de
sospechas o denuncias a una maniobra del informante. Es sistemático.
Los medios tienen parte de la culpa.
Nos han acostumbrado a que ellos piensan por nosotros. Lo que sabemos en
general del mundo, lo sabemos por los medios. Nuestra percepción suele ser
bastante estrecha, nosotros dominamos nuestro día a día y a lo sumo, parte de
nuestro entorno. El resto de lo que conocemos, generalmente nos lo han dicho. Parte
de nuestro discurso está apoyado en los distintos medios periodísticos o
referentes culturales en los que
confiamos. Siempre la información se sostuvo con una dosis necesaria e
imprescindible del propio razonamiento, que te permitía confirmar que la
información que te ofrecían era fiable y creíble. Los medios tienen parte de la
culpa, pero la gran parte de esta terrible desconfianza se da porque hemos
dejado de razonar. Alguien nos grita en la oreja que nos están ridiculizando,
mintiendo, alejando de un supuesto referente, de un ideal.
Y nosotros hemos bajado el listón a
un nivel preocupante. De tan preocupante, que podemos adivinar la curva de
descenso en el plano de la evolución. Nos instalamos en una franja de
comodidad, que no nos permite desarrollar un pensamiento o descubrimiento de
índole personal. Tengo amigos que cuando opinan, repiten de memoria frases de
sus dirigentes políticos afines. Este fenómeno se da principalmente a la hora
de defender nefastas gestiones. Y lo hacen de dos maneras, una de ellas de
forma violenta o irracional, porque no lo podemos definir como énfasis. Y la
otra, con un tono de condescendencia, como apiadándose de nuestra ignorancia. No
sé cual es peor, cual me da más tristeza.
Si se te ocurre cuestionar un
supuesto caso de corrupción, te saltan a la yugular y te advierten que han
hechos cosas muy buenas para la sociedad. Comenzamos por la remanida excusa del
servicio a las clases bajas y te quieren condicionar, casi amedrentar, con la
carta supuestamente más poderosa, la defensa encendida de los derechos humanos.
Este tema suele despertar tabúes o recelos. Es difícil sostener una convicción
crítica ante un tema tan sensible. Pero la corrupción o la selectividad para
estimar los derechos humanos es tan burda, que con un poco de razonamiento
personal podrías destruir el castillo de naipes construido a través de ese
derecho esencial, al que todos adherimos, pero apenas algunos observan que no
se relaciona con la contundencia que tiene la definición de derechos y sobre
todo, que debería abarcar a todos los humanos.
La resistencia está plagada de
lugares comunes. Se advierte una increíble obstinación a que nos piensen otros,
realizan encendidas defensas pero no con la convicción de sus tesis para que te
adhieras a su modelo de pensamiento o filosofía de vida, sino para no oses
cuestionar el proyecto que han elegido. Pero para defenderse, suelen cuestionar
tu inteligencia. Suelen mirarte de costado, suelen apiadarse de vos, porque no
comprenden que puedas cuestionar un discurso o un relato. Si es tan fácil repetir
palabras de otros, tan fácil que hacen imposible o innecesario agregarles palabras
o ideas propias, incluido voces de disidencia.
Las frases comunes y los tópicos nos
han convertido en seres dóciles, acomodaticios. Y la tecnología nos hizo
agnósticos. Damos tantas cosas por supuestas, nos volvemos cómodos al aceptar
punto sobre coma lo que nos defina un medio o el poder gobernante de turno. No
vislumbramos una frase fuera de contexto, dejamos de percibir las chicanas del
discurso, perdimos noción de la palabra excusa, las mentiras nos suenan a
verdades, nos sostenemos en la imagen o en el texto de otro. Cómodos, pero de
tan holgados, nos han manejado de una manera tan sutil, que con la argucia de
la palabra, se llaman independientes.
