El día comenzó algo tarde. A esta
hora, esta primera línea suelen ser casi cinco carillas, pero a veces y de
forma misteriosa, todo se va demorando. Pero se llega. Como escuchando la música
de fondo de los niños del Colegio San Ildefonso, que comienzan desde el primer
alambre, a cantar al futuro dueño del Gordo navideño, que como todos, supongo
que caerá en esta casa.
En los primeros años aquí, me
llamaba la atención las pocas cosas que me consultaban de mi nueva vida. Será
que uno tiene la necesidad de escuchar y ser escuchado, pero las diversas
particularidades que me fui encontrando en estas tierras, solo tenían en mis
padres o suegros correspondencia. Escaseaban las preguntas sobre cómo era vivir
en otro país. Y una de esas particularidades la conocí al finalizar el primer
año en tierras plentzianas.
Trabajaba en un bar, ya les conté. Y
a partir de agosto comenzaron a llegar talonarios con participaciones de la lotería
para el sorteo del gordo navideño. Y la gente se llevaba participaciones como
vino, ya que el agua en el bar solo corre por cuenta de algún niño, que entra a
pedir el vaso reparador. Y la gente se llevaba participaciones de todos, del
club de remo, del club de rugby, del de futbol, de médicos sin frontera, de
aquella marca de vino, del partido político y hasta compartían décimo con el
bar. Y yo miraba todo sin comprender, el despliegue era incesante, y el dinero
corría casi sin razonarse.
Ahora se razona y mucho. Solo ha
pasado algo más de una década, pero el cambio ha sido notable. El sorteo
navideño sigue siendo un suceso, pero han bajado los importes que cada uno
dedica para tentar a la suerte. Y eso que la posibilidad de que me toque el
Gordo, según investigaciones estadísticas, es del 0,001%. Pero a la gente no le
interesa, ya que cada año, la felicidad en algún rincón del país, abre la edición
del telediario quizás más visto del año. Siempre se puede estar entre ese
0,001.
La cuestión es que hasta el cuarto
año no forme parte de esta costumbre. En el bar no me preguntaban, pero cada
tanto, alguno que se hacía con una participación me preguntaba que me pasaría
si ese número tocara y yo no hubiera sido participe. Me la tendría que
aguantar, pero a mí nunca me tentó los juegos de azar, y así prosiguió, eso sí
hasta que cambie de trabajo.
En mi cuarta navidad aquí me vi
escuchando el sorteo junto con el resto de compañeros, mientras promediábamos la
jornada laboral. Pero la mayoría trabajaba con la ilusión encendida, de que en cuestión
de minutos, mandarían todas las obligaciones lo más lejana y dolorosamente
posible, y marcharían a esos festejos interminables, en la oficina local de
quiniela, descorchando champagne y ofreciendo y recibiendo abrazos. Se veía esa
ilusión en esos comentarios, y cada qué vez que la radio de fondo devolvía un
grito bien largo de número premiado, toda la cadena de mando se paralizaba.
Y en ese año hicimos entre todos un
pozo y compramos diez décimos. Y Camacho, delegado sindical y encargado de la administración
de los juegos de azar en el trabajo, nos trajo una fotocopia con todos los
décimos escogidos, y debajo escrito a bolígrafo, la explicación del porque de
cada cifra. “Este lo compré en el pueblo, que tocó hace veinte años”; “Este en
Zamora que nunca tocó”; “Este porque termina en tal”; “Este porque termina en
cual”, o “Esta es la fecha de nacimiento de mi hijo”. Yo observaba con fascinación
tamaño despliegue de inteligencia emocional para lanzarse detrás de la suerte.
Camacho había cubierto distintas posibilidades para alzarse con el ganador,
incluyendo un par de traslados a comunidades vecinas, en esos puentes o
festivos donde todos a algún lugar marchaban. Camacho no viajaba por turismo o
placer, lo hacía buscando el número de la suerte.
La increíble particularidad de este
sorteo es que es un movimiento colectivo asociado a un rito, del que nadie
quiere no formar parte. La costumbre y la ilusión no se razonan. Forma parte del
ritual de estos últimos diez días del año, como comer gambas, turrón y las doce
uvas con cada campanada. Esa última quincena donde milagrosamente creemos que
todo ha de ser distinto a partir del año siguiente. Y la lotería puede ser la
puerta para ese cambio.
Ilusión y suerte movilizan este
sorteo. Y desde que llegó la crisis, funciona como arma para salir del pozo,
parchar agujeros y poder contarla. Desde 2006 a 2013 hubo un descenso de venta
de billetes del 12%, y eso que dicen que la media del país invierte 70 euros en
décimos de la lotería. Es el sorteo más importante del año, tanto por las
cifras que reparte como por la emoción que genera. Hasta el 80% de los adultos
participan directa o indirectamente. Para muchos es el evento esperado, es la
esperanza entre familiares y amigos que inauguran las navidades.
