"El mundo no será destruido por
los que hacen el mal, sino por aquellos que lo miran sin hacer nada por
impedirlo."
Albert Einstein
Su llegada a los Estados Unidos en
1964 marcó no solo un hito en la música, sino en la cultura en general. La
aparición de estos jóvenes de veinticuatro años promedio, en la televisión
americana, modificó la manera de apreciar la música. En esos días cambió el
sentido del entretenimiento y el estatus de las melodías. The Beatles pusieron
armonía a los tiempos que se avecinaban, y como sucede con los cambios, la
gente no terminaba de visualizar. La brecha social más importante del siglo XX
se gestaba. Distintas generaciones crecieron escuchando "Yesterday".
Incrédulos y expectantes, tarareamos hace ya cincuenta años: "... todos
mis problemas parecían lejanos", y hoy, ante la inminencia del día del
padre, recordamos con nostalgia la ausencia de un concepto fundamental, el de
autoridad.
A la hora de comprar el pasaje de
avión de regreso, no tuve en cuenta que era el tercer domingo de junio. Para
los que no habitan en las costumbres argentinas, ese fecha es la destinada a
festejar el día del padre. Al mío, el regalo se lo hice varios días antes, al obsequiarle
el último libro de Javier Cercas, "El impostor", del que escribiré en
breve. Se lo entregué antes por el placer que me da verle recuperar el hábito
de la lectura. Ese domingo, como tantos
en la última larga década, no puedo pasarlo junto a él. Porqué ahora, quizás
cuando alguno lea estas líneas, estaré atravesando el océano alternando estados
de ánimo, donde predomine la nostalgia de volver a separarme de mis viejos, dos
grandes referentes de nobleza, sacrificio en silencio y autoridad, rol que
cuesta ver en las generaciones dominantes.
Con
el paso del tiempo, el ideal humano es evolucionar. Pero no siempre se
logra, en el transcurrir, muchos valores se estancan, se frustran, se pierden.
Apoyándome en un buen libro del italiano Massimo Recalcatti (El complejo de
Telémaco), escojo una cruel manera de homenajear el día del padre, cuestionando
el rol evaporado de la actual figura paterna, que viene a representar al mismo
tiempo, la decadencia del rol de autoridad en sí mismo. "Un adulto no está obligado a encarnar ideal de
perfección alguno, pero sí está obligado a dar peso simbólico a su propia
palabra. Y esto significa mostrarse ante sus hijos como dependiente a su vez de
una Ley -la Ley de la palabra- que está por encima de él", un párrafo de
un libro que se empeña en razonar un tema que no es personal ni individual, es
vislumbrar un retroceso evidente y perjudicial en las sociedades actuales.
Por el lado de los jóvenes o niños,
están constituyendo una sociedad de inconformes o desanimados, ausentes a
futuro. Son muchachos que suelen tener casi todo lo que no tuvieron sus padres,
pero misteriosamente, no saben lo que desean ni disfrutan nada. O lo que desean
dura lo que un suspiro de aburrimiento. Dependientes de la tecnología, viven
"conectados" a una apatía continua. No muestran ni consiguen esa
pasión que permite reactivarse. Y para muchos, los culpables de esta situación
son los padres, de quién los sociólogos aventuran que sufren uno de los peores
síndromes de estos tiempos: "El miedo a no ser queridos por sus
hijos".
Y los padres también se conectan,
tienen facebook o grupos de wassap. En esa ventana pública, se acaba la
privacidad que siempre fue sello de los padres y su autoridad, se hacen
visibles, muestran sus perfiles, sus opiniones, su frivolidad. Tanta
trasparencia establece un contratiempo, ya el padre no suele ocultar sus
flaquezas, sus contradicciones. La autoridad no resiste el archivo de las
debilidades humanas que conforman las redes sociales. No es una crítica que los
adultos jueguen al candy crash o cuelguen fotos actuales o retro. El problema
evidente es que en la competencia virtual, tamaña exposición ha afectado su
potestad. Y los jóvenes, con su desconcierto, piden al padre que regrese, para
que con su poder disciplinario, brinden testimonio de que las cosas se pueden
mejorar.
Nunca sentí que una actitud de
desaire ocasional mía afectara emocionalmente a mi padre. Más bien, lo normal
era que el hijo debiera sortear esa supuesta distancia que el adulto mantenía
con sus sucesores, era yo el que suponía que mi padre estaba enojado conmigo.
Hoy se modificó la tendencia, más de un padre sufre porque en una contestación
intempestiva o berrinche de sus hijos (habitual en criaturas), ha perjurado que
el padre era malo y que ya no lo quería. La primera vez me ganó la sorpresa,
pensando que era una sobreactuación del adulto; luego comprendí que el
sufrimiento era real, que se estaba gestando un intercambio de autoridad, el
padre perdía su rol, deseoso de ser un colega o camarada de su niño y obtener
su aceptación. El padre caía destronado.