Esta el razonamiento tan demode, que
no advierten el riesgo de ser un ignorante informado. Esta civilización está
optando, sin la mínima resistencia, a descartar la inteligencia personal, en
aras de una inteligencia artificial. Estamos renunciando hace tiempo a las
personas inteligentes, reemplazándolas por "cosas" inteligentes. Nos
despiertan, nos recuerdan cumpleaños o alegorías, nos actualizan la información
"esencial", nos convierten en meros acompañantes en las cadenas de
producción, razonan los guarismos en las tablas de excel, nos retocan las
fotografías para que parezcan de otra manera, nos privan del ejercicio de la
memoria porque es más cómodo googlear que recordar, nos envían a domicilio los regalos
para nuestros seres queridos, nos regulan el ejercicio corporal al ritmo de una
música, nos alejan de nuestros ancestros a la hora de criar a los hijos,
reemplazándolo por libros o por pediatras que rotan permanentemente a causa de contratos
temporales o de baja, y antes de rotar, rompen con aquellas tradiciones
ancestrales.
Nadie defiende que pensar es
interrumpir. Es que interrumpir suena tremendo, tenemos el día regulado por
demandas y obligaciones. El arte de la lectura es impráctico, lo hemos
confirmado: estar sentados solos y sólo leyendo es improductivo. Si en los
diversos links de la 2.0 ya viene resumido el ideario en pocas líneas. El
pensar es esencial, porque al pensar estás logrando estar solo, y así nos
podemos alejar o ausentar de los entornos. Al estar solos y ejercitar la razón,
podemos armonizar y estar de acuerdo con
uno mismo, aun cuando te puedas equivocar en tu percepción. Los de hoy te dicen
en cadenas oficiales o medios empresariales que todo es culpa nuestra por haber
confiado en los del pasado. Y dentro de poco, otros te repetirán lo mismo, pero
ya habrás perdido otra década por los distintos manipuleos.
La mejor censura es aquella que
parece invisible. El poder tiene la notable capacidad de parecerse a un
ilusionista. Te muestra la mano, que parece abierta destinada a un saludo o a
recibirte, pero al mismo tiempo es un puño cerrado para atraparte o lastimarte.
El antídoto solía ser el pensador, el filosofo, que no se situaba en ninguna
acera, tenía su propia arteria para circular y denunciar la posición del puño
del poder o medio. El filosofo tiene una enorme diferencia con el resto de la
gente. No se trata de la inteligencia solamente, sino que cuenta con un valor
distintivo, no tiene miedo a pensar o cuestionar. También cuenta con la
capacidad de reformular, o de admitir. Y los filósofos se están retirando, o
están siendo reclutados por el poder.
Hace unos años me acerqué al
cumpleaños de un buen amigo que no se había destacado por su implicancia
política o militancia. No recuerdo en el pasado una sola mención sobre política,
su vida pasaba por sus estudios, el fútbol, su familia y los amigos. Pero de
repente, se adhirió con bríos al oficialismo y a sus relatos. En ese cumpleaños
recibió infinidad de libros, el mío incluido. Pero los de sus amigos, de su
misma línea "de pensamiento" eran libros de la militancia, a los que
mi amigo recibía con pasión, porque podía seguir informado sobre el fenómeno
increíble de "transformación" y "dicha" que experimentaba
el país. Los iba a leer todos, era difícil cuestionar su actitud, pero el
problema era que leía lo que él o los demás, necesitaban que leyera. Yo le
regalé "Almas grises" de Philip Claudel, cuyo argumento se alejaba momentáneamente
de los estragos o sismas de la política (en este caso tras la Gran Guerra) y se
dedicaba a retratar los estragos morales de una población destrozada por el
miedo o el dolor. Cien años después mantenía una increíble vigencia. Espero que
haya leído mi regalo, que haya tenido tiempo entre tanta biografía oficial. Y a
mi amigo, decirle que he regalado más de un "Almas grises", para que
nadie se sienta aludido.