Y todos juramentan que dejan de
trabajar por un tiempo, que se piden una excedencia. Que se ponen al día con
las deudas, que ayudan a los miembros de la familia que tan mal lo están
pasando. Algunos apuran ese viaje soñado que se resiste. Y para ayudar a la
suerte se aferran a cábalas. Frotan los décimos en la tripa de la embarazada,
en la calva de un alopécico, o en las espaldas de los jorobados o gatos, o
fabrican un santuario en casa donde purificar los guarismos. Y otro proceder
que para unos es efectivo y para otros, cuestionable, es de intercambiar lotería
entre familiares, amigos o compañeros de trabajo. Dicen que cuatro de cada diez
son habitúes de esta práctica, los otros seis dicen que al regalarla o
intercambiarla, no toca.
Formo parte de un grupo de familias
mixtas (argentos-vascos), que en los últimos años nos hemos animado en
participar. Es como una manera de formar parte de las tradiciones populares. Yo
oficio de Camacho, si Willy trabaja en Doností, que compre un décimo. El espera
hasta última hora para comprarlo, ya que estima que la fecha de su cumpleaños
le reforzará aún más la buena nueva. Si en el puente de diciembre hacemos algún
viaje, solemos caminar buscando la oficina correspondiente para garantizarnos
la suerte externa. Este año, Fer desde Madrid y Sofía desde San Sebastián,
reforzaron nuestra quimera. Vamos a la batalla de los millones con cuatro
décimos. Formamos parte de ese porcentaje que no es supersticioso y no
compramos números por impulso. Generalmente somos los tímidos que aceptamos el
billete que nos lanza el agobiado personal de la administración. Aunque debo
confesar que prefiero que entre los cinco números no haya números bajos al
comienzo y que la variedad de números alterne todo el billete.
Y los hechos curiosos para escoger
número no dejan de sorprender año a año. La muerte está presenta en toda planificación,
con la dudosa certeza que aquel que sufrió la pérdida de su vida, está en
condiciones de brindarnos esperanza y suerte. Pero la fecha de muerte de Adolfo
Suárez, Paco de Lucía o la Duquesa de Alba, estarán entre los más solicitados.
Gabriel García Márquez también goza de la simpatía popular a la hora de
gestionar esa especie de realismo mágico que es que te toque la lotería, y su
fecha de defunción se busca en las distintas administraciones. Pero también las
efemérides en vida se utilizan para gestionar la diosa fortuna, y entonces la
fecha de abdicación del rey Juan Carlos o la coronación de Felipe VI parecen
ser premios cantados. Y hablando de cantados, están los que utilizaran la fecha
del encarcelamiento de Isabel Pantoja, que supongo que le hará gracia a más de
uno, menos a la tonillera, en el caso de que salga.
Este año la suerte navideña no
acompañará a muchos. No se puede saber si acompañará a Carlos Fabra, ex
presidente de la Comunidad de Castellón. Acreditaba haber recibido hasta siete
premios importantes en un período de siete años. De momento su ventura parece
haber sufrido un impase. Una investigación judicial de larga data sobre tráfico
de influencias o cohecho lo han llevado a la cárcel. Para los amantes de las estadísticas,
las probabilidades son imposibles. No sólo de que algunos de estos ingresen en prisión,
sino que te toquen tantos premios en tan corta cantidad de tiempo. Y la
probabilidad de dar una excusa tan pobre también contradice las estadísticas.
Pero habrá el que no se resista a tentar el 1/12/2014, día que ingresó a prisión
el hombre que pronosticaba con orgullo rozando la soberbia, que eso nunca
llegaría.
La Lotería arrancó en este país en
el Siglo XVIII. Fue el Marqués de Esquilache, quién traído a España por el rey
Carlos III, implementó el juego con la intencionalidad de otorgarle un carácter
benéfico, a favor de obras caritativas o hospitales. La Navideña se implementó
el 18 de diciembre de 1812, año que se proclamó la Constitución de Cádiz. Ese
sorteo favoreció al número 03604, repartiendo 8.000 pesos al ganador.
El marketing ha funcionado como
disparador para animarse a jugar. El temor de que tocara en el pueblo o barrio
y nos hayamos jugado es demasiado intenso. Las frases se renuevan año a año.
Podemos recordar algunas: “¿Y si cae aquí?”, “Tus sueños hacen posible la lotería”,
“Pon tus sueños a jugar”, “Si esta vez toca”, el actual “El mayor premio es
compartirlo” y el más significativo y repetido “Que la suerte te acompañe”, que
dicen que es un homenaje a la frase “Que la fuerza te acompañe” de la Guerra de
las Galaxias.
Ya estoy en la quinta carilla y los
niños siguen cantando números menores. Los décimos que reposan en un imán en el
frigorífico aún no me dan pistas de estar o no bendecidos. Trato de apurar esta
entrada, por si llega a ser la última. No sea cosa que la diosa fortuna me
encuentre sin el remate soñado que en toda entrada me obligo a conseguir. Y
para terminar, observo la bajada inicial de este blog, que acompaña a mi
deltreceenadelante. “Buscando el número de la suerte”, escogí la frase en junio
de 2013 para darle una explicación a mi escritura semanal. Y quizás el 0,001%
esté golpeando las puertas de nuestro grupo. En todo caso, y siendo
sincero como premio consuelo muy menor, si no toca estaré contento igual por
participar con este grupo lindo de amigos.
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