"Si vas a casa de
alguien y no tiene libros, no te acuestes con esa persona".
John Waters, cineasta.
A principio del siglo
XVI surge en España una corriente literaria que fue denominada algo así como,
literatura de matrimonio. Estaba orientada a la población femenina, pero lo
curioso de este fenómeno es que no estaba destinada a las mujeres, sino a las
personas a cargo llamados los "formadores de mujeres", es decir sus
confesores o profesores. Estos reflejaban un modelo destinado a la educación,
el comportamiento y el desenvolvimiento en el futuro matrimonio.
Los escritos
reflejaban las actitudes con los que las mujeres debían afrontar frente a la
sociedad. Autores como Juan Luis Vives, Juan de la Cerda, fray Luis de León o
Pedro de Luján, tenían una idea generalizada de cómo debía encararse la
educación de las mujeres. En 1523, el humanista Juan Vives aconsejaba a padres
y maridos, que no permitieran a sus hijas o esposas leer libremente. "Las
mujeres no deben seguir su propio juicio dado que tienen bien poco",
reflejaba un concepto extendido, que suponía que la mujer era concebida como un
ser débil y frágil, algo así como una menor de edad toda la vida. En los
últimos cincuenta años la mujer ganó un terreno abrumador; según encuestas, el
ochenta por ciento de los lectores son mujeres.
Aquellos moralistas
españoles del siglo de Oro mostraban a la mujer con dos abstracciones: por un
lado la encarnación del mal, representado por la pecadora Eva; por el otro, la
ejemplificación de la bondad que podría portar el género femenino a través de
María, virgen ella. Dejado de lado el contrasentido de que una mujer era
pecadora o virtuosa, todos los "estudiosos" coincidían en que la
mujer tenía en su rol la facultad de "ser pacientes para sufrir a sus
maridos, madres amantes de sus hijos, amables con sus vecinos, prudentes en
materia de honor y ofrecer buena y honesta compañía para sus esposos".
La autoridad o
potestad del hombre reforzaba desde la antigüedad el concepto de patriarca de
la familia, lo que le otorgaba al varón determinaciones tales, como la línea de
descendencia o derechos de la primogenitura, mientras que la mujer debía
mostrar sumisión y obediencia hacia su esposo, consolidando un poder exclusivo
en el hogar.
En la misma época,
Erasmo de Rotterdam si bien coincidía en
la educación fundamental de la mujer para subsanar la fragilidad del género
como atributo de inferioridad, llegó a matizar que se debía contar más con la
indulgencia que con la severidad para conseguir la armonía conyugal. Erasmo
consideraba que la mujer debía ser instruida no solamente en labores
domésticas, sino que debía acercarse al conocimiento filosófico o académico.
Algunos autores, humanistas, discutían sobre la participación de la mujer en la
esfera pública y en ámbitos como el de las letras. "No veo porque los
maridos temen que sus esposas sean menos obedientes si estudian", se
preguntaba Erasmo. Hoy en día, el 61% de los estudiantes Erasmus son mujeres,
al menos en la "misma" España que recibía otrora los escritos de
Vives.
Más cerca en el
tiempo, digamos en lo mediado del siglo pasado, era costumbre advertir a las
mujeres casaderas que reprimieran el afán de leer, ya que el exceso de lectura
y la llegada del saber, la pondría en dificultad frente al hombre, al que
todavía le veían similitud con el inseguro y caído del paraíso, Adán. Lo que
parece seguro es que el acceso a la lectura, es una puerta que abre el
fascinante mundo de la cultura. Y hacía allí deben orientarse los seres
humanos. "Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de
biblioteca", confesaba Jorge Luis Borges. "No hay mejor fragata que
un libro para llevarnos a tierras lejanas", remarcaba Emily Dickinson,
como para tener una frase de hombre y mujer, en sintonía y armonía.
Además de la cultura,
otro aspecto comprobado por la afición a la lectura es la empatía. Según
estudios, las personas aficionadas a la lectura de ficción parecen ser capaces
de entender mejor al mundo, y al empatizar, compartir los diversos puntos de
vista que se genera con la vida misma, el tan mentado sentido común. Una
lectura profunda, desarrolla una respuesta intelectual y emocional que resulta
casi imposible hallar en lecturas superficiales. Entonces, ante la unificación
de que ambos géneros comparten el ideal culto de acceder a más lectura, nos
topamos con otras empalizadas, en este caso sin tener en cuenta la distinción
de sexos, que son las famosas y cada vez más diversas aplicaciones tecnológicas.
