“Si la libertad significa algo, es
sobre todo el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír”.
George Orwell
Es una palabra que parece estar en
boca de todos, obliga a manifestarse sobre la presunción de nuestras conductas
al surgir su nombre en cualquier conversación informal. Es una palabra que
revindica o agobia a proporciones, genera disputas y en ocasiones, parece
avalar radicalidades o batidas. Es un tema álgido que te obliga a dudar si hay
que escribir, pero es una realidad que nos comprende a todos, que me afecta por
vivir en sociedad, aunque mi conducta, tal vez, no esté revestida de una
estructura de género tan profunda como la etimología que la palabra encierra. Es
una palabra presente como reclamo o referencia despectiva. La palabra es
patriarcado.
Ideológicamente, existe la compresión
de que lo masculino gobierna y de que lo femenino es gobernado. Y que cuando lo
femenino gobierna, se dice que lo hacen por excepción y bajo el paraguas
omnipresente del patriarcado, imitando o adoptando las malas formas de esta
forma de organización social, generalización que se podría discutir largamente.
Patriarcado es un concepto que remite en un nivel básico, al “gobierno del
padre”, mando viril amparado por las leyes humanas o por las expectativas
convencionales de las diversas sociedades. La religión también se apoyó para
sus doctrinas en la supremacía del hombre con casi un único papel para la
mujer, la concepción. Y también, como la incitadora del pecado, a causa de Eva.
El único patriarca como imperativo moral era Dios, que se dirige protector
tanto a hombres como mujeres, y donde a pesar de los beneficios de autoridad
por ser hombres, fueran estos los que se rebelaron intentando destronar a ese
Dios hasta matar a su hijo, condenando a sus feligreses a la culpa eterna.
Vivimos entre formas alternativas con
gobiernos de parte de alguien: oligarquía como el gobierno de las élites;
monarquía, como el gobierno de uno, donde generalmente es el Rey, aunque una
manera de destacar el longevo reinado de Isabel II, Reina de Inglaterra, es que
“desafió” lo establecido con una concepción revolucionaria definida como
feminista, sin tener constancia que ella se sienta así; la aristocracia, como
gobierno de una clase privilegiada; o la democracia, como gobierno del pueblo. En
todos los sistemas, es “alguien” quien tiene la autoridad para tomar las
decisiones, y esas decisiones la tomaba el patriarcado. Así, hasta pequeños cimbronazos
a partir de momentos del siglo XX.
Existen innumerables antecedentes para
comprender las arbitrariedades que sufre la raza humana, siendo el colectivo
femenino uno de los más postergados, ayer, hoy y tal vez siempre, a pesar de
los lentos progresos. Pero en el patriarcado, por ejemplo, era habitual la
práctica de que algunos padres obligaran a sus hijos a prolongar el negocio
familiar, más allá de sus intenciones, que nunca contaron, y que algunas veces
han desencadenado conflictos importantes, herencia incluida. Ese mismo patriarcado "entrega" a sus hijos varones a la guerra aún a sabiendas que muchos no van a regresar o no regresarán mentalmente como marcharon, pero ellos buscan "hombres" para defender una supuesta patria. Tampoco aquellos
patriarcas permitían a sus hijas mujeres desarrollar una carrera universitaria
y la solicitud de un crédito era únicamente posible en el caso de los hombres.
Existe un concepto patriarcal donde
una serie de hombres tiranizan al propio sistema. La idea arriesgada que trato
de razonar es si esa tiranía se debe al patriarcado invasivo en todos los
actos, o simplemente, se trata de los “pecados” irracionales que dominan la
naturaleza de gran parte de hombres y mujeres a lo largo de la eternidad. Lo
que me obliga a dudar si el patriarcado o el feminismo no son como las tantas
mantas protectoras existentes -religión, política -que no permite o no quieren ver
las cosas desde otras perspectivas, como, por ejemplo, lo difícil que resulta
ser mujer y hombre. En general, lo sabemos. Y peleamos por las injusticias.
Pero esta entrada está vinculada a aquellos fanatismos que se adueñan de todas
las realidades abusando de una única y radical perspectiva, la que enfrenta
hasta la agresión y desprecio en todo momento.
Son momentos donde la demonización es
permanente. Los hombres somos capaces de reconocer las barbaridades y
arbitrariedades que gran parte del género realiza constantemente, alcanzando
cotas inimaginables. La lucha por una igualdad de género no parece ser un acto
solidario de un hombre hacia una mujer, sino un frente común. Pero no me puedo
acostumbrar en conversaciones con amigos y amigas comprometidos o alienados
-depende como lo queramos ver-, a tener que oficiar de abogado por mi condición
de hombre, e intrínsecamente, acusado de violento, opresor, depredador,
execrable o perverso, cuando alguien nos lista a todos por igual. Tantas veces
no comprendo los privilegios que tengo por ser hombre, mucho más en momentos
donde con suma libertad y agresividad defensiva, algunas activistas son capaces
de querer convencerme de que mi posible sufrimiento nunca será cuantificado,
como si fuera posible en supuestas comparaciones.
No se trata este confuso escrito de
negar que las mujeres han sido silenciadas o censuradas, tanto físicamente -tabúes
sexuales, incluido menstruación - como en elecciones de vida y trabajo a lo
largo de los tiempos. El mentado patriarcado está siendo atacado no solo por
las mujeres, sino por los propios hombres que no se representan en este siglo
con esas predicas. Hay hombres que saben llorar, abrazar, contener, ceder,
acompañar, mostrar actitudes o comportamientos sensibles, sin que sean sancionados por "perder" su masculinidad. No sé si somos pocos o muchos, pero
estamos presentes. Y tal vez, esos mismos hombres, vislumbren un componente
de odio radical e innecesario en estos conceptos, de parte de un colectivo, que
utiliza la crítica desmesurada, aun cuando su realidad suela ser muy cómoda, o
tan incómoda como la de su compañero, relación o pareja.
Teniendo en cuenta que lo
más factible es que este escrito no lo lea nadie, igual me tomé más tiempo de
lo habitual en desarrollar estos pocos conceptos. Es como si uno tuviera que
analizar y medir el alcance de cada una de las palabras a volcar en este manuscrito.
Mi perspectiva, tal vez equivocada, me permite suponer que ciertos
comportamientos de los sujetos que controlan el sistema patriarcal someten
tanto al hombre como a la mujer, sin medir porcentajes o graduaciones diferentes,
sin necesidad de que debamos justificarnos o elevar la voz para mostrarnos
consecuentes o involucrados. Ya están los propios actos que son más categóricas
que las arengas o manifiestos, que en determinadas ocasiones se nota que son
oportunistas, narcisistas, de postureo y hasta revanchistas. Si hay un fenómeno a batir, no es biológico,
sino que presumo cultural. Y en esta batalla, tantas veces se entiende que
aspectos de la militancia es necesaria, pero tantas otras, desnuda vulgaridad y
una agresividad tan manifiesta que no determina una batalla entre sexos, sino
entre radicales y vulgares, con roles viriles, que los hay a raudales…
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