“El hombre es un aprendiz; el dolor es su eterno maestro”.
Alfred De Musset
Insistimos en la importancia de la filosofía porque mantiene encendido el germen de la inquietud intelectual. Queremos conocer y comprender, no nos vale la simple curiosidad sino que nos intriga toda aquella cuestión que demore una respuesta racional. La potencia del razonamiento parece estar desaprovechada por la soberbia que minusvalora la capacidad de pensamiento o por las condiciones impuestos de instantaneidad y distracción. Pero aunque queramos solo distraernos, las dudas persisten. Y muchas de ellas lastiman. Y duelen, porque el dolor sigue siendo un tema central y salvo los momentos rutinarios de la vida, la experiencia dolorosa tarde o temprano estará presente y en ese momento, peleamos, lo superamos o claudicamos en la más absoluta de las penumbras.
Suele ser personal la gestión del
dolor. Podemos profundizar y filosofar sobre su diligencia en general, pero no
es trasmitible hacia el personaje exterior la magnitud del dolor personal. Se
convierte en una vivencia intima donde las personas cercanas solo pueden tantas
veces acompañar, facilitar momentos o tareas, pero no dimensionar o palear. En
general no se manifiesta indiferencia al dolor, con el propio se convive
dependiendo la templanza y tolerancia pero con el ajeno apenas se puede
presumir, y hay veces en que desconfiamos de la magnitud del sufrimiento del
que nos manifiesta sufrir. El dolor físico y el sufrimiento moral representan
experiencias sociales, pero su proporción generará experiencias diferenciadas y
diferenciables.
Lo que para mi no es dolor, para otra
persona es agonía. Tememos al momento del dolor, nos angustia esa sensación de
opresión espiritual que nos fragiliza. El sufrimiento comprende un componente
emocional de ansiedad, frustración, impotencia y angustia sin necesidad de la
presencia del dolor físico pero el dolor se sufre, padece, abate y recuerda. El
dolor requiere de soluciones inmediatas, las crisis dolorosas que se sostienen
en el tiempo poseen una llamativa característica, la variabilidad. El dolor que
persiste en el tiempo y no presente un diagnostico que repare o contenga genera
un doble abatimiento, el físico y el mental, la desconfianza que genera en uno
mismo la imposibilidad de avanzar hacia la gestión o solución del dolor. El
dolor físico cuestiona al que lo padece porque se pierde la perspectiva al no
poder identificar la fuente del pesar.
Duele asistir a las penurias de un
enfermo cercano. Se busca en la mirada del sufriente un gesto que permita
suponer cambios positivos. Se intenta inundar de positividad a un mensaje
continuo de dolor. Se aspira a que la situación, aunque sea ya prolongada, sea
pasajera. El sufrimiento, a pesar de sus diversas dimensiones, unifica porque
desconecta, oscurece y hasta incomunica, ya que ante tanto dolor no podemos
obtener más datos que el lacerante “me duele”. Se debe mantener la calma pero
tantas veces se le trasmite más inquietud aún a aquella persona que sabemos que
sufre, pero que no nos sabe explicar la situación o no nos trasmite en el
tiempo un matiz de posible remisión. A veces la sensación continua del dolor
puede generar abandono, distanciamiento, indolencia, enojo y hasta insolencia
en el trato al enfermo. Nos cuesta soportar la carga de dolor ajeno, nos aleja.
El dolor que es un adversario exterior nos enfrenta al enemigo interior del
sufrimiento.
El dolor es una de las experiencias
mas desagradables pero plenamente subjetiva. Tiene un carácter privado que
dificulta su dimensión, a veces la fiebre, la coloración en la piel, un bulto, una
herida pueden brindar herramientas o signos que a los personajes externos le
permitan en parte dimensionar un problema médico. El dolor se puede relacionar
con una angustia física diversa aunque no sea suficiente para un diagnostico; pero
el sufrimiento nos manifiesta o sugiere un estado emocional o psicológico que
nos oprima y se potencia con el miedo, la angustia, la incertidumbre o la
ansiedad. Nadie sabe como va a experimentar el dolor su compañero más cercano y
a veces, siquiera puede externalizar la experiencia dolorosa. Y también tenemos
dolores sin lesión, somos un organismo muy diverso y complejo.
El dolor o el sufrimiento te suelen
alojar en un espacio vacío donde a pesar de toda la compañía posible, muchas
veces no alcance ni se visualice. La persistencia de la situación se interioriza
tanto que no suele ser posible su discusión pública, como si fuera un ámbito exclusivo
íntimo. La pregunta de un extraño ante como se encuentra el dolido puede
arrojar la sorprendente respuesta -del que sufre acompañando- de que se está bien.
A veces avergüenza incomodar al cercano no tan cercano, con un componente que
en realidad forma parte de la realidad del vivir. El dolor o el sufrimiento nos
coge siempre de sorpresa, nos intimida y a veces nos ruboriza. Schopenhauer
consideraba que el sufrimiento estaba presente en todo lo que veía. En este
caso, el filósofo alemán lo definía como una voluntad contrariada a la voluntad
de vivir.
La sensación -muy personal- es que la
medicina fracasa en la mayoría de las enfermedades porque no saben tratar el
componente anímico, espiritual o del alma, ya que si todo lo que auscultan o
analizan está en buen estado, no amplían la asistencia, el cuidado o
comprensión del sufrimiento, que lamentablemente puede ocupar todo el espectro de
la mente. Se estudia el tema anatómico, fisiológico, fisiopatológico o terapéutico
del dolor pero escasamente se afronta el problema del sufrimiento, que suele ser
experimentado por las personas, no por los cuerpos. Sufrir no es solo un
padecimiento, es dolor, pena, disfunción, alteración o todas estas cosas
juntas. Si bien se trata de algo personal, es bueno compartirlo. La experiencia
de uno -aún no resuelta- puede abrir el camino de otra alma en conflicto que
sin evidencia médica, pena en silencio tratando de no despertar sospechas.
Escribo sobre la gestión del dolor
porque ya forma parte de nuestra ansiedad social. Luchamos tantas veces para evitar
el dolor y a veces es en vano. Al hacerse crónico nos podemos abandonar a un
esfuerzo inútil. El dolor crónico ya comprende a uno de cada cinco habitantes, quienes
ven mermados aspectos sociales, laborales o familiares. No podemos creer que el
dolor siempre es pasajero, que se vuelve pronto a la monotonía de la normalidad.
Muchas veces es un tratamiento prolongado sin tratamiento, donde el fracaso
puede ser diario. Dicen que la aceptación es parte importante del proceso como
inicio de un camino tolerable. Experimento dolor físico hace años, vagando como
conejillo de indias por departamentos médicos o terapias y alimentando el ya poblado
“cajón de sastre” -como conjunto de cosas diversas y desordenadas-. Pero escribo
hoy no porque me duela más sino porque estoy experimentando el sufrimiento por
el dolor cercano, padeciéndolo desde principios de año y desgastándome de tal
manera que lo que siento es una nueva variante, un dolor rabioso que filosóficamente
hablando, me otorga una alta dosis de amargura a mi existencia…
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