Bienaventurados
los que están en el fondo del pozo
porque de ahí en adelante sólo
cabe ir mejorando.
Joan Manuel Serrat
“Enseñar es aprender dos veces”
Jan Amos Komenský - Comenius
¿Se aprende cuándo enseñas? Debería
ser así, sobre todo si no eres una eminencia, esos que de todo casi todo sabes.
Uno aprende en el momento que se sorprende comunicando, y más aprende cuándo observa
que le están prestando atención, y finalmente siguiendo.
La experiencia en Plentzia me llenó
de enseñanzas. Una de las más importantes, puede haber sido sentirme apto para
animarme a hacer cosas nuevas. Y lo digo con una media mueca de sonrisa, porqué
se íntimamente, que no me he animado a muchas otras actividades. Pero no a
forma de consuelo, pero sí como una realidad incontestable, el Javier que
encontré en estos años difiere de aquel Javier de proyección permanente en
Buenos Aires. Este Javier, para crecer, en parte tuvo que resignarse. Y antes
de resignarse, como que un poco se hundió. Pero como la vida es un milagro, en
un momento dejó de tocar fondo y prefirió asomar la cabeza. Y lo hizo
contrariando su discurso, lo hizo aceptando hacer cosas que nunca antes había
hecho. Y creció, y aprendió enseñando.
Preparar un material, ya sea
didáctico o de enseñanza, lleva una preparación. Explicar a otros con la
finalidad de que entiendan, lleva una exigente disposición. La enseñanza sin
que la entiendan, no es en parte enseñanza. Por eso necesitaba tener la
alternativa de conocer posibles preguntas que mi adiestramiento produjera. Y
allí aprendí una importante lección: Si no lo sabía, prometía remediarlo. Pero
no defraudaba a nadie por no saber, es más, aprendí a saber decir sin culpa:
“prometo averiguarlo”.
Me tocó ver en parte, un mundo sin
incentivos. De repente, y sin saber en qué momento se produjo el cambio, me
pareció que no había pasión, que todo lo gobernaba el hastío. Cuantas veces
ingresé en un comercio y la sensación inmediata del dependiente de turno, fue
la de mostrarme su enojo por preguntarle algo. Cuantas consultas en los
médicos, sin que elevaran la vista del ordenador, dejaran de tipear tópicos o
falsas primeras impresiones (porque para una impresión es indispensable ver) y
me mostraran la pasión por querer saber que me pasaba. Me enojaba esa falta de
interés, juraba haber visto otras generaciones que mostraban sus conocimientos
con entusiasmo. Pero algo había cambiado.
Tardé un tiempo más que prudencial
en confiar en un médico de cabecera. Hasta que uno que llegó nuevo, se puso a
conversar conmigo de baloncesto y libros. Y me di cuenta que le gustaba
comunicarse. Y entre títulos literarios y dobles o triples en la NBA, me
aplacaba mis molestias o dudas, con dosis de conocimiento. Y con convicción. Y
había ganado finalmente un médico de cabecera.
Busqué por todo Bilbao donde
confiarme para un curso de páginas web. El primer lugar y el soñado, era hacer
el curso en Mac. Pero me encontré con una persona sin casi interés en que yo lo
hiciera con ellos. Ante el mínimo contratiempo, se cerraba en banda, y no me
ofrecía la sencilla alternativa, que consiste en intentar razonar si se puede
mover un poco la estructura, para que coincidan todas las partes. Ni siquiera
fue necesaria esa frase tan de cortesía, “lo pienso y cualquier cosa regreso”. Esa
actitud sabía de antemano que no podía regresar, ni aunque fuera Mac. Por eso
cuando a la cuarta entrevista en otros centros, Lara me contó con pasión en qué
consistía el proyecto, y que no era inconveniente reforzar el Illustrator por
sobre el Photoshop, que tan bien conocía, me di cuenta que quería hacer el
proceso con ella. Y en el aprendizaje, siempre se mostró dispuesta a estar
entusiasmada. Y cualquier pregunta era razonar sin fastidio, era enseñar
practicando a mi lado. Dieciocho meses pagos, pero con el regalo de haber
tratado a Lara.
Un día me crucé por casualidad con
un gran relator y conductor radial deportivo, y me permitió valorarlo a medida
que lo conocía. El mantenía esa pasión de hincha, pero trataba sus programas
con la seriedad del que tiene pasión y quiera hacer algo bien hecho. José
Iragorri me ofreció parte de su espacio, me permitió recuperar el entusiasmo de
comunicar y lo hice al aire, hora y media semanal; y aún sin ser del Athletic, me sentía a mis
anchas. A José, como le pasa a todo aquel que lo conoció, lo extraño. Fue una
triste noticia, y encima el mismo día que regresaba de su funeral, mi vieja me
llama para decirme que había fallecido, en Buenos Aires, mi querida tía Chiche.
Pau Casals fue uno de los músicos
más destacados del siglo XX. Uno de los mejores violonchelistas de todos los
tiempos. Además de ser un artista completísimo, de consistente disciplina, se
caracterizó por su activismo en la defensa de la paz, la democracia y la
libertad. Y otro rasgo esencial fue la pasión al transmitir. Una de sus
composiciones más célebres fue el Himno de la paz, cántico utilizado
oficialmente por Naciones Unidas. Casals, una vez declaró: “Para mí, no hay una
separación clara entre enseñar y aprender, porque enseñando también se
aprende”.
Y un día me animaron a dar clases de
castellano para chicos de África. Y me contuve de decir que yo no era profesor.
Eso lo sabía la persona que me alentaba. Dije que sí, y se me abrió un mundo.
Fue una experiencia impresionante. Debía recuperar conocimientos para al mismo
tiempo, compartirlos. El objetivo era proporcionarles un arma para poder
defenderse en otra tierra. Y les enseñaba lo esencial, como para poder encarar
trámites o ir al médico. Y al final de cada clase, hablábamos de un país
distinto. Yo ayudaba al alumno en la preparación de la temática, y él con
limitaciones, contaba lo que añoraba de su patria y lo hacía con pasión y
emoción, y yo que había preparado los
datos estadísticos, al mismo tiempo aprendía a valorar el amor que cada uno
siente por su tierra.
Y un día a minutos de comenzar la
clase, me acordé de mi vieja. Ella sí que es maestra. Y en ese momento me di
cuenta que en parte no estaba improvisando. Estaba usando las mismas armas que
usaba mi vieja para darle clases particulares a aquella mujer que no sabía leer
ni escribir, y ya de adulta, le estaba poniendo la cara al afán de
conocimiento. Y mi vieja, que podía estar cansada por su actividad laboral y de
ama de casa, preparaba con esmero y pasión la siguiente clase. Y me di cuenta
que ese amor que siempre tuvo mi madre por el aprendizaje, ya estaba instalado
en mi esencia.
Y un día de playa, mi amigo Eneko me
preguntó si me interesaba dirigir al equipo donde jugaba su hijo. Dije que sí,
faltaba tanto tiempo para setiembre. Pero el primer entrenamiento me sorprendió
alrededor de veinte niños, con una necesidad de movimiento permanente. Y una
obligación de mi parte, de brindarles algo de conocimientos disfrazado en
actividad recreativa.
Y mientras competíamos con otros
clubes, mi afán por intentar ordenarlos en el campo me consumía parte de mis
energías. Me sentía en un paciente liderazgo al que le faltaba un poco de
carácter para imponer disciplina, pero que lo compensaba con una complicidad y
entrega, que los niños veían de inmediato en mí. Y aprendí mucho más con
aquellos niños a los que no les encontraba la posición en el campo, que con aquellos
que habían nacido con un gps a la hora de transitar un terreno de juego.
Y lo que les trasmito lo hago con
ternura y con pasión, no me olvido que apenas tienen siete años. Les inculco el
respetar y querer formar parte de un grupo, quiero que tengan pasión no sólo
por jugar, por querer aprender, por superarse. Aprendí más de perder por 0-10, que de
una remontada increíble de un 4-0 para ganar 4-5 de visitantes. El día del 0-10 aprendí que
tenía que estar cerca de ellos, que tenía que seguir alentándolos para que no
se abrumaran, para que no se sintieran tan solos. Ese día, que fue hace poco,
me di cuenta que la pasión no es solo enseñar, sino compartir y proteger en ese
mutuo aprendizaje.
El día que avisé en el club que me
marchaba, sentía una congoja extrema. Me acostumbré al equipo de gimnasia del
club, me encanta la ceremonia de llegar al campo y preparar el partido. Me
entusiasma recibir a los chicos, y darles la palmada de bienvenida. Me es grato
recibir al rival, y acompañarlo a su vestuario, a la vez que me muestro a su
disposición para que su estadía en el club sea de lo más agradable. Me hace
sentir bien vivo hacer el precalentamiento con los chicos, mientras en mi
cabeza pienso en la mejor táctica para el mejor resultado. Me di cuenta que la
soledad de la banda lateral de un campo, no es tan solitaria. Hay algo mágico,
estás acompañado. No miro a las gradas, pero siento el cariño de esos padres,
siento el entusiasmo de los familiares. Y los chicos que lo siguen intentando,
con mejor o peor resultado. Y cuando terminamos el partido en casa, cualquier
mala cara se modifica al momento de sentarme con el equipo a comer la tortilla
de patatas.
Hoy me hicieron la despedida. Me
llevo además de una camiseta y bufanda del club, uno de los mejores regalos. Un
equipo de niños abrazándome. Creo que finalmente entienden el sentido de
equipo, en ese momento todos se abalanzaron para el mismo apretón, para el
único objetivo que es jugar en equipo. No se si mejoraron su posición en el
campo, pero sí confirmé que aprendí una vez más de los menores, no me estaban
agradeciendo sólo los padres o los que organizaron la despedida. No había reflexionado
lo que podía esperar de los niños, y quizás por eso fue tan halagador el
resultado.
Quizás la sociedad atraviesa una
situación que desconocíamos hasta ahora. Los maestros dicen no poder educar,
algunos padres tampoco, la televisión aduce aceptar ese rol porque la sociedad
se lo demanda. Pero debemos encontrar la pasión, ese sentimiento que haga la
diferencia, que permita a cada eslabón de las sociedades enseñar a vivir a sus
semejantes. Es la manera de doblegar el hastío, ese aburrimiento ya está
instalado en la sala de muchas casas.
La comunicación con otros sólo tiene
lugar cuando se entiende lo que estamos tratando de darnos. Si no nos
entendemos, no nos comunicamos. Si no queremos comunicar o trascender, nos
gobierna el desaliento. Si perdimos la pasión, perdimos los objetivos.
Lamentablemente, las personas suelen entender solo a través de sus experiencias,
y sus semejantes pocas veces se interesan por las experiencias de sus cercanos.
Yo sigo buscando pasión, porque hubo gente que me la inculcó, no creo que haya
nacido sola en mi interior. Y a pesar de que a veces me cueste relacionarme,
seguiré vaya contrasentido, siempre cerca de la comunicación. Aprendí que es un
camino de doble vida, y como encontré una diseñadora gráfica, un médico de
cabecera, un relator de bakalaos y varios especímenes afines con mis arrebatos
y entusiasmos, ellos y otros encontraron en mí, el camino de intercambiar roles
y referentes.
Y como dijo el escritor y filósofo
español, José Antonio Marina (quien no guarda parentesco alguno conmigo), “Para
educar al niño se necesita la tribu entera”, yo seguiré contando las cosas que
me gustan con pasión y sentimiento, mientras aguardo a muchos más que quieran
ganarle al hastío sistemático. ¿Se aprende cuando se enseña? Si, a cada rato…
“Quien se atreve a enseñar nunca
debe dejar de aprender”
John
Cotton Dana
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