"El mejor del mundo es Messi; y el segundo mejor, Messi lesionado.
Nació para jugar al fútbol, es el primer genio del Siglo XXI. Es incomparable.
Ahora da la sensación de que está al borde del retiro, pero está empezando la
plenitud de su carrera".
Jorge Valdano, en noviembre del 2013.
Cuesta entender que no es fácil
sobreponerse a la falta de categoría no solo de un colega de profesión sino a
un sistema que todos reconocen que está enfermo, pero ninguno logra acertar
sobre el rotundo diagnóstico de la enfermedad. Tal vez repasando los iconos de
su historia, sobresalen los individualismos y despotismos que permiten
conjeturar que una sociedad no puede superar malos hábitos de forma individual.
Es un problema mayor cuando esa sociedad es la argentina, donde se destacan universalmente
por sus cualidades individuales, pero nunca en su historia ha de ser
considerada por su capacidad o atributos hacia el colectivo. Un argentino es
capaz de sumarse a una dinámica grupal en cualquier otro contexto o rincón del
planeta, nunca en su propio país, porque siempre lo ha de cuestionar ese seudo
líder individualista que llevamos dentro.
No significa que el mundo sea mejor.
El hombre es capaz de arruinar cualquier esencia si el entorno social no le
resiste con un buen entramado comunitario. En el momento que esas barreras
ceden o desaparecen, presenciamos en cualquier rincón del planeta, el
desmoronamiento de cualquier principio social básico. Pero hay países que nunca
llegan a conformar ese entramado base de protección, entonces el derrape es
constante. Y la necesidad de magia acompaña a la improvisación y entonces, tal
vez, se logre explicar porque no funcionan los países que no funcionan. Las
crisis económicas condicionan sobremanera, pero sobre todas las cosas, alteran
las morales. Y duele observar con impotencia como la degradación y la
brutalidad de su descomposición arrasan con la idea o semblante de país que
conservas en tu cabeza, porque hace treinta años el país no estaba bien, pero
comparándolo con cualquier hoy, parecía modélico.
Y las reivindicaciones deben llegar de
cualquier manera y el argentino suele depositar en su música de rock and roll o
de protesta, en los movimientos sociales imaginarios de izquierda con sus cuentos
de justicia social que combaten al capital y en el futbol, todas las
perspectivas para seguir engañándose de que su posición en el mundo es
estratégica, modélica, necesaria o imprescindible y decisiva. Por eso, entre
tantos ejemplos aberrantes, seguimos creyendo que los goles de Maradona a los
ingleses en el mundial de 1986 fue la peor de las revanchas que le pudimos
propinar a los ingleses luego de la guerra de Malvinas. Si un ciudadano racional
del Reino Unido lee esto, va a pensar que en Argentina sus ciudadanos medios son
idiotas. No son idiotas, son fanáticos, que es un mal peor.
Lionel Messi está fuera de discusión
en varias sociedades. Está por encima de sus números personales y por sus
resultados individuales y colectivos, lo que le ha encumbrado a un podio
importante entre los grandes jugadores de futbol de todos los tiempos, sin
importar si lo lidere o esté entre los ternados. Pero se le cuestiona, no solo
en su país de origen, también en ciudades a las que no les queda más remedio que
odiarle, Madrid, por ejemplo, ya que su presencia vino a cuestionar el tópico
de la supremacía que los poderosos y necios suelen querer imponer por los
siglos de los siglos, por el simple hecho de ser poderosos en un tramo de la
historia. Le han inventado competidores todo este tiempo -Robinho, Robben,
Cristiano o Modrik- y han estado atentos a defenestrarlo por su actuación en el
campo de juego o en el pago de sus impuestos. En Barcelona lo han amado desde
el primer día, pero a veces lo aman con ese fanatismo que no permite observar
que una golondrina no hace el verano y que los veranos no son eternos para ser
tan altaneros -Messi se está devorando a su club, ya que dependen todo el
tiempo de él-, y en eso los catalanes han pecado, por desgracia no solo en el
futbol, ya ven como su complejo eterno de autoestima deficiente también los
degrada como sociedad últimamente.
En su país de origen el proceso fue de
odio para intentar amarle, y no llegan a amarle porque no logra ni reivindicarles
ni desafiarles, ya que a pesar de su enorme talento puede llegar a mostrar lo
que el argentino odia mostrar: que puede y sabe flaquear. Y esa cualidad de la
duda o la desazón lo hace más auténtico, porque muestra su ambigüedad. El ciudadano
argentino medio está desesperado por gritarle alguna supremacía al mundo y como
Messi es considerado el mejor jugador de futbol del planeta para muchos, duele
que no logre liderar a su país, no a un logro deportivo, sino a la prolongación
del grito revanchista e hiriente que el desarrollado ego nos sostiene -Decime
que se siente, por ejemplo-. Ese ciudadano medio no quiere referencias de
progresos asistenciales o desarrollo sostenido, solo busca lo que le enseñaron:
el exitismo innecesario, de ahí que suelan ser tan limitadas sus aspiraciones. Pero
en esa lucha desesperada por seguir sintiéndose los artífices de un país bello
y único, se pierden el tiempo de estar a un costado de Messi, viendo lo que sí
es capaz de hacer, y para el deporte, juro que es mucho.
Y le desafían con estadísticas que él,
a la larga, somete. Que no metió gol a equipos de Londres en Champions, que
nunca le metió a tal portero italiano, que no canta el himno, que después de
octavos de final no ha marcado en un mundial, que no y que no y que no. Y a la
larga, resulta que sí, pero se sale a buscar un récord negativo para ver si lo
bate. Y así lleva el pobre tío más de una década. Y contesta de la única manera
que sabe, sin hablar y mucho menos sin provocar, pero sí pateando como nadie
esa pelotita que despierta tantas o más pasiones que una pulsión sexual, por
ejemplo. El que jugó alguna vez al futbol sabe que lo que Messi hace puede
resultar imposible de intentar reproducir, a cualquier escala.
Para recomponer un hecho cultural tal
vez se deba pensar y transmitir desde una actualidad repensada. Debe existir un
punto de partida y debe existir una memoria parcial desde donde se sujete la
reconstrucción desde una evolución y no de desde una imposición. La clave de la esperanza siempre debe estar,
y tal vez, todos exigieron que Messi fuera el estandarte de esa confianza. Pero
al violinista le han pedido que toque junto a una orquesta, una dirección y un
público que desafina en cada cantada, y ese público que está sordo e histérico,
no entiende de razones y cuestiona al violinista. Y para colmo de males, en un
mundo cada día más estúpido por resultadista.
Messi debe complacer nuestras mierdas
de ideales y valores. Y debe ganar todo lo que le coloquen frente. Es un
tremendo nivel de exigencia que ninguno de sus seguidores o detractores logra
imponer en su vida diaria. Y no se logra porque no es posible, sabemos
sobremanera que en la vida se pierde más de lo que se gana, y un resultado no
puede ser el árbitro que determine el éxito de tu emprendimiento o proyecto de
vida. ¿Es necesario disfrutar la trayectoria de Messi con la obtención de un
título? Despreciamos el talento de Messi comparándolo solo con el fruto de un
resultado final. Defenestramos socialmente a esos directivos de traje caro y
corrupción barata que rodean el deporte, pero nuestro listón de éxito está solo
basado en que Messi levante un trofeo que le entregue ese directivo de traje y
corbata. Los directivos son apartados o procesados, Messi sigue de momento de
pie aunque no levante un trofeo.
Maradona nos dio ese mundial y nos
ayudó, con su vanidad, a putear varias veces al mundo que le otorgaba esa copa.
El tipo desafiaba como nadie, formaba parte tal vez de una especie de ser
humano que hoy los derechos humanos intentan suavizar, hacerlos más humanos.
Maradona pagó un precio desmedido por ser Dios propio y de los argentinos, y el
precio pagado se puede ver a través del recibo que son sus declaraciones, actos
públicos o sus participaciones éticas en otros aspectos que sobrepasan un campo
de futbol. Aunque es de recibo -jugando con el precio pagado- siempre recordar
que Maradona en aras de cumplir nuestras y sus propias demandas insanas de
dios, hizo más de una vez trampa que todos condenan cuando no es propia pero
que disfrutan hasta el éxtasis cuando no se es la víctima. Es un precio que no
quiero que tenga que pagar Messi delante de sus hijos ni que le “corten las
piernas”.
Un título es una limosna para el
talento. Lo que perdura es más de una década continuada de hacer algo bien
distinto a lo que hace el resto. Pero sin el titulo no vale, al menos hoy. Es
absurdo saber, que, dentro de cincuenta años, los videos de su leyenda quizás
propaguen a las nuevas generaciones la ansiada necesidad de revancha eterna por
ser como era ese pibe, que se llevaba al final de los partidos, los balones
botando de mano en mano, que no declaraba estupideces ni bravuconadas, ni
ofendía a propios o rivales para lograr un objetivo. Dolería el hígado de
pensar que todos esos que a diario lo defenestran sin compasión, les dirán a
sus nietos con orgullo que han visto jugar a Leo Messi. Yo, que lo he
disfrutado a diario y logré gracias a él no tener que hacer en la tele zapeo
mientras desarrolla su talento y su trabajo, no necesito de una Champions al
año, un balón de oro ni de una copa del mundo ganada para reconocer que es único, mágico y
excelente en sus movimientos e imposible anticipar sin asombro su juego. Es una
pena, porque yo no tendré esos nietos…
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