"Despertar es el momento más
arriesgado del día."
Franz Kafka
La situación mantiene vigencia.
Acaso transitamos un camino similar al momento de levantarnos y hacernos con
las noticias inmediatas de nuestros conciudadanos o gobernantes. Tantas veces
se nos anuda el sorbo de café ante tanto despropósito o desatino. Con
frecuencia renovamos la supuesta pérdida
de la capacidad de asombro. En ocasiones, nos quedamos azorados observando solo
el titular de la nota, sin atrevernos a encauzar la información completa. Más allá del proselitismo de turno, las cosas
parecen ir a peor con relación al día anterior. Tantas calamidades de nuestro
accionar y las empecinadas defensas que hacen los oficialistas, nos acercan
cada mañana a la metamorfosis; cada día temo arrancar como le sucedió aquella
mañana a Gregorio Samsa; es decir: informarme y convertirme en escarabajo, que
sería la confirmación exacta del retroceso de una especie que se la cree más
apta de lo que es.
El mencionado Samsa se convirtió,
con la anuencia de Franz Kafka, en el emblema del monstruo expresionista.
Publicado en octubre de 1915, "La metamorfosis" es quizás uno de los
libros más famosos. A partir de aquella transformación, la historia literaria
dejo sentado que las existencias tantas veces están condicionadas por todo lo
que les rodea. Las identidades pueden ser concebidas de acuerdo a como la
conciben los demás. Convertido en una eterna metáfora, representa la toma de
conciencia cruda y dura de Kafka con la nulidad identitaria de los hombres.
Las noticias de hoy han perdido el
matiz. Son chatas, vulgares, ofensivas contra la inteligencia. La mala jugada
que la mala moral nos hace es permitir que terribles conjuras, mentiras,
incapacidades o exabruptos sean interpretado por la "hidalga"
ciudadanía con una sonrisa. ¿Cuál es el motivo de la sonrisa? Quizás sea la
resignación. ¿Acaso confiamos que el ruin es un irónico o un cachondo? ¿Qué ha
pasado con aquella palabra "principios" que todos pavonean y que
parece que nadie enaltece? Ha pasado que nos hemos convertidos en lo que temió
Kafka, con el matiz de que la mayoría cree que se trata de una cucaracha, pero
el personaje era un escarabajo. Pero nosotros, sin contar con el talento del
escritor de Praga, al aceptar sólo combatir por adivinar si la noticia es
verdadera o falsa como principio ideológico de confrontación, al discutir esas
infantiles trivialidades, no estamos a la altura del escarabajo. Solo somos
cucarachas.
En su momento, Kafka se obsesionó
para que su creación no quedara estancada en la simple transformación en
insecto. Tanto énfasis quedó reflejado en una carta al encargado de las
ilustraciones del libro. En la misiva a Ottomar Starke le eleva la encarecida
petición de que el insecto no pueda ser dibujado. Ni tan solo fuera mostrado de
lejos, solo plasmar la realidad del relato, mucha oscuridad y la puerta de por
medio entre Samsa y sus familiares.
La novela refleja un crudo estado de
ánimo de un pensador que la historia reivindicó en genio. Kafka se hallaba
enfrascado en un dilema existencial, a la hora de narrar la historia.
Titubeaba, resbalaba en cada duda sobre su escritura. "En el fondo soy un
hombre incapaz, ignorante, que si no hubiera ido obligado a la escuela, solo
valdría para estar acurrucado en la caseta del perro...". Parece absurdo
el nivel de duda del escritor checo, teniendo en cuenta que la historia lo ha
definido como crucial o clásico de referencia. Si un genio duda, define el gran
rasgo de la especie: la incertidumbre. La diferencia entre el sabio es el
permanente cuestionamiento, aunque conlleve a más titubeo. Y tamaña conducta no
está tan a la vista hoy, donde solo se repite el razonamiento de "que el otro" miente.
"Mi vida, en el fondo, consiste
y ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados. Pero
el no escribir me hacía estar por los suelos, para ser barrido", le
escribió a Felice Bauer, su novia. Frágil, nervioso y obseso, tuvo la particularidad
de escribir "La metamorfosis" en apenas veinte días. Un error de
traducción permitió, quizás, el único fallo en el contenido. Jorge Luis Borges
lo explico reiteradas veces: "Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer
título es <La transformación>, y nunca supe porqué a todos les dio por
ponerle <La metamorfosis>. Es un disparate, no sé a quién se le ocurrió traducir
así esa palabra del más sencillo alemán. Cuando trabajé en la obra, el editor
insistió en dejarla así porque ya se había hecho famosa y se la vinculaba a
Kafka. El traductor francés había utilizado <La metamorphose> y todos
utilizamos el mismo giro".
La radiografía más lúcida y
espantosa de la transformación del hombre tardó varias décadas en ser
referencia. La propia metamorfosis sobre el buen hacer de Kafka se dio,
principalmente en su tierra, República Checa, a partir de 1968, a las puertas
de La primavera de Praga. ¿Qué lo motivó? Una espantosa sensación de pérdida de
libertad. De la opacidad o intrascendencia, se transfiguró en una lectura
esencial para oxigenar aquel viciado clima represor, simbolizado por los
tanques rusos invadiendo la ciudad. El ignorado pasó a convertirse en el
estandarte, en el ícono que intentó enseñarnos a modificar el camino prohibido.
La sociedad burguesa de aquella época,
la de 1915, no toleró que Kafka desmontara la teoría de mundo respetable que
todos transitaban. Mostró el peor de los conflictos, la nula aceptación propia,
el acoso del miedo y lo desconocido, lo débil y lo vulnerable. Pero aquella sociedad no pudo observar como la
universalidad convirtió al rebelde Kafka en un concepto. Todos sabemos
pronunciar la categorización de kafkiano cuando las pesadillas cotidianas de la
vulgaridad nos hace mella.
El arte deja un legado, lo más difícil
es perdurar en el tiempo. Al perpetuarse se convirtió en influencia decisiva
para la literatura posterior. Borges, García Márquez, Kundera o Murakami han
reconocido el influjo de Kafka en sus obras. Ha inspirado a generaciones de jóvenes en su
despertar a la necesidad de cultura. Ha ayudado a profundizar el pensamiento,
ha permitido que a pesar del espanto de sentirnos Samsas en las mañanas de
desconcierto, podamos aspirar a palpar que se trata de una pesadilla pasajera.
"Al despertar Gregorio Samsa
una mañana tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un
monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda, y
al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado
por curvadas callosidades. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en
comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el
espectáculo de una agitación sin consistencia".
A
pesar de cumplirse cien años de la publicación de esta obra, nadie se ha
permitido crear una paradoja tan perfecta, tan cruel, tan simbólica y tan
deshumanizada. ¿Quién no se despierta con la sensación de ser un insecto que no
comprende los avatares del mundo? Regreso al obsceno repaso de las noticias, de
las nuevas vertientes de la corrupción, a nuestros imbéciles que nos
representan, que nos hacen sentir que cada amanecer en el mundo es un nuevo día
perdido.
Cien
años no es nada, muchos no han sabido interpretar la metáfora, siquiera aquellos
que pregonan movimientos sociales que sólo encierra más egoísmo individualista.
Últimamente homenajeo a los referentes, delatando a los insectos que no se cuestionan
su falta de transformación. Para cerrar con algún argumento que permita una
sonrisa, recupero un tweet que podría ser del propio Kafka: "¿Se imaginan
la vergüenza que vamos a pasar cuando nos invadan los extraterrestres y nos
pidan llévenos con sus líderes?".
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