“Soledad: una dulce ausencia de
miradas”.
Milan Kundera
El año comenzó con las dudas sobre la
motivación de seguir nutriendo esta bitácora. Escribir, en mi caso, parece seguir
un dictamen de motivaciones que requiere de una especie de magia para renovar
el vínculo. Con la práctica comprendí que aunque no sea rentado, es un oficio, y
a la hora de abordar una tesina, trabajo de la universidad o desarrollo de una
memoria laboral, contaba con un plus, un callo previo que encaminaba las primeras
carillas sin preocuparme. Pero a veces se hace cuesta arribar sentarte y seguir
una línea habitual de temáticas, si bien los temas suelen aparecer cuando menos
lo esperas, comienzan a pesar esos días donde si bien la página no está en
blanco, si parece estarlo mi nivel de motivación.
Si lo buscas en la web, cantidad
indigente de adoradores tecnológicos te hablarán de técnicas -varias de pago-
para aumentar la exposición de tus escritos. Suelo navegar para ampliar información
de los temas que abordo y en este caso el buscador insistió en diversas formas
para expresar cuando se debe dejar de escribir en un blog. Las respuestas son
obvias, casi todas comerciales y con el estilo copipega que ha obligado la necesidad
de agudizar el olfato para encontrar notas verdaderas y útiles. La web está
plagada de información sin sustancia. Si es la web la que marca tendencia no lo
sé, tal vez la insustancia sea señal clara de lo que somos y trasmitimos. Pero
las búsquedas suelen arrojar verdaderos hallazgos y aspiro a que mis entradas
alguna vez generen la misma sensación que dispara mi adrenalina.
Los pitonisos influencers de la 2.0
aseguran que la falta de motivación conlleva al abandono de un blog personal.
La pasión es la que sostiene un proyecto, más allá de que la aspiración inicial
era simplemente desarrollar un placer en la escritura. Seguramente he buscado
el éxito porque podía escribir sobre lo mismo en cuadernos que quedaran
olvidados en el tiempo. Tal vez abrí un blog porque entre mis amistades no vislumbraba
a ningún Max Brod que quebrantara un juramento de quemar mis estériles papeles abandonados,
regalándome la inmortalidad que lamentablemente, solemos necesitar en nuestras búsquedas
de realización. Comencé en 2013, ya pasados siete años de aquella primera
entrada y cuatrocientas largas publicaciones después, imagino que el final
debería estar pronto, porque he sido tozudo pero estéril en propiciar mi propio
descubrimiento.
Sería material invalorable para la
terapia el consultar si uno escribe en un blog para lograr trascendencia y
ascendencia. Nunca lo planteé, solo he sostenido charlas sobre mi obstinada
decisión de escrituras largas que contrarían la cómoda tendencia de lecturas
cortas. Se me ha dicho que no se me leía porque mis escritos no eran funcionales
para esos escasos momentos en que nos encontramos con nosotros mismos y
nuestras ganas de leer. Era un piropo cómodo para no desairarme, pero no me amedrentaba
sino que me posibilitaba una heráldica orgullosa de seguir escribiendo largo.
Era tal vez la manera inmadura de enfrentar esta explosión tecnológica con todo
al alcance de la mano con la intención de ofrecer algo distinto. Pero juro que
duele tener un blog de cuatrocientas entradas casi sin comentarios. En mi favor
nunca me topé con una critica despiadada de los que las redes se han hecho
adicta, tal vez en homenaje a las épocas de la inquisición. Pero siempre he
estado preparado para contestar críticas, tengo el defecto de tratar de
fundamentar siempre mis accionares y razonamientos. Pero el silencio del grillo
en aquellas tardes de campo ha sido atronador comparado con el mutismo de las
reacciones de mis entradas.
Pero no sé si puede ser el motivo de
la desmotivación que me invade. Quiero creer que mi cuerpo pide otra cosa, una prolongación
de este ejercicio semanal. La facilidad de encontrar temáticas, la búsqueda de información
y el desarrollo de la entrada me obliga a pensar que debería pasar a otra
instancia. Los proyectos tienen un principio y un fin y debería ser yo el que
se diera cuenta de que algo se termina. Renovar entradas donde algunos amigos
ponen el “me gusta” pero no genera ruido de comentarios orales o escritos
parece como prolongar la agonía de este supuesto entretenimiento. Cuando sucede
el desconsuelo suelo regresar a las temáticas literarias porque creo que el
abrigo ideal sigue siendo los libros y sus autores. Nunca he sido una rata de biblioteca
sino un aprendiz de artesano que intenta aprender procesos al tiempo que comunica.
No te voy a dar nunca la solución a mis dilemas, mi pasión literaria solo se
apoya en situar y situarme sobre las cosas que nos rodean, no me gusta esa sensación
ficticia que nos están dando las cosas masticadas -como pregonan las redes-
porque en el fondo creo que sucede en que no hay mucho para mascar en esta
actualidad. Si escribo sobre literatura, la idea es que el que lea esto que
lea, que busque el libro pero no que repita lo dicho por otro. Leer es un ejercicio
personal, ser un farsante tal vez un estilo colectivo.
No me harta dedicar horas a este ejercicio,
no me cuestiono si soy o no bueno o si mis caminos siempre son larguísimos por
lo que todo en mi recorrido tarda en llegar. Me aburre escribir en piloto automático,
cumpliendo organigramas mentales propios. Mi meta creo que ha sido siempre la
de ser escritor y no ha podido ser -hablo de las luces del reconocimiento que
ensalza el ego, determina el éxito y posibilita una cuenta corriente-. Si hasta
me agobia cuando las personas consideran mi veta destacada para monetizar porque
no era la intención, cuando uno es pequeño y siente una vocación es raro que lo
sienta como para aspirar al dinero, eso llega con las necesidades sociales post
adolescentes. Tal vez no me he despedido aún por el temor de que nadie se dé
cuenta tampoco de eso, que de a poco me voy abandonando y tal vez resignando a
ser habitúe al copipega anodino que nos domina…
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