“Querer desconocer lo que ha sucedido
antes de existir nosotros, o cuando aún éramos niños, es seguir siendo
insensatamente pueriles”.
Cicerón – Jurista, filósofo, orador y
escritor romano.
A veces desconocemos los hechos,
muchas otras veces los negamos, los minimizamos con el insostenible argumento
de que otro lo ha hecho o está haciendo peor. No es un fenómeno nuevo, pero se
ha profundizado supongo a través de las veinticuatro horas de internet y de tu
portal de noticias favorito todo el día en directo. Estamos transitando la
sociedad que nos da la posibilidad de escuchar o ver solo lo que queremos
escuchar y ver, y nos permite un juego mental, que no es juego sino perversidad,
que es practicar continuamente el negacionismo, algo así como escoger negar la
realidad para evadir un momento incómodo. Muchos se sostienen en un supuesto
derecho de libertad de odiar o pensar cosas terribles de aquel al que no adherimos.
Defendemos la necesidad de la veracidad de los “hechos alternativos”, donde los
hechos y los expertos no importan. Yo tengo mis hechos, tú tienes los tuyos, es
cuestión de ver quien grita más fuerte o tiene más fuerza para imponer sus
hechos. El negacionismo no tiene una sola cara y se adoptan según el tiempo,
lugar y circunstancias donde queramos utilizarlo.
El que compone un texto corre los
mismos riesgos. Dejar que juegue especial preponderancia sus emociones o
desconocimientos, e intentar influir o incidir sobre los lectores con la
intención no solo de instalar el lugar que yo supongo o razono, sino instalar
el lugar del tu como valorador de los hechos que te narro. El escribir un texto
es un proceso creativo de razonamiento o de impulso, pero tanto la vehemencia
como el ímpetu necesitan del razonamiento para que lo escrito no se desmorone a
las escasas líneas. Al escribir cualquier tipo de texto, tomamos una decisión,
desarrollamos un punto de vista que utilizaremos para darle valor o contenido a
nuestra historia. Ese impulso puede provenir por un punto de vista interno,
externo, singular o múltiple, pero no debería ser de exprofeso falso, viciado o
negacionista. Solo debería ser un punto de encuentro o disidencia entre el
sujeto y el objeto de la percepción.
Esas veinticuatro horas de internet o
tanto portal de noticias actualizando permanentemente nos pueden dar la triste
idea de que la humanidad ha vivido manipulada o desinformada, como norma. Por
eso hoy dudamos o desconfiamos de todos, porque podemos vivir al instante el
desarrollo de un acontecimiento, y como contemporáneos y con un relativo uso de
la inteligencia o de la tecnología, nos podemos dar cuenta con bastante rapidez
de que la épica, conflicto o denuncia que nos están contando puede ser total o
parcialmente falsa, y además, burda de tan falsa. Por ese lado, valoro ese
internet full time o los videos que circulan, sobre toda cuestión. Pero, por
otro lado, la confusión nos ha ganado porque nos ha hecho perder la perspectiva
y nos ha llevado a algo peligroso, a dudar de nuestra óptica. Todo esto sin
mencionar a las multitudes que han decidido dejar de portar el desarrollo de la
inteligencia como estandarte, allí ya no hay óptica.
Desde que el hombre se comunica, ha
optado por transmitir historias que se han convertido en legados o mitos. La
historia es un proceso necesario, se trata de la suma de acontecimientos que
han dado forma a una idiosincrasia de pueblo, de nación, del mundo. El
conocimiento conoce un par de formas para trascender, el intuitivo o lógico. En
la necesaria relación de la intuición y deducción se desarrolla la escritura de
la historia. Al momento de valorar la validez del relato histórico, confiamos
en el ensayista o mucho más en el historiador, porque en el caso del escritor
de ficción está el peligro latente el cómo separar esa ficción con la que
contamos la historia. Pero el ensayista o historiador pueden tener la misma
inquietud, porque sobre sus espaldas cae la veracidad de un proceso histórico.
Todo es relativo, hoy podemos darnos cuenta que las voces de ensayistas o
historiadores tienen menos o igual credibilidad que la de un escritor de
ficción, tal vez el problema resida en que toda narración tiene una voz, y hoy
estamos saturados de voces, por eso negamos todo lo que vemos, discutimos sobre
lo indiscutible, optamos por las voces que se asemejen a nuestros gustos o
necesidades. El proceso histórico parece estar cuestionado, porque el presente
lo está permanentemente.
No parece fácil delimitar la frontera
entre el percibir y el saber. Mas cuando tenemos la posibilidad de acceder a
información basada en la inteligencia o en el desarrollo de los sentidos. Será
a causa de esta dualidad que debemos utilizar las “frases leyenda” como punto
de vista, percepción, opinión, consideración o concepción. La verdad, el tiempo
y la historia es una triada perseguida por todos, pero no fácilmente alcanzada,
ya que parece insostenible pararnos sobre esas tres patas. La historia es
considerada la ciencia que nos transmite el pasado, pero el historiador no siempre
alcanza la perspectiva para reflejar exactamente el devenir de aquella historia
pasada, que nos marcó y que no ha de marcar eternamente.
El problema habrá sido de siempre, los
filósofos o historiadores habