“Bendita
sea la fecha que une a todo el mundo en una conspiración de amor“
Hamilton Wright Mabi – Historiador y
ensayista americano.
Tomar un café en un bar de Plentzia en
la mañana de Navidad, no es una tarea fácil. Tampoco lo era en aquella Buenos
Aires, la que habité hasta hace trece años. Para los que nos levantamos
temprano, esta jornada tiene un don particular. Como que no transcurre el
tiempo, como que las cosas tardan en desperezarse hasta pasado el mediodía. Los
niños son los únicos ansiosos, dispuestos a probar los juguetes, que en la
noche anterior no hayan tenido tiempo de estrenar.
Y si das un repaso a los periódicos de
la red, encuentras las mismas notas que hace diez horas, las de antes de irte a
dormir. Y si revisas las redes sociales, encuentras más fotos de tus contactos
brindando o regalando la apariencia de una noche perfecta y mágica. Pero al
menos a mí, me gana el aburrimiento. Continuo la búsqueda de cualquier tipo de
actividad, y no contemplo hasta ahora sentarme a escribir, quizás porque el
prolongado tipeo rompa la monotonía de que no esté sucediendo nada por ninguna
parte.
Y en pocas horas, te debes volver a
encontrar con los seres queridos, para renovar ingestas. Ha quedado de todo un
poco de la cena de Nochebuena, y el 25 parece el remate perfecto para acabar
esa cena, que indudablemente estuvo deliciosa. Los menos, aprovechan esta
fiesta para continuar el ritual religioso, la búsqueda del interior, las esperadas
respuestas, y entre todos las partes, seguir valorando la posibilidad de estar
en armonía con sus pares.
Amante de las efemérides, considero
que algunas fechas sirven para desnudarnos, para mostrar nuestras aristas, para
recordar sucesos que, aprendidas las enseñanzas, pueden evitar costosas
repeticiones. Y hay que revisar profundamente para acceder a esos datos
curiosos, no a los convencionales y repetitivos que ofrecen la mayoría de los
medios. Cada tanto irrumpe en alguna memoria prodigiosa y envidiable, alguna
historia, algún gesto, alguna rareza, peculiaridad o capricho, que nos obliga a
recordar que somos buenos o malos, generosos o avariciosos, corajudos o
cobardes; que somos incompletos.
Alfred Anderson murió en 2005, con
109 años. No solo era el ciudadano británico de más edad hasta esa fecha, sino
que podría ser el último sobreviviente de lo que fue conocido como la Tregua de
Navidad, y hasta su muerte, cada vez que intentaba ser exacto para recordar aquel
momento, arrancaba diciendo algo como: “Aquella mañana había un silencio de
muerte, un misterioso silencio”.
La navidad de 1914 encontró a Europa
en guerra. La Gran Guerra, luego al prolongarse el horror bélico, la Primera
Guerra Mundial. Para muchos fue la última guerra de trincheras. Al finalizar
julio, la impericia de las naciones permitió un conflicto armado, que la misma
ineptitud consideraría de corta duración. Pero las navidades encontró a la
gente luchando, con las bajas temperaturas minando tanto como los ruidos eternos
de balas o morteros, con la resignación de que el regreso a casa se postergaría
un mes más, que las fiestas les encontraría defendiendo una porción de zanja, y
que aquel despropósito habría de durar cuatro largos años.
Las tácticas para motivar a las
tropas suelen ser diversas. Las arengas varoniles o nacionalistas suelen llevar
la mayor parte. Pero cada tanto, dosis de sensibilidad, nos recuerdan que somos
personas afectivas. Y de pequeños detalles, pueden sobrevenir grandes errores,
que afortunadamente, el hombre perverso que vela por nosotros, intenta remediar
sin contemplaciones.
“Durante dos meses, lo único que
había escuchado eran bombazos, disparos y voces alemanas en la distancia”,
continuaba la descripción de Anderson. El frente belga de Ypres era uno de los
tantos abiertos por Europa. Este frente donde por día caían numerosos soldados,
separaba por escasos metros – denominados tierra de nadie -, las trincheras
inglesas y alemanas. Los altos mandos alemanes, observando lo bajo que estaba
el frente, decidieron enviar doble ración de comida, tabaco y alcohol para
afrontar la Nochebuena de 1914. Y con el avituallamiento, adornos navideños en
forma de abetos iluminados, que fueron colocados a lo largo de los parapetos. La
noche se fue alumbrando, y los alemanes arrancaron con la melodía de “Stille
Nacht” u otros villancicos. Las tropas inglesas contestaron con “Adeste fideles”
y otros emblemáticos canticos navideños. La noche quedó pactada con los hombres
de uno y otro bando, compartiendo canciones navideñas y celebrando el
nacimiento por sobre la cantidad de compatriotas muertos a escasos metros,
tapados por la nieve y sin tiempo físico ni material para retirar. Cada bando aplaudió
las canciones del otro, y hasta se pidieron bises que hicieron llevadera la
jornada navideña.
Al amanecer del día 25, la sorpresa.
Algunos alemanes abandonaron su posición portando banderas blancas. Los
aliados, dominados por el asombro y desconcierto, se frenaron por no disparar.
Este hecho generó que minutos después, ambas facciones intercambiaran
historias, cigarros, chocolates o bebidas. Se mostraron cartas, se presentaron
a través de fotos sus respectivas familias, al tiempo que se permitieron
recoger las victimas de cada uno y a las cuatro de la tarde, oficiar un
conjunto oficio religioso.
Un número considerable de alemanes
eran hablantes fluidos del inglés, haciendo posible todo tipo de conversación.
Se intercambiaron monedas u otros souveniers y funcionó el trueque entre
culturas. Se lamentaron las pérdidas de uno y otro lado y hasta jugaron un
partido de fútbol. Lo insólito fue el corolario, al descubrir que habían barberos
entre los alemanes, un número considerable de ingleses atravesó líneas enemigas
para acicalarse o afeitarse.
Los informes oficiales de los días siguientes
no se apartaron del escueto “Sin novedades en el frente”, confirmando que la decisión
de pactar era solo de estos batallones. La situación se sostuvo hasta el 3 de
enero, día que los altos mandos se anoticiaron y dispusieron medidas que
frenaran la epidemia de confraternidad. La tan efectiva publicidad de guerra había
definido al enemigo como un conjunto de monstruos capaces de las peores atrocidades.
Resultaría imposible mantener el conflicto si los bandos continuaban
descubriéndose. La amenaza de consejos de guerra motivó a que continuaran los
enfrentamientos. De haber impuesto el espíritu navideño, nueve millones de
muertes se hubieran evitado.
“Pipes of peace” se convirtió en el
primer sencillo en la carrera en solitario de Paul McCartney, en alcanzar la
primera posición en la lista de éxitos de Gran Bretaña. Lo consiguió en 1983 y
hasta entonces, había conquistado diecisiete números uno como miembro de The
Beatles, uno con el grupo Wings y otro como dúo de Stevie Wonder. El videoclip
imita la Tregua de navidad, y tiene como protagonista a dos soldados, uno
británico y el otro alemán, ambos interpretados por el ex beatle. La canción es
un canto antibelicista, alentando a conseguir un mundo mejor para los niños. Una
lucha que se repite de generación en generación, a la espera de ser alcanzada.
Para terminar la historia, aquella
primera gran contienda que marcó el horror del pasado siglo, estuvo marcada también
por otro hecho notable, en este caso tecnológico. Comenzó a gestarse la revolución
técnica de captación de imágenes, provocando una fascinante eclosión popular.
Millones de soldados armados, acudieron a la batalla con cámara de fotos,
dispuestos a captar una experiencia íntima. La Art Gallery de Ontario, recibió en
2004 la herencia de un anónimo, que ofrendó 495 álbumes de soldados británicos,
franceses, alemanes, rusos, polacos, estadounidenses, checos o australianos.
52.000 fotos del frente, de bases militares, de cabarets, aviones o retratos turísticos
de soldados en su tiempo libre o de llegada a ciudades en ruina, constituyen una
enorme prueba viral de que la fotografía había llegado para convulsionar al
mundo.
Los álbumes reunían fotos de
distinta procedencia, no solo de las personas que las habían sacado, sino que
contemplaban intercambio con otros combatientes, del mismo bando o del otro. De
esta manera quedó testimoniada la tregua de Navidad, gracias a las más de dos
millones de cámaras de bolsillo de Kodak, conocidas como “la cámara de los
soldados”. Los gobiernos no pudieron negar la tregua, pero comprendieron que
debían encargar un control férreo sobre las cámaras de la tropa. “Las fotos
personales pronto acabaron en manos de la prensa internacional y el Gobierno
decidió estrechar la censura”, advirtió Hilary Roberts, conservadora Jefe de
fotografía del Imperial War Museum, de Londres.
Este museo, creado en 1917, para
homenajear el esfuerzo de la guerra en el mismo momento que el conflicto se
libraba, alzo un llamamiento a los aliados para que cedieran las instantáneas sin
importar calidad ni importancia. Un aluvión de fotografías que cubren
contiendas desde 1850 hasta la fecha, registran una verdadera memoria
histórica. La particularidad distintiva fue que a partir de la Gran Guerra,
tenemos testimonios por primera vez de los soldados, y no de los oficiales,
como era costumbre en el siglo XIX. Comenzó la experiencia real de la guerra,
fue la primera guerra de medios de comunicación en masa, que de estar al
alcance de todos, podríamos poner definitivamente en jaque la visión que se
tiene políticamente de las guerras.
En una carta enviada a su casa por
un soldado alemán, notificaba de aquella extraña tregua navideña. “Tuvimos que
dejar que la tregua durara todo ese tiempo” fundamentaba para rematar “Queríamos
ver como salían las fotos que ellos nos tomaron”. Durante las siguientes
navidades, los altos mandos tuvieron que asegurarse que estos hechos no se
repitieran, intensificando sus ataques al enemigo durante la semana de Navidad
a Año Nuevo. Los Gobiernos que adoramos y defendemos no suelen estar en primera
línea de batalla o sufrir los avatares de la decadencia laboral o económica. El
enemigo no tiene que ser el del otro bando, este muchas veces es solo un igual,
vestido con uniformes diferentes…
Alrededor del mundo
pequeños niños nacen en el mundo
Tenemos que darles todo lo que podamos
Hasta que la guerra esté ganada
Entonces el trabajo estará hecho
Pipes of peace – Paul McCartney
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