"La mayoría de libros que he
leído sobre la vida interna del hombre, tengo que decírtelo, están más lejos de
la realidad de lo que puedes imaginar. Los científicos siempre te dicen que los
hombres piensan en sexo cada seis segundos, pero ¿alguna vez has visto un libro
que refleje las grandes sensibilidades masculinas?"
Junot Díaz, escritor dominicano contemporáneo.
Si la literatura desarrolla escenas
conmovedoras, dramáticas o desgarradoras, es que forma parte de la realidad que
acompaña el desandar de todo ser humano. Se dice que se alcanza el clímax en la
trama de cualquier buena ficción. Nos mantiene aferrados a los brazos de
nuestra silla o sillón, o con el cuerpo bien tenso incrustado en el duro
asiento del metro, a la espera del desenlace de ese momento crucial. Es una
situación difícil de encarar, donde se busca un estado de equilibrio o de
tranquilidad para destrabar ese nudo que sabemos que será determinante para el
desarrollo de la trama. Y lo asumimos como algo natural, de ahí que la pregunta
que me hago en esta entrada es porque podemos enfrentar una trama conmovedora o
desgarradora con esa intranquila naturalidad, y somos un manojo de tensión, incomodidad
o agobio, cuando nos encaramos en el plano narrativo con una escena plena de
erotismo y contenido sexual.
Y el interrogante incluye al escritor,
ya que parece ser tabú o una incursión demasiado intimista del narrador a la
hora de precisar con letras, una escena de intimidad sexual. Saber cómo incluir
o insinuar detalles que se precisen sin parecer que se han excedido en la
especificación, parece ser una duda que asalta a todo novelista, porque la
referencia de pornografía asusta a más de uno, de tal modo que tantas veces les
consultan por una secuencia que quizás no ha sido determinante en la totalidad
de la trama, pero que el crítico o entrevistador se detiene con énfasis para
conocer si esa secuencia erótica, sensual o sexual es o no una vivencia autobiográfica.
El sexo se sobreactúa en el cine y no
parece posible producir un guion sin eternas escenas de amor corporal
maratónico. En la literatura, tantas veces desde el momento inicial que se
trasciende intimidad individual o de pareja, la escena suele derivar en el movimiento
de unas cortinas que alejan dicha intimidad, solo dejando sentado la existencia
del momento. El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence, sufrió por más de
tres décadas la prohibición en el Reino Unido, recibiendo el mote de escandalosa
o polémica. Si nos situáramos en su época, año 1928, lo podremos considerar
como los primeros años del comienzo de la liberación de las mujeres,
incorporándose lentamente al mercado laboral y dejando un poco de lado, su único
rol permitido: el de esposa. Además, no se trataba solamente del cambio social
de la mujer, ya que se estaba produciendo el desmoronamiento de una hipócrita clase
alta británica que desencadenó un inevitable cambio en el paradigma de las
estructuras sociales. En ese contexto, Lawrence precisó en su “endiablada”
literatura, los diversos aspectos de la relación entre hombres y mujeres, con
sus tensiones y conflictos, defendiéndolo como una concepción natural, antes
ignorada o reprimida por su artificialidad o deshumanización.
Lawrence aportó una nueva manera de
decir las cosas, en un momento en que Virginia Woolf o James Joyce -considerado
un profundo libidinoso-, se destacaban por imprimir a sus prosas, un profundo
detalle íntimo a los personajes de sus narraciones, dando paso, con muchos
requiebros, al modernismo inglés y a una nueva manera de contar historias. En
ese entonces, el intentar narrar las emociones sexuales, instintos y pasiones
elementales existente en todo ser humano, fue considerado como narrativa
sexual, y, por ende, envuelta en polémica. Lawrence, contrariando los cánones
de la época, dio forma a sus “impúdicos sueños”, permitiendo traspasar una
supuesta prohibida frontera. Sus textos fueron mutilados por editores o
censores, alegando que el lector no quería pasar un mal momento, molesto o
aterrado por los excesos o la innecesaria presencia del sensualismo intimista
de cualquier pensamiento humano. Recién en 1960 se levantó su prohibición en
Gran Bretaña, pudiéndose publicar la versión completa que reflejaba las
relaciones entre una protagonista (Constance) y su guardabosque (Oliver
Mellors) donde se destacaba el poder regenerador del sexo frente a una sociedad
cada vez más deshumanizada, producto del cambio industrializado que se vivía. En
un tiempo más normalizado -tres décadas después- el libro no fue considerado
pornográfico y peligroso, sino como una representación lirica de la vida
emocional de las personas. Nada más que eso, y por eso, tantas décadas
proscripto.
¿Es necesario escribir de sexo?
¿cuánto sexo se considera demasiado sexo? ¿genera más lectores la presencia del
sexo? ¿no es que el sexo forma parte de nuestra esencia como para poder
desarrollarlo en la literatura? Javier Marías alguna vez declaró que “el
erotismo no da para mucho y supone una derrota casi segura para casi todos los
escritores” haciendo referencia a la dificultad de escribir sobre sexo sin caer
en excesos o cursilerías, ambos extremos tan temidos y anti literarios. La
espada y la pared de una profunda pluma parece ser la chabacanería o la tenue insinuación
al no mostrar nada. La frontera entre el mal y buen gusto parece inexpugnable
aún hoy, cuando parece haberse roto el veto sexual en una trama literaria.
Para un escritor, poner el sexo en
palabras parece una encrucijada. Arrastramos trabas que nunca nos permiten
considerar oportuno su manifiesto. Nos refugiamos en metáforas o símbolos para
no caminar por territorio minado y no mencionar directamente una presencia
esencial en nuestra vida diaria, la presencia o ausencia de actividad sexual y
sus pensamientos o perturbaciones. Resulta incompatible relacionar la
actividad, deseo o pensamiento sexual con el resto de actividades diarias que
desarrollamos o postergamos. Mantenemos una libre consideración social para
manifestar las actividades desarrolladas en una jornada, pero nunca se puede
incluir en esa emancipada declaración, lo que hemos hecho en la intimidad con
nuestra pareja o en un arrebato necesario de soledad. Es como si hablar de
nuestra actividad sexual nos acercara más al reino animal, alejándonos de
nuestra condición de seres racionales. Tomamos el sexo como algo irracional,
cuando tantas veces lo programamos o anhelamos con plena conciencia.
Un escritor debe vivir todas las
experiencias que describe, pero se le suma su imaginación a la hora de
desarrollar una impronta. Si la temática alude a un asesinato, nadie ha de
considerar que el escritor ha incursionado en las diversas artes de ejecución
para reflejarlo literariamente. Pero si desarrolla una acción de contenido erótico
o sexual en sus trabajos, inevitablemente caerá la sospecha de que lo descrito
es una referencia autobiográfica. Si bien algunos afamados escritores utilizan
un mesurado control intelectual en su desarrollo literario, el tratar sobre
erotismo parece que nos exige un profundo convencimiento de que reflejaremos
solo lo necesario de reflejar, sin caer en el exceso. El erotismo nos concierne
a todos por igual y los miramientos morales o religiosos no pueden ser
considerados los decálogos esenciales del buen hacer o buen gusto, más cuando
sabemos cómo se las gastan o gastaron algunos moralistas y religiosos de este y
de los siglos anteriores.
Las escenas eróticas o intimistas
tienen cabida en la literatura universal. El obstáculo moral no debe dejar de
existir, simplemente porque aquella persona que desarrolla un instinto sexual
básico no deja de tener moral. No podemos seguir considerando transgresor o
reaccionario a aquel que se anime a desarrollar una escena de contenido erótico
o sensual. Existen grandes secuencias literarias que nos han arrobado o
excitado sobremanera sin considerarnos impúdicos por el trance incurrido.
Revisemos nuestro interior para considerar porque tememos a lo que solemos
hacer entre actos, como previo a una visita familiar, o antes de una reunión de
negocios, o de un almuerzo cena con nuestros seres más cercanos y sensibles, o
más concretamente, a la hora de concebir una nueva vida. En definitiva, la esencia
de la literatura es lograr que uno salga de la realidad para vivir la de un
libro, y luego retomar la realidad, donde el sexo -y siempre considerando al
sexo como algo sano- es parte necesaria de nuestra evolución, desarrollo
y sublevación…
No hay comentarios:
Publicar un comentario