“El que lee mucho intentará algún día
escribir”.
William Cowper – Poeta inglés del
siglo XVIII
No comprendo porque sucedió, ya que
nunca hubo motivos para ello. No tengo antecedentes visibles que se dedicaran a
la comunicación. El más cercano fue mi padre, que se acercó a la publicidad
como medio de vida, pero no como fórmula de realización personal ni pasional,
al menos eso creo yo. Pero como todo esto es tan curioso, no lo sé por voluntad
propia, porque nunca se lo he preguntado, y él me lo hubiera respondido. Y como
sugestiva paradoja, ahora busco permanentemente material que me genere dudas, dolor,
interrogantes o arroje algo de luz a lo que llaman creación.
Como confesé recién, no contemplo en
mi árbol genealógico precedente alguno de comunicadores o escritores. Quizás
alguna vez alguno de mis familiares me ponga en auto de mi error, y de paso
suavice este absurdo dilema que cada tanto me persigue: ¿por qué escribo? y sobre
todo ¿Porqué escribo como escribo? De algún antepasado debe venir esta afición,
porque si no, no puedo explicar porque escribo como si fuera un escritor de
varios siglos atrás, plagado de dilemas existenciales y amparado en valores,
ideales y normas vetustas. No soy un escritor de este siglo XXI, apenas escribo
algunos tweets aquel día que me siento por demás moderno, dinámico. El resto de
mi inspiración suena decimonónica.
No fui ni un niño, ni un joven ni un
adolescente que se hiciera preguntas, curioso. Creo que lo que conozco de la
vida se debe a mi esplendida memoria y a la pasión por recordar. Pero no me
especializo en preguntar, y las pocas veces que lo hago, me doy cuenta que
resulto un personaje incómodo. Lo asombroso que antes que querer ser escritor,
yo deseaba ser periodista. ¿Se lo imaginan? A no ser que me dedicara a la
investigación o a las estadísticas -donde reconozco ser bueno- mi pasar por la
profesión de informador hubiese sido un verdadero desastre. Un periodista que
no pregunta es difícil de asumir, pero pensándolo bien, estamos viendo un
sinfín de reporteros que no preguntan lo que deben preguntar cuando están
frente a la candente cuestión. Entonces es verdad que podría haber hecho
carrera, o al menos, ser tan cobarde como lo son ellos.
Los que se especializan en preguntar,
afirman que existe una chispa bien llameante que no se extingue, es la chispa
creativa. Conozco gente que pregunta con pasión, con entusiasmo, con
curiosidad. Preguntan aun cuando minutos antes, su interlocutor brindó de
antemano la respuesta. La gente pregunta porque quiere saber, porque la vida
quizás es un viaje que no debe terminar nunca, y para que no finalice se debe
estimular con más interrogantes. Es una concepción idílica de la existencia. Un
poco más vulgar puede ser la teoría que afirma que la gente pregunta porque es
curiosa, entrometida o impertinente y está todo el día pendiente de saber algo
más de las virtudes o miserias ajenas. En mi caso, prefiero creer en ese viaje
interminable que no encuentra desenlace porque la vida es una pregunta sin
respuesta.
Aristóteles consideraba que la vista
era el sentido externo más útil y necesario, porque nos hace conocer más con
bastante diferencia que del resto de los sentidos. Todo lo que se nos aloja en
la memoria -ya sea de corto o de largo plazo- nos debe entrar a través de los
sentidos externos, que nos permiten precisar la realidad lo más cercana a como
es en realidad. Allí radica parte de mi alivio, no se preguntar, pero soy buen
observador. Y dicha valía me permite compensar mi escasa habilidad por el
interrogante con la compensación de observar lo que tantos prefieren dejar de
ver. Quizás por eso escribo, porque entre mis antecedentes familiares abundaron
los observadores.
Francis Bacon, pintor irlandés del
siglo pasado, me echó un manto de piedad, como se suele decir, una figura alegórica. Bacon
declaró “La lectura hace al hombre completo, la conversación lo hace ágil, el
escribir lo hace preciso”. La agilidad la incorporé de adulto, los libros
siempre sobresalieron en la casa de mis padres y el detalle de escribir se despertó
un día determinado, a criterio de mi madre, por estar tanto tiempo callado y
observante. La práctica me habrá otorgado un valor parecido a la precisión.
Sigo viendo a los libros como la propuesta del pensamiento, la invitación a
pensar y resolver ciertas preguntas que nos importunan y duelen. No se
preguntar quizás porque encuentro de antemano las respuestas en los libros y ya
no creo en los tópicos que arrastran las respuestas, plagadas de mentiras y
crueldad, como si fuera el material esencial que conforma este mundo, la masa
que sostiene y entretiene a la sociedad. Tal vez no pregunto porque ya me
ofende la posible vulgaridad de la respuesta.
Los libros me dan respuestas o me
permiten suponerlas. Este blog no me brinda respuestas, solo me confirma la
soledad con que cuestiono. Pero igual escribo con insistencia, tal vez con
un sentimiento parecido al de la angustia. Les dejo una estructura de palabras
cerradas que a veces guardan sentido con una secuencia. Ahora soy el niño que
levanta la mano y lanza la pregunta. Ahora me quema la boca de la sed por
aprender y por los desvaríos que cada tanto sufro por querer darle la vuelta a
las cosas. Ahora leo y escribo, pero sigo sin preguntar, tal vez por una
carencia propia, tal vez por la vergüenza de levantar la voz para realizar una
consulta, tal vez por la frustración que ha generado a mi imaginación la
ignorancia que propuso alguna respuesta. Para no esperar más de la originalidad
de una respuesta, me pasé a la literatura y luego a la escritura: Si logro
perfeccionar mi imaginación, intentaré encontrar las respuestas que no me he
animado a promulgar y que la vida sigue sin querer responderme…
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