“Nuestra vida está hecha más por los
libros que leemos que por la gente que conocemos”.
Graham Greene
El calendario parece condicionado para que todos los días se deba
festejar o conmemorar algún suceso. A veces, lo apretado del anuario obliga a
más de un festejo en el mismo día: por ejemplo, el 8 de marzo se celebra el día
de los derechos de la mujer y la Paz internacional. Los días se suceden durante
el año y es raro que no exista uno sin una efeméride. La diferencia de lo que
se conmemora hará que unos y otros se destaquen o no, en rojo como citas
obligadas. En casi todos los casos, los festejos que hoy se organizan se
generaron como reivindicaciones necesarias en un pasado, que se olvidan por la
frivolidad que se otorga a las celebraciones en estos tiempos.
La ONU (Organización de las Naciones Unidas) reserva para efemérides
ciento dieciséis fechas en el año. UNESCO comparte festejos y genera los suyos
propios para llegar a ciento cincuenta y una jornadas internacionales para destacar
aspectos importantes en la historia de la vida humana. Una gran cantidad apenas
consiguen llamar la atención del ciudadano, desvirtuando el origen de la celebración,
saturándonos. En el caso de la lectura, si bien en cada casa existe una
biblioteca, la realidad parece indicar que se las valoran, pero se detienen
poco en ellas, y se respetan un poco menos. Las estadísticas afirman que hay
edades donde se mantiene un registro lector y otras, que podrían ser
determinantes como la adolescencia y el ingreso a la vida adulta, los índices se
desploman. En todo caso, el día del libro es una fiesta mundial cada 23 de
abril.
Vivimos en un mundo
audiovisual por lo que algunos suponen que leer es una actividad improductiva, denominándola
como estática para desalentarla. Para llevar a cabo el proceso de la lectura es
necesaria la concentración, por lo que las diversas tecnologías que nos rodean
deben quedar al margen, lo que lo convierte en una tarea titánica. La lectura
puede ser pasajera, como la que se realiza en gran parte del día a través de
redes sociales, o intensa donde se profundizan asuntos y emociones complejas. Una
persona a la que no le gusta leer, no puede entender que lo importante no
sucede en el pasar anodino de las hojas de un libro. Lo que verdaderamente
sucede, pasa por la cabeza: la concentración profunda da paso al descifrar un
texto e interpretar su significado, lo que determinará un orden mental
considerable.
Un libro es considerado como un
poderoso elemento de difusión del conocimiento y el más eficaz para
conservarlo. Un libro suele ser un cofre de sabiduría y cultura, de duración
indeterminada. Encarama a un mundo que se crea y se recrea una y otra vez sin
hastiarnos, permitiendo tantas veces la magia de encontrar en ellos algo que al
comenzar a leer no se buscaba o sobre lo que nos va a informar, y hasta
segundos antes de captar nuestra atención, no existía ni estaba a nuestro
alcance detectar. Un contexto cultural modela a las personas, cultiva una idea
de mejora, aunque no las aleja de la imbecilidad, porque lamentablemente cuando
un imbécil lee, sigue siendo un imbécil, pero mejor documentado.
Un 23 de abril fallecían Cervantes,
Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega, de ahí que fuera escogido para rendir
homenaje al libro y a sus autores. Casualmente esa jornada coincide con la
celebración de Sant Jordi, festejo simultaneo del patrón de Alemania, Grecia, Etiopía,
Inglaterra, Georgia, Países bajos, Lituania, México, Portugal, Líbano,
Eslovenia, Bulgaria, Aragón, Cáceres y Cataluña. En todos estos rincones del
planeta, la tradición indica que el día 23 de abril se regale una rosa roja al
terminar un pregón, un evento o una lectura, y que tanto los enamorados o las
personas queridas se intercambien un libro y una rosa. Después los fanatismos
de cada región considerarán que sus fiestas son exclusivas de sus lenguas o
razas, llegándose a la curiosidad de que, por motivos políticos, se pueda hasta
cambiar ridículamente el color de la rosa a ofrendar. Pero eso forma parte de
la imbecilidad que nos caracteriza, repitiendo que cuando un imbécil lee está
más preparado para su imbecilidad.
El ejercicio periódico de la lectura
ejercita la capacidad de expresar una idea, de liberar la imaginación, de incentivar
la capacidad intelectual, incorporar conocimientos, adquirir herramientas para
más inspiración, relacionarte y aspirar a mayor libertad por poder desarrollar
un propio criterio. A pesar de esta clasificación, no se debe nunca sacar
conclusiones de una estadística, sobre todo cuando se clasifica como gran
lector a aquel quien lee alrededor de cincuenta libros o más al año, y eso
representa a poco más del uno por ciento de una población. La media ideológica
no marca diferencias, lo que -perdón por la insistencia- permite afirmar que
los imbéciles que se adueñan de la causa se parecen, aunque se paren en la
derecha, izquierda o en sus radicalidades. Y si bien la lectura siempre estará
vinculada con la renta, los grandes lectores no suelen ser hombres de fortuna,
sino de una increíble fortuna de ser imaginativos para ser independientes del
poder del dinero.
El lector de todo el año no desea, tal
vez, festejar un día en concreto. El gran escritor seguramente ve contrariado
su afán de independencia intelectual al tener que caminar cada 23 de abril en
alguna ciudad para firmar sus ejemplares. El libro supera la barrera de los
idiomas, no hay lengua más culta que otra, eso son criterios obtusos de
aquellas mentes pequeñas que necesitan gestas inventadas. Para ser un lector
compulsivo no se necesita un atributo de pensador profesional, sino la
capacidad de aprovechar la necesidad imperiosa de distracción que el cerebro
humano precisa. Los buenos lectores hacemos una intensa práctica sensorial de
hacer caso omiso a lo que suceda a nuestro alrededor, lo que nos convierte en
una verdadera anomalía en la historia del desarrollo psicológico, ya que somos
propensos a la distracción. De ahí que el festejo del día del autor y lector se
nos pase por alto, porque algunos lectores siempre habrán de ponderar que, si
quieres ser como muchos, lee poco -y cuando te lo manden-, pero si quieres ser
como pocos, lee mucho pero no te creas nunca que por leer, te puedes salvar de
ser un imbécil…
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