Los filósofos están en retirada o
acunan polvo en biblioteca que nadie lee, que adornan bien la sala. Siempre
recuerdo con una sonrisa el descubrir la biblioteca de mi primo, aquí en el
País Vasco. Alternaba libros bien colocados, con otros del revés. Le pregunté a
mi primo si se trataba de una estrategia para recordar lecturas. "!Que vá,
los compre a peso y los habré acomodado mal!", la hilarante respuesta. A
la hora de la reflexión, somos perezosos y cómodos, seguimos siendo niños.
"Prefiero una libertad peligrosa que una esclavitud tranquila",
reflexionaba un empolvado de los estantes de las bibliotecas, y tan poco utilizado,
Jean-Jacques Rousseau. El ojo clínico está abandonado, y los grandes pensadores
descatalogados.
Hace bien poco, en una de esas
improductivas discusiones de grupo de wassap, a mí se me encendieron los
colores criticando al kirchnerismo. En realidad, atacaba sin contemplaciones el
plano moral y ético que creo que es falencia en ese movimiento. Un amigo, muy
preparado, me planteó una duda fuerte. Él siente que pueden estar mintiendo en
tantísimos asuntos, pero que en definitiva, conoce mucha gente preparada e
inteligente, que son afines a sus ideas. El letargo en que vivimos nos hace
dudar de lo más elemental: si la persona es preparada o inteligente, debe tener
razón. Y lo que no se percató mi amigo es que la inteligencia no es un valor a
la hora de adherirse a una ideología, todos estamos proclives a equivocarnos.
Pero ante el supuesto de que el otro, por gozar de énfasis o estar preparado,
debe tener razón, es uno de los motivos de este estado de semi abandono.
Nos gusta pensar que Adolf Hittler
fue un monstruo inhumano. Solemos reducir su supuesta ignorancia y
resentimiento a lo que su paso ha generado. A Hitler lo ha sostenido un pueblo,
y lo han blindado unos colaboradores por demás inteligentes. Sedujeron y
reclutaron a gente como nosotros. Nos cuesta afrontar la realidad porque nos
convierte en seres vulnerables, donde la épica bien dirigida y el sentimentalismo
ideológico nos hicieron proyectar el paraíso, para luego confrontar que éramos
testigos del verdadero infierno. Perdida la lucidez, no resultaba fácil
cuestionar el pensamiento, no estaba bien visto ver las cosas desde la vereda
de enfrente. En estos casos posicionarte desde otra perspectiva te hacen creer
que es enfrentarlos, no implicarte. El pensador o filósofo va por libre, los
que adhieren son solo militantes. Pero la historia siempre se repite, a quienes
persiguen los modelos es a los pensadores que no se adhieren a nadie, solo a
sus ideas, que varían.
Un filósofo, pensador e historiador
viven de su capacidad de analizar y de su memoria. El hombre común no guarda un
gramo de memoria. Entonces te pueden contar una historia que has vivido,
otorgándole una épica que no existió. Si no guardamos memoria, la historia
puede reconstruirse eternamente. Sin memoria, se pierde parte de la verdad,
dejamos de ser testigos para ser sumisos. Sin memoria, necesitamos de lo que
nos digan los otros, y para qué queremos de la memoria si está la TV o el acto
político, que nos brinda el apelativo de "opinión pública". ¿Acaso
hemos cuestionado alguna vez si en verdad lo que dicen es de opinión pública o
de mero interés comercial, económico, político o corporativo?
El pensador se debe a la verdad, y
lo paradójico es que para defender la verdad debe ir contra los testigos de una
supuesta verdad. El filósofo no piensa cosas distintas de lo que piensan el
común de la gente. Lo que lo distingue es que piensa de otra manera, llegando
al límite de lo que una idea se puede razonar. He escrito un par de entradas
vinculadas a los pensadores, "Por el pasado llorarás" y "No hacer el bien ya es un mal muy grande". Cada tanto he de volver a insistir
con el tema, no podemos seguir siendo dóciles e inmaduros. Para algo somos
adultos, y al menos a mí no me representa que me llamen "opinión pública",
pero tampoco que me encuadren en un "todos y todas"...
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