“Toda la propaganda de guerra, todos
los gritos y mentiras y odio, provienen invariablemente de gente que no está
peleando”.
George Orwell
En varias oportunidades me detuve en
un concepto que encierra la enorme confusión que adoptamos al juzgar un hecho
del pasado histórico o de una sociedad contemporánea distinta a la que
pertenecemos: el etnocentrismo. Definimos así a las sociedades que se
consideran superiores a las demás, o juzgan e interpretan los hechos históricos
desde la perspectiva del presente, sin valor las condiciones del momento en que
se desarrollaron los hechos. Si nos detenemos en el etnocentrismo que erróneamente
practicamos, nos daremos cuenta de que la historia se juzga de manera errónea de
esta forma, ya que no tiene explicación desde la perspectiva de un presente.
Pero si nos encomendamos a un ejercicio supremo de tolerancia y comprensión sobre
las propias actitudes de nuestros antepasados, nos permitirá comprender que
muchas de esas conductas eran acordes al momento y aceptando de esa forma la
evolución, le asestamos un buen golpe a la xenofobia, discriminación y prejuicios
que genera dicho etnocentrismo.
Crecí leyendo que la Guerra Civil
Española fue la última de las contiendas románticas acaecidas en el siglo
pasado. Dicha frase modificó en mi incipiente razonamiento de adolescente, el
concepto que guardaba de una guerra. La cuantiosa literatura a la que accedí
sobre el tema me permitió de a poco, comprender la contundencia de dicha
afirmación. La tardanza en comprender se debió, en parte, al etnocentrismo de
razonar la contienda con la única percepción de mi época, sin contar con los parámetros
de aquel entonces. Solo con el paso del tiempo, y gracias a un cambio de
percepción que me ha dado la filosófica lectura de los diferendos humanos,
logré precisar que el concepto de romanticismo sobrevino porque en aquella
guerra se enfrentaron dos ideologías diametralmente opuestas, antagónicas,
donde la lucha por la libertad o el cambio de tradiciones podía otorgar
liberación a las multitudes oprimidas. Luchar hasta el extremo de resignar la
propia vida por el hecho de bregar por ideas que se creen justas y liberadoras,
parece otorgar esa apasionada justificación a la barbarie. La Guerra Civil
española no fue romántica, fue un campo de experimentación sobre varios
motivos, uno de ellos, y trascendente, fue la indagación de un nuevo
reporterismo como instrumento de propaganda política.
Robert Capa, Kati Horna, Gerda Taro,
Walter Heuter, Luis Marín, Agustí Centelles y tantos otros, han “disparado” sus
cámaras con la intención de graficar la realidad española, y en algunos casos,
esos disparos no lograron graficar la realidad, sino idealizar momentos
insufribles. Lo mismo sucedió con los reporteros, los casos de Pablo Neruda,
Ernest Hemingway, André Malraux, George Steer, John Dos Passos, Jay Allen, Antoine
de Saint-Exupéry o George Orwell reflejaron la romántica lucha por los ideales democráticos
del pueblo contra el fascismo. En muchos casos, y quizás sin querer, estos testimonios
escritos encerraron el caprichoso designio de torcer los acontecimientos reales
en pos de una utopía. El relato de una vida no puede servir para comprender una
época o un momento. Y la fuerza de los apellidos que cubrieron la guerra ha “permitido”
generar conclusiones o lecciones de valor universal. De la literatura han
surgido, desde entonces, y sobre la Guerra Civil española, alrededor de mil
seiscientas novelas o ensayos en todo el mundo.
La Guerra Civil ha recibido distinto
tratamiento conforme pasa el tiempo. No quiero decir que aquellos
corresponsales han mentido sobre lo sucedido, solo que han dado un valor
literario donde la emotividad o la necesidad de que se imponga la moral, decencia
y justicia de la causa republicana y también los hubo entre el franquismo, lo que
los llevó a no moderar parte de sus plumas o reportes. La de España también fue
una guerra de escritores, donde nada fue inocente ni subjetivo, permitiéndonos conocer
lo peor y lo mejor de los bandos, y comprender parte de las verdades vertidas
en una matanza, como por ejemplo las reseñas desde Bilbao enviadas por George
Steer, que permitieron conocer la verdad sobre las tres horas y cuarto que duró la masacre de Guernica, quedando
reflejadas las dos versiones circulantes sobre el bombardeo y gracias a la inmediata
publicación en el New York Times, derrotar la censura que el franquismo
empoderaba enmascarando lo cruel e inmoral de sus decisiones movidas por la
patria, ética, religión y buenas costumbres. El titular que denunciaba "Guernica, la población más antigua de los vascos y el centro de su tradición cultural, ha sido completamente arrasada" permitió al mundo conocer la horrenda realidad, gracias a que Steer se animó a trasladarse desde Bilbao a Guernica, para contrastar la verdad más certera a las verdades que circulaban en el proceso de manipulación propagandística.
George Orwell fue otro de los que
experimentó en carne propia los horrores de la guerra, llegando a conservar su
vida de manera casi milagrosa. Su voz peleó contra la indiferencia de Europa,
que se resistía tal vez por temor a difundir las barbaridades que se permiten
en beneficio de cualquier causa. “La historia se detuvo en 1936” fue una de las
frases que inmortalizó a Orwell, harto de la indiferencia de un continente que
por más que ignorara lo que sucedía con las diversas purgas o arbitrariedades
en España no podrían desatender la crueldad que avecinaba una nueva guerra
mundial.
Que “La historia se detuvo en 1936” no
impidió a Orwell continuar siendo de izquierdas y de conciencia social, pero el
desencanto de la manipulación y cobardía general le llevó a modificar el
prisma, liberándose de la convicción de su ideología para poder relatar la
sombría muerte de la realidad de ambos bandos. La manipulación no era
exclusividad del franquismo, la verdad siempre es sepultada aún en las
democracias de prensa libre y supuestamente autónoma. “La
historia se detuvo en 1936. Antes ya había notado que ningún suceso es
correctamente relatado en la prensa, pero en España, por primera vez, vi
periódicos cuyos reportajes no tenían ninguna relación con los hechos, ni
siquiera la mínima relación que se sobreentiende en una mentira ordinaria. Vi
narradas grandes batallas donde no había existido combate alguno, vi completo
silencio allí donde cientos de hombres habían muerto. Vi soldados que habían
luchado valientemente ser denunciados por cobardes y traidores, y a otros que
nunca habían visto pegar un tiro ser ensalzados como los héroes de victorias
imaginarias; vi periódicos en Londres que vendían estas mentiras y vi a ávidos
intelectuales construyendo superestructuras emocionales sobre eventos que nunca
habían tenido lugar. Vi, de hecho, la historia escrita no en términos de lo que
sucedió sino de lo que debería haber sucedido de acuerdo con diversas
«políticas de partido»”, le escribe desencantado a un amigo. Y lo escribe
con decepción porque sobrevive para poder observar que mitad de Europa es
fascista, y la otra mitad, indiferente, inoperante y cobarde.
La Europa que ignoró la crueldad nada romántica
de la Guerra Civil española, estaba envuelta en confusión, demagogia, manipulación
y propagandismo. Para Orwell no había de donde aferrarse, ni a la derecha ni a
la izquierda. Los ideales, tan claros en el papel y en las sanguíneas consignas,
se igualaban en una puja por decretar de una bandería o de otra, a un sinfín de
personalidades o ideologías que no pertenecían a ninguno de los dos bandos, lo
que generó sub grupos y crueldad extrema entre las mismas facciones. Franco,
Stalin, Hitler y Mussolini que fueron tolerados y defendidos hasta el extremo
por aquellos idealistas democráticos, eran igual de animales que aquellos
corderos que no quisieron reaccionar y mezclar consigna romántica con
concordancia en acciones. La lucha contra la verdad no es propietaria de esta
generación blanda a la que pertenecemos, de activistas de redes sociales o de
arengadores de bajo mínimo en que nos hemos convertido. La mentira que
desarrolla una esencia universal fue contada por Orwell, con las limitaciones
que le generaba formar parte de una misma raza siempre confusa, en sus novelas “1984”,
“Homenaje a Cataluña” y “Rebelión en la granja”. El problema es que muchos las
hemos leído, pero no hemos querido aprender las lecciones y hoy escuchamos azorados
proclamar por el fin del amor romántico, empoderando un enfrentamiento absurdo
sobre algo que deberíamos saber que solo dura lo que dura y lo que siempre
perdura, aunque las maquillemos o no las queramos ver, son las cicatrices…
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