“Uno de los beneficios del verano fue
que cada día teníamos más luz para leer”.
Jeannette Walls, periodista y
escritora.
Todos los veranos leo un libro de Charles
Dickens. Se ha tornado una costumbre, como la de hacerme con algún volumen
dedicado a la novela negra, preferentemente Raymond Chandler. En los últimos
años, he agregado en estos meses al detective Kostas Jaritos, personaje de zaga
del escritor Petro Márkaris, del inspector Camille Verhoeven, personaje de
ficción de Pierre Lemaitre o releer al comisario Salvo Montalbano, de Andrea
Camilleri. También me encaro con material del que denominan denso, como que no
se debería admitir en la tumbona, en la playa y en los meses de verano. En
estos momentos escandalizo a los veraneantes con “El holocausto”, de Laurence
Rees. Los libros me siguen llegando de casualidad y no me detengo en pensar si
el verano es el momento ideal para leerlos. En estos meses no tengo que
dedicarme al estudio, y me zambullo en literatura de ficción, ensayo o
historia. No analizo si la lectura estival debe ser o no llevadera o pasatista.