Si desaparece el conflicto
generacional, el padre ya no puede mostrar el camino a sus hijos. Durante mi
escuela primaria, a mi padre apenas lo veía los fines de semana. Mi madre, para
que yo no perdiera su contacto, todas las mañanas le pedía a mi viejo que me
hiciera el nudo de la corbata al completar el uniforme del colegio. En esos
momentos, el contacto podía ser anodino o cariñoso, dependiendo del sueño de mi
padre. Esa dependencia parece hoy perdida, la generación tecnológica parece
saberlo todo y si un nudo de la corbata no sale, se googlea o se busca en YouTube
y se acabó.
A la generación de mis padres se la
pudo conocer como la de los descendientes de las catástrofes del autoritarismo.
Fascismo, nazismo, stalinismo, vietnamismo y demás ismos, acostumbraron al
hombre a respirar sangre. La caída de los últimos ideales ideológicos, coincide
con el retiro activo de esa camada de hombres duros, que se sobrepusieron a un
siglo de violencia y que finalizó con una economía desquiciada y enloquecida. La
resistencia enarbolada en las revueltas de finales de los 60 y 70, pudo ser el
último bastión del enfrentamiento edípico padre-hijo. Como sucede a lo largo de
la historia, los adultos se resisten a los cambios esperados que garanticen ese
hipotético "mundo mejor" con el que desgastamos nuestras vidas. Nunca
han permitido el organizado recambio generacional. Eso hasta hace bien poco,
tan poco que los adultos no nos hemos dado cuenta que ya no queremos tomar
decisiones trascendentes, tomando el testigo de las últimas generaciones que sí
les pesó la autoridad, le hicieron frente.
Massimo Recalcatti en su libro
elabora la metáfora de la ausencia de la autoridad paterna a través de
Telémaco, hijo de Ulises. Telémaco espera el regreso de su padre, que se ha ido
a la guerra de Troya. En su ausencia, el hijo observa con desesperación el mar,
con la ilusión de ver regresar a Ulises o un mensaje del padre que le oriente a
entender el presente para vislumbrar el futuro. Esa presencia fuerte de la
condición de padre estaba asociada a un formador y educador, a un hombre de
convicción que no significa que estuviera exento de equivocaciones. Hoy la
metáfora podría exponer a Telémaco junto con Ulises observando el mar a la
espera de la milagrosa solución, ambos dubitativos. El libro deja claro que de
la relación hijo-Edipo se ha trasladado a hijo-Telémaco.
Parece sencillo objetivo que cada
uno ocupe su lugar en el grupo familiar. Pero hay padres que no ocupan su
lugar, gobernados por la inconsciente niñez de sus hijos. Lo mismo sucede en el
mundo, este siglo XXI se sustenta en el poder de los mercados y de internet,
sin propuestas claras, sin convicción, nadie sabe quien gobierna. Es la
evaporación total de la autoridad, ahora gobierna el poder.
Me despido nuevamente de mi viejo,
un tipo con mucha autoridad, genuino representante de una vieja guardia.
Nuestra relación estuvo marcada por la distancia lógica generacional aunada por
un cariño de un hombre quizás lejano y solitario, que marcó la cercanía
ensenándome a practicar la independencia. De esta manera, cada vez que regreso
no dudo en refugiarme en la casa paterna, a la espera de encontrar templanza
ante los diversos contratiempos, a su lado.
" Ahora necesito
un lugar para esconderme. Oh, yo creo en el ayer", los acordes de
"Yesterday" en su jubileo dorado, me recuerdan que Paul McCartney
compuso una de las canciones más reconocibles del universo, con los sonidos de
una vieja melodía de jazz que tarareaba su padre y que al recordarla, le hacía
retornar al pasado. Festejando su vigencia, me acercaré en breve a la playa de
Plentzia - donde nació mi padre -, y caminaré por la orilla recordando las
caminatas en mi infancia junto a él, aquel Ulises que solía guiarme hasta el
faro mejor iluminado...
YESTERDAY
Ayer,
Todos mis problemas parecían tan lejos.
Ahora parece como si
Estuvieran aquí para quedarse.
Oh, yo creo en el ayer.
De repente,
No soy ni la mitad del hombre que solía ser.
Hay una sombra suspendida sobre mí.
Oh, el ayer vino de repente.
Por qué ella tenía que irse, no lo sé
No me lo dijo.
Yo dije algo malo,
Ahora añoro el ayer.
Ayer,
El amor era un juego tan fácil de jugar.
Ahora necesito un lugar para esconderme.
Oh, yo creo en el ayer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario