“La vida debe ser vivida como un
juego”.
Platón
La posibilidad de ser la persona que
no eres es demasiado intensa, muy presente. El historial de vida parece estar
disponible para ser cambiado, manipulado o adaptado a las necesidades. La
memoria suele ser corta y eso ayuda a la impostura. Pero filosóficamente
hablando, formamos parte de un muro que define nuestro perfil y ese rasgo o
propio identikit es lo que debería hablar por nosotros. ¿En qué estamos
pensando? Nos gusta, nos encanta, divierte, asombra, entristece o enoja. Nos
permite ser cristalinos pero la tendencia nos lleva a opacar nuestras formas.
Somos amigos, tengo trescientos treinta. No los veo, a algunos no los sigo, de
varios me avergüenzo. Pero una vez al año todos nos deseamos en cada
cumpleaños, vivir el mejor día de nuestras vidas. La globalización nos ha
acercado, estamos todos el día conectados con el resto de la humanidad, pero no
parece que nos haga mejores humanos.
La información ya no está a la vuelta
de la esquina, sino que está en el aire, liberada a través de un click. Es
tanta la información de la que disponemos que ahora nos acomete la imperiosa
necesidad de precisar cuál es verdadera y cuál es falsa. Y parece que predomina
la falsa. De ahí que nos tenemos que amoldar a un nuevo concepto tecnológico:
facke news. A pesar de la creciente desconfianza que nos gobierna, a nadie se
le ocurre en estos momentos el vivir desconectados. Las noticias falsas se
propagan a más velocidad que las verdaderas. Rara vez la verdad se difunde a
velocidad mientras que el 1% de las noticias diarias falsas se difunden y
viralizan -gracias a la ingenua complicidad de nuestra parte- rutinariamente
entre mil y cien mil personas. Nos lleva a pensar que a pesar de lo que profesemos,
los seres humanos preferimos la mentira y somos conscientes de que se propagan
noticias falsas, para que se amolden a algunos intereses, inclinaciones o
fantasías. De ahí que las redes sociales se cuestionen permanentemente. Tal vez
porque en vez de aceptar parte de nuestra esencia, seguimos empecinados en
querer ser lo que no se puede ser: transparentes y genuinos.
Una noticia falsa inspira sorpresa y
disgusto, disparando la propagación por el combustible de la indignación e ira
incontrolable liderada por la incontinencia, de ahí las barbaridades de
nuestros conocidos que solemos hallar en las redes sociales. La verdad, en
cambio, apenas genera un sentimiento de tristeza, estupor o aislamiento. De ahí
que sea más fácil propagar una falsa noticia. Se dice que no está aún claro las
limitaciones a la tecnología. La realidad indica que, aunque se regule la
funcionalidad técnica, seguimos errando en la educación de las conductas
humanas. Las redes propagan de manera ampliada algo que es natural en la
esencia del ser humano: podemos ser ángeles y demonios, en determinadas
circunstancias.
Navegamos a veces como se solía utilizar
el concepto de navegar: buscando ampliar horizontes, rumbeando para alcanzar
otros puertos. Pero también navegamos a la deriva, con el combustible que
genera la pereza, el aburrimiento o el estar por estar. Aumentar nuestros
amigos en Facebook u obtener más seguidores en Instagram o Twitter nos consume
seguramente más tiempo que si nos trasladáramos a casa de un amigo de la vida,
por no decir amigos de verdad. Las redes nos acercan a amigos que perdimos por
el paso del tiempo y sus vicisitudes y también nos amplía el baremo con amigos,
que más de una vez, se trata de gente que no conoces de nada. Analizando las
cosas de este modo, la precisión de saber que las redes sociales están muy
ligadas a la filosofía es evidente. Pero es llamativo como creemos que la
filosofía no debe formar siquiera parte de los programas educativos, por
improductiva, abstracta, académica, obsoleta o por que sostiene una velocidad no compatible con el
acelerado crecimiento tecnológico.
Llegados a este punto, más de uno se
preguntará -y lo hará en más de una entrada- porque siempre cuestionó gran
parte de las cosas en vez de destacar la importancia que puede tener su buen
uso. Es un interrogante que me persigue, y tal vez la respuesta pueda ser
cierta y espontanea, o demuestre que uno también es habitante de facke news o
del desaliento o pesimismo: he recibido una educación que se refuerza sobre las
cosas que se hacen mal o no tan bien, porque las cosas bien hechas vienen en
nuestro catálogo o preámbulo de vida. Debemos procurar hacer las cosas bien por
defecto y tal vez, me hice sangre de ese defecto. Por eso, la tecnología abarca
un sinfín de buenas posibilidades o intenciones, pero canta más las
imperfecciones o malos usos empleados.
Aristóteles insistía en que la verdadera
amistad debía implicar algo más que el mero disfrute o beneficio mutuo. “La
voluntad, pues, de amistad fácilmente se concibe, pero la amistad misma no”, lo
que implica que no se puede tomar a la ligera ni se obtiene fácilmente. Según
un estudio, los usuarios de Facebook tienen 281 amigos como media. Para muchos,
será un número elevado e inalcanzable, para otros muy reducido. La necesidad de
acumulación de amigos se ha convertido más que en una necesidad, en una
obsesión de pertenencia y aceptación. Retomando a Aristóteles, podemos
denunciar que vivió y filosofó en una época muy diferente a la actual, pero lo
realmente reseñable es la vigencia de sus razonamientos, sin importar el tiempo
y el espacio donde se le razone. La sensación que asoma es que estamos cediendo
el concepto de amigo a la influencia que nos imponen las redes sociales. Es
ingente la cantidad de personas que a diario pugnan por ampliar el modelo de
amigos que la tecnología pregona.
Uno puede desear aumentar la cantidad
de amigos, pero eso nunca garantiza que podamos tenerlos en realidad. ¿Nos
preguntamos si un amigo virtual o de otra época de nuestra existencia pueden
cumplir lo que debe satisfacer una amistad en este momento? Juzgamos y
prejuzgamos con liviandad la superficialidad ajena o del sistema, al mismo
tiempo que colocamos en nuestro perfil una foto increíble que maquilla nuestra
realidad, pero no representa nuestra habitualidad. Votamos encuestas, aprobamos
fotos, avalamos frivolidades, hacemos copiados de frases con carga emotiva,
felicitamos emociones, etc. Pensemos un segundo, cuando escribimos un mensaje
de texto, wasaps o mensaje interno de red social, parecemos obligados a tener
en mente algo específico para transmitir, porque si solo escribimos por la
necesidad de compartir la soledad, angustia o alegría de querer estar cerca,
podríamos llegar a generar irritación o extrañeza al otro lado del aparato,
muro, aplicación o red. Ahí hay un problema que la filosofía nos recuerda: las
conversaciones importantes pueden reflejarse en aspectos particulares y
mundanos de la vida diaria -que el medio tecnológico ha sabido potenciar- pero
también en estado de ánimo, duda, preocupación, inseguridad o de estima, que el
medio tecnológico procura reemplazar por la dinámica de la perpetua ilusión.
Los amigos por sí mismos no pueden
garantizar una vida feliz. Pero son útiles para pedir consejo, ayuda o
compañía. Un amigo es otro yo que muchas veces refuerza o ilumina nuestro yo
que no alcanza, que no llega, que no puede. La verdadera amistad necesita de la
acción, los medios tecnológicos proponen acción, pero a veces acumulamos
amistades para seguirles o espiarles, pero no para interactuar; el tiempo que a
veces consumimos navegando o siguiendo otras vidas puede ser considerado un
desperdicio de tiempo, más de una vez lo hemos dicho. Si es que navegamos con
amigos, ¿cómo podemos reconocer que tonteamos o perdemos el tiempo en las redes
sociales? Tal vez sea porque a los que sumamos como amigos a través de las
aplicaciones tecnológicas, muchas veces los sumamos porque nos los dictan las
propias aplicaciones. Habitamos la paradoja de que Facebook nos permite
generar, recuperar o mantener amistades que de otro modo se hubieran marchitado
o perdido, pero al tiempo que con la potencialidad abundancia de tener amigos,
nos lleve a abandonar las verdaderas amistades que tenemos de puertas afuera.
De ahí que mi carácter y mi filosofía me lleven siempre a observar el vaso
medio vacío, tal vez porque tanta observación o razonamiento solo me lleven a
profesar la existencia de las espadas de doble filo…
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