“Estamos creando un mundo en el que todos pueden entrar, sin
privilegios o prejuicios debidos a la raza, el poder económico, la fuerza
militar, o el lugar de nacimiento. Estamos creando un mundo donde cualquiera,
en cualquier sitio, puede expresar sus creencias, sin importar lo singulares
que sean, sin miedo a ser coaccionado al silencio o al conformismo”.
John Barlow – 1996 – “Declaración de independencia del
ciberespacio”.
Los seres humanos nos vamos adaptando
a las novedades en la medida que estas se suceden. Reaccionamos o nos oponemos
a los acontecimientos de diversas maneras, en el rechazo predominan síntomas característicos
como la preocupación, impulsividad, repudio, ansiedad, intolerancia o temor. Estas
singularidades preocupantes tantas veces nos inhabilitan para poder tomar
decisiones que reconduzcan nuestro accionar. Lo que para muchos puede parecer
un desarrollo popular u avance, para otros puede ser determinante para influir
negativamente en su desarrollo. Internet ya no es un fenómeno nuevo ni reciente
entre nosotros. Pero ahora se puede visualizar sus efectos perjudiciales, es
decir adicciones o baja autoestima. Y le sumamos lo evidente, que no nos
parecía tanto: la manipulación.
Las redes sociales se consideran tan
adictivas como los cigarrillos y el alcohol. Entre los jóvenes, la tasa de
ansiedad, mal sueño y depresión ha aumentado en un setenta por ciento en los
últimos veinticinco años. El noventa por ciento de las personas entre dieciséis
y veinticuatro años consumen gran parte de su tiempo en internet y redes
sociales. Siete de cada diez jóvenes pueden afirmar conocer en alguna vertiente
lo que se denomina el acoso cibernético. Los usuarios habituales de redes
sociales garantizan que emocionalmente se siente respaldados por la permanente aprobación
de sus contactos, condicionando esa “necesaria” aprobación a experiencias de
salud, tanto física como mental. Las enormes oportunidades que se generan para
la innovación, creatividad y aprendizaje ya contrastan con una evidente crisis
de salud mental.
Parece inaceptable el concepto de que para
ser aceptado en una sociedad se esté vinculado a la cantidad de “likes” y
seguidores que disponga. La autoestima y seguridad interior pasa por un pulgar
levantado o por un comentario positivo en la red. Se vive con temor a la
indiferencia por nuestras apreciaciones, bromas o comentarios. Es positivo el
hecho de que pueda criticar abiertamente a las redes al mismo tiempo que mi
critica necesita de la difusión de las redes, pero luego de infinidad de
ocasiones comprobé que al linkear mi entrada en Facebook, un me gusta no
significa que me hayan leído, nunca tuve problemas en asimilar que solo se trata
de un gesto cariñoso o protector de esta nueva modalidad de afecto o relación.
Un me gusta no significa profundidad, tantas veces es mostrar condescendencia. Reconozco no ser un buen usuario de las redes,
no suelo nunca poner un me gusta, pero sí que leo lo que comentan o lo que
postean. Porque para mí parece ser más importante leer esa información que se
comparte que decir una frase hibrida que parezca satisfacer una necesidad del
que espera respuesta. Mi conducta parece responder mejor a lo analógico que a
lo digital, desde que deje de actualizar mi estado para ver si alguien estaba
de acuerdo o no con mis precisiones. En realidad, la plataforma me aporta poco,
pero poco a poco me va reclutando: soy uno de los tantos que deja de llamar por
teléfono para acudir al mensaje frio que asemeja a cálido, pero que es en
realidad la mejor alternativa para evitar la fluidez de una verdadera comunicación.
Y los perfiles que generamos o
seguimos por indicaciones de los diversos administradores de contenidos, suele
ser parte de una farsa. Somos un flujo de vidas editadas que distorsionan la percepción
de lo real. Predomina la ansiedad de equipararnos a ese perfil tan modélico que
nuestro entorno edita, nuestra vida parece una verdadera mierda cuando nos
influyen las comparaciones sociales. Enojados con la vida real por su hipocresía,
nos recluimos maravillados en el idealismo virtual de los mismos hipócritas que
somos. Al final, el único cambio evidente es que trasladamos el idealismo a una
conexión, los mayos del 68 solo se pueden dar en comunidades virtuales, los
grandes oradores u oráculos son aquellos que saben administrar los doscientos
ochenta caracteres de un tweet. La justicia y hambre social se escuda en un “¿Qué
estás pensando? o ¿Qué está pasando?” como eslóganes que aparentan conectarnos.
Son millones las personas que
persiguen el concepto de que les gusta gustar. Históricamente configuramos nuestra
personalidad según como nos sentimos con nosotros mismos y con nuestro entorno,
pero hoy día diseñamos un yo digital que tratamos de controlar y que los demás
idealicen. Para eso necesitamos seguidores para que nuestras acciones sean
observadas. Mas de una vez Facebook nos recordó que llevábamos días o semanas
sin postear o conectarnos. Y no nos hizo ruido ese fenómeno que, si lo miramos racionalmente,
parece actuar como una droga. Nos piden y a su vez, necesitamos más, más y más,
así funcionan las adicciones.
Muchos internautas consideran al
ciberespacio como el único espacio a frecuentar donde debemos dosificar una
incontrolable esfera de influencias. El mundo internet va camino a ser,
sencillamente y a secas, el mundo. Esas ansias de eterna libertad que nos
asfixia nos han trasladado de prisión, creyendo que una nueva patria amable y
gratificadora reemplazará a aquella donde los valores se compran y venden
frivolizando la esencia humana. Cambiamos de patria, creyendo cándidamente que
en este nuevo “espacio” no habría lugar para monopolizaciones y corporaciones.
Nos hemos equivocado nuevamente, tan solo queremos ser audibles y audiencias,
habitantes de un hogar en la mente. Y nuevamente, la verdad no interesa o
interesa más bien poco, poco menos que un me gusta a tiempo…
Extracto de la Declaración de Independencia
del ciberespacio, redactado por John Barlow en el año 1996 con voz poética creía
presentar un mundo sin fronteras, más justo, más equitativo (pueden buscar el resto en la web):
“Declaro el espacio social global que
estamos construyendo independiente por naturaleza de las tiranías que estáis buscando
imponernos. No tenéis ningún derecho moral a gobernarnos ni poseéis métodos
para hacernos cumplir vuestra ley que debamos temer verdaderamente…
…No nos conocéis, ni conocéis nuestro
mundo. El ciberespacio no se halla dentro de vuestras fronteras. No penséis que
podéis construirlo, como si fuera un proyecto público de construcción. No
podéis. Es un acto natural que crece de nuestras acciones colectivas…
…Crearemos una civilización de la
Mente en el ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que
vuestros gobiernos han creado antes”.
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