Hoy las barreras se
representan con la conectividad. Dejado de lado el dogma si los sexos deben o
no leer, estamos contra las cuerdas tecnológicas que determinan que se hace
difícil acceder a la lectura profunda, ya que se ha reemplazado este ritual por
el de leer en dispositivos móviles textos de contingencia, de actualización,
humor liviano o mensajes generalmente mal redactados. De esta manera, el
cerebro no maneja un lenguaje rico en detalles, menciones, referencias o
metáforas. Y a falta de profundidad, disminuye peligrosamente la empatía.
Una respuesta a la
falta de tolerancia hacia las demás ideologías, y al mismo tiempo tanta
ignorancia al no saber concordar, podrían demostrar que los hombres leen más
actualizaciones superfluas que literatura. Una vez más, a la hora de consagrar "despiadado
opositor" de las izquierdas populistas a Mario Vargas Llosa, por ejemplo, o
la tirria enfermiza y asesina que despertó el poeta Miguel Hernández en la
derecha, que le obligó a morir gratuitamente por diferencias de ideas, y que vivió
en la reivindicación eterna de quien admira su poesía, demuestran que hoy y
siempre, una y otra facción, si llegan a leer, solo leen al que quieren
escuchar. Y en el caso del Nobel peruano o el poeta español, la mayoría de sus
opositores no han encarado ni una sola de sus proliferas y variadas escrituras.
Regresando a la
batalla de los sexos por el acceso a la cultura, en 1999 Christie's, una de
las más famosas casas de subastas del
mundo, clasificó y subastó una biblioteca de más de cuatrocientos títulos de
diversas categorías, que no nos permite saber si su propietaria original leyó o
simplemente acumuló. Pero la pregunta de quién siguió la lectura hasta este párrafo,
es saber el nombre de esta mujer con una biblioteca tan respetada. Marylin
Monroe es la respuesta.
La afición por la
lectura de Monroe fue testimoniada infinidad de veces a través de reportajes
fotográficos. Eve Arnold la fotografió para la revista Esquire leyendo el Ulises,
de James Joyce. Para muchos, su afición por la lectura era genuino, y era un
recurso desesperado de la blonda por ser considerada una mujer inteligente y no
la rubia tonta o símbolo sexual más icónico, que se encargó de montar Hollywood.
Existe la constancia
de que lecturas del mismo Joyce, Saúl Bellow, Heinrich Heine, Walt Whitman, Truman Capote o
Carl Sandburg, acompañaron y refugiaron a Marilyn en un mundo privado, que
atenuaron el conflicto permanente y prolongado que su personaje, de encantos
físicos y desparpajo emocional, debió de aprisionarla.
Nos obligaron a creer
que si una mujer es aficionada a la lectura, es peligrosa. Desde Miguel Ángel
Buonarroti a Henri Matisse, muchos pintores se han interesado en la escena
privada de la lectura femenina. En la mayoría de los lienzos, las reflejaron en
soledad o acompañadas de otras mujeres, remarcando en sus facciones dos rasgos
por demás sensuales: la inocencia y la seducción. A partir del siglo XVIII el
entusiasmo de la lectura femenina fue considerado como iniciática decadencia de
las costumbres sociales vigentes y un estado de abandono. Ni mencionar que las
pocas mujeres que incursionaban el ámbito de la escritura, debían utilizar
seudónimos masculinos para ocultarse.
Para completar la
escena plagada de contrasentidos, las estadísticas confirman que la mayoría de
los lectores de hoy son mujeres, pero la mayoría de los críticos literarios,
siguen siendo hombres. Si bien las autoras femeninas alternan las bateas de los
libros más vendidos, a escala similar que la de sus colegas varones, a la hora
de definir los libros más vendidos a lo largo de un año o entregar premios, la
proporción de mujeres beneficiadas, apenas supera un 10%, lo que supone que el
camino está a mitad de trayecto, con superaciones y vueltas a caer.
Leer embellece, pero
este no es un atributo sólo femenino. La cultura despierta aún más curiosidad,
pero no debemos atribuirlo a un defecto mal
llamado chismerío. Al estar durante horas concentrado en la lectura se desarrolla
en uno la capacidad de escuchar historias, que no es lo mismo que escuchar como
un cotilla. Ver a un hombre o una mujer con un libro bajo el brazo, o atrapado
en un medio de transporte en una ensimismada lectura no es sexy por una
condición de inocencia, sino por un carácter vinculado a la inteligencia, que
es la concentración absoluta. Debemos retomar ese magnetismo por una persona
leyendo, como deseaba Marilyn, porque es un movimiento de la mente que magnetiza.
Y no como se presume hoy en día, que ver a un portador de un libro bajo el
brazo es un síntoma del terror o miedo de otros siglos, por encontrarnos con un
animal exótico que se sigue cuestionando a través de sus razonamientos, y que
la única aplicación que actualiza es su neurona, sin importar si se trata de un
hombre o mujer...
"Cuanto menos se
lee, más daño hace lo que se lee"
Miguel de Unamuno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario