“¿Qué es un clásico? Es un libro que
las generaciones leen con una misteriosa lealtad”.
Jorge Luis Borges.
Aún restan seis meses para definir sus
preparativos. Pero la lectura siempre despierta pensamientos, dudas, curiosidades o asuntos a resolver. Y en una efeméride de este mes de junio aparecida en los periódicos, me viene a la mente que la festividad religiosa de la navidad -que junto a Pentecostés y la Pascua
de Resurrección son las mas celebradas por el cristianismo- me encuentra sin el cobijo familiar desde
el año 2002 y con los pasos bien cambiados. Desde ese momento he decidido -si las
condiciones acompañan- pasar esas fechas en compañía de mi esposa -y a veces
amigos- recorriendo alguna ciudad extranjera, donde mitigar ese efecto cálido familiar que
tenían las fiestas de la nochebuena y navidad y de esta manera, no estar pendiente de que
se trata de una fecha sentida. Hace años se trata de un momento particular que despierta
en mí, añoranzas y nostalgia. Eso sí, vaya donde vaya necesito Wifi para comunicarme con mis padres.
La efeméride nos recordaba que
llevamos ciento cincuenta años sin Charles Dickens, tal vez uno de los
escritores más importantes de la literatura inglesa y universal. Leída la cifra
así, a brote pronto, suena a otros tiempos, de hecho a la Inglaterra victoriana.
Dickens falleció el 9 de junio de 1870 y su legado continuó vigente. Fue
definido como el escritor del proletariado. Tal vez pudo precisar, como pocos,
los movimientos de la economía de mercado que derivó en el capitalismo surgido a
partir de la revolución industrial. Y contada desde el punto de vista del que
le tocó sufrir con pobreza. Por eso sus lectores -entre los que me incluyo- ven
en sus historias los dolientes condicionantes de ese flagelo que se suman a la
indiferencia, explotación y desigualdad social. Pero no me refiero al concepto
político o ideológico de pobreza, sino la más sincera crítica social, la que
nosotros podemos observar en nuestra rutina diaria -si en verdad lo queremos
ver-, y no a la hipocresía asqueante del sistema que lucra con el concepto.
Pero regreso a las navidades,
seguramente a todos les sonará “el espíritu de las navidades pasadas, de las
presentes y muy especialmente, de las futuras”, como los tres espíritus que
visitan al tacaño, avaro y despreciable Ebenezer Scrooge, al que dio vida
Dickens con el relato corto de “Un cuento de navidad”, en el año 1843. No es
cuestión de analizar la obra, recordando que no es de las más consagradas pero
si recordadas. En un momento donde nos preguntamos hacia dónde va la esencia
del ser humano, recuperar la imagen de Scooge en estos días de 2020 me permite
la fantasiosa ilusión de que el hombre puede cambiar, aun siendo el más
miserable - hoy en abundancia-. Seguramente será una expresión de deseo
infantil, la obra de Dickens mostraba que a pesar de lo desagradable que era,
Scrooge podía redimir sus pecados. Tal vez, y creo más factible, la obra nos
muestre el temor que tenemos a sufrir -y casualmente hoy me toca sufrir por
cosas de la vida- o el miedo a enfrentarnos con nuestras circunstancias. El
destino no parece ser inamovible, tantas veces se enreda o se frustra por los
propios temores que nos comprenden.
Es verdad que una de las
características esenciales de Dickens en su prosa es la de la idealización de
sus personajes y además, la presencia siempre necesaria de la casualidad, a
través de la providencia inesperada que lograba acomodar favorablemente la peor
de las circunstancias. A pesar de esa sublimación de la especie humana, de
Dickens se destacaba su capacidad para crear personajes creíbles, además de la
habilidad para contar las mejores historias. Según se registra en su biografía,
llegó a crear 2000 personajes en sus quince novelas (muchos incluyen dentro de
ese número a “El misterio de Edwin Drood”, nunca acabada). De su legado podemos
destacar varios personajes vitales, tengan paciencia y lean: Oliver Twist,
Jacob Marley, Bill Sikes, David Copperfield, Joe Gargery, Miss Havisham y su
eterno vestido de novia frustrada, el señor Pickwick, Florence Dombey, Mister Gradgring
y el nombrado Ebenezer Scrooge, viven todos en el inconsciente popular más allá
del peso de la literatura.
Si se debe graficar en el Reino Unido
a alguien que sea malhumorado, mezquino, gruñón o avaro, tal vez usen a manera
de adjetivo la personalidad de Scrooge. Y si en vez de la palabra “tonterías”
alguien aun utiliza el vocablo paparruchas, recordarán que actores como Michael
Caine, Albert Finney y hasta Jim Carey pronunciaran la palabra con inquina
cuando interpretaran su personaje en el cine. El doblaje nos arrojó el “paparruchas”,
la versión original expresa “humbug” que tendría más relación con la traducción
“patrañas”. Para el caso es lo mismo, muchos de los lectores de Dickens
recuerdan esa palabra al aproximarse las navidades y yo, este 9 de junio,
cuando además de cumplirse los ciento cincuenta años de su muerte, las redes
sociales -por ejemplo Twitter- tuvieron gran parte del día entre sus tendencias
la palabra Scrooge.
Dickens no se ha ido, está presente en
todos los ámbitos de la cultura británica y en la literatura general. Tal vez
debemos remarcar que nos ha dejado arquetipos que trascienden la resonancia del
universo. La realidad suele ser amarga, los corazones no se abren como
esperamos que se abran, tal vez seamos espectros agotados buscando la
redención. A la espera de la transformación tan anhelada, es bueno recordar
algún párrafo dickensiano que si no ilumine, tal vez temple la espera:
“Era el mejor de los tiempos, era el
peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y de la tontería, la época de fe y
la época de la incredulidad, la estación de la luz y de las tinieblas, era la
primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”; si todo fuera
cuestión de palabras….
No hay comentarios:
Publicar un comentario