“A veces uno se fija en alguien sólo
porque ese alguien se ha fijado en uno”
Javier Marías, de su novela “Así
empieza lo malo”.
Si el leer es una pasión, debes
dejarte llevar. Pasado un tiempo, y adquirido un cierto hábito de lectura, se
necesita descubrir nueva literatura. Los primeros autores serán fruto del
influjo de tus referentes. Un autor puede conducir a otro, pero en el momento
que formas tu propio contenido de lector, se dará el obligado paso que
necesitarás descubrir por tus propios medios e instinto, nuevo material. Nunca
sabes cómo llegarás a determinado libro o autor. Una portada, un escaparate, un prólogo, un
comentario, un lector desconocido que te permite ver la solapa de lo que lee.
En este caso, descubrí a un excelente escritor por apenas una referencia de
otro al que leo permanentemente: Javier Marías. Él, en un listado de libros
imprescindibles del siglo XXI, decidió nominarlo junto a otros autores
conocidos. Y así fue como conocí a André Aciman.
Y la escasa mención que hizo el
escritor madrileño a “Ocho noches blancas” de André Aciman en el año 2011,
generó en mí una enorme expectativa. La búsqueda en la web no arrojó ninguna precisión
que permitiera coincidir con la contundente definición de novela esencial. Pero
seguí el consejo y lo compré y su lectura me generó conmoción, grado que
considero esencial en la literatura y aspiro que me suceda al menos una vez en
el año. Y ahora compruebo que a pesar de generar ese cimbronazo en mi
emotividad la lectura de ese libro, nunca había escrito sobre el. Y ahora
parece fácil, por el éxito que ha tenido la versión cinematográfica de la
primera de sus cuatro novelas: “Llámame por tu nombre”.
Esta primera novela también la leí, un
par de años después de “Ocho noches blancas”. Pero el efecto conmovedor se
quedó atrapado en aquella novela que encaré seducido por el escueto elogio de Marías.
La tensión sexual que generan “Ocho noches blancas” en sus más de trescientas
páginas no necesita relato de actividad carnal, apenas hay sensación física. Lo
que predomina es una excitante lucha por superar el abismo entre la fantasía y
la realidad, y lograr por sobre todas las cosas, manejar el irrefrenable poder
compulsivo del deseo y el miedo que genera. El tema predominante en la historia
es el agobio que genera el precisar si se han de volver a encontrar cada noche
a la que precede al primer encuentro, Henry y Clara, para vencer las resistencias
y entregarse a una relación. Cada noche se asemeja a una historia de amor que
no anuncia y queda inconclusa, un caos de sentimientos. El miedo a saber que el día siguiente quizás no
llegue y te has perdido, por fragilidad, el vivir un romance inesperado por infinitamente
deseado.
Los libros son creaciones que sus autores
erigen para que sean descubiertos y valorados. Para estas creaciones se
necesita como indispensable el diapasón de las emociones humanas. Un libro
recomendable no suele ser aceptado por todos los gustos, de ahí que cada uno
deba cada tanto, dejar de lado recomendaciones por encontrar su propia
necesidad de emoción. De ahí que le escapo a escribir reseñas, muchas veces me
movilizan a la compra, las que leo en bitácoras en las que confío, pero tiene
que primar la sensación que arrastra cada lector en lo que considera necesario
para incorporar a su tedio, desasosiego o exaltación. Y esta novela, que años
después casi no recuerdo, persiste en mi percepción literaria como un
contrapunto entre el corazón y la mente.
El personaje principal se me antojó
frustrante. Pero puede ser que, para otro lector, la seguridad que Clara
transmita no sea seguridad, sino que juegue dubitativamente con los
sentimientos ajenos como coraza de sus propios temores. En la lectura del libro
se generó ansiedad y frustración, ya sea por la trama o por vivencias que puedo
haber identificado como propias. Lo notable de lo escrito por Aciman es que te
obliga a retorcerte en la duda y te arropa en la ansiedad, obligando a
reconocer que has transitado por alguna situación parecida antes. Parece un
sueño y creo haber vivido sensaciones similares. Ayuda que la novela la escribe
una voz anónima que analiza la historia desde el punto de vista de Henry. La sensación
que me atrapó en la lectura no habitaba en una cautivadora trama, sino en lo
preciso que captó el autor sensaciones que todos pudimos vivir en un olvidado
pasado, esperando el éxito no por la suerte de Henry, sino por nuestros
derroteros pasados.
Dudas, vacilaciones, temores. Parte de
dichos sentimientos transitan únicamente por la cabeza del protagonista, él se
equivoca al volcar todas esas sensaciones en lo que cree o teme, sin dejar de
considerar que sus miedos radican en el error de suponer que es lo que piensa Clara.
Es en esta novela donde Aciman me sedujo por narrar con excelso arte un reflejo
de fluctuantes estados de ánimo. La tranquilidad que brinda cada nuevo
encuentro desespera ante la nueva indefinición que permite suponer que luego de
la octava noche del título no habrá más que sombras. Para Henry la sensación de
que el romance se vuelva realidad se antoja más aterrador que el no volver a
verla. Pero consume el día esperando la nueva noche, como un examen que no se puede concluir.
André Aciman goza en este 2018 de
buena reputación en la red. La adaptación cinematográfica de “Llámame por tu
nombre” le ha permitido ser reconocido por la erudición que derrocha compasión,
humanidad y liberalismo. Debía escribir sobre “Ocho noches blancas” porque fue
la piedra filosofal que me permitió sufrir y disfrutar el descubrimiento de
este autor. Y durante mucho tiempo alimentó mi inseguridad por compartirlo, tal
vez por el temor de que no generara la misma excitación o expectativa que en mi
propició. Las posibles facetas de una relación que se inicia están presentes en
esta obra. Uno llegó a “Ocho noches blancas” a través de la concisa precisión de
Javier Marías. Tal vez buscamos encontrar buena literatura para leer algo
diferente, tal vez lo hacemos para finalmente sentirnos compadecidos y tal vez,
redimidos…
PD: Podría agregar que es un homenaje a "Noches blancas" de Fiódor Dostoyevski o que la pluma de André Aciman se ha contagiado del estilo de Marcel Proust. O que en sus páginas abundan discursiones sobre otras obras de arte, pero me obligaría a estar mejor documentado sobre el arte y dejar de lado la más humana de las emociones: el amor y sus miedos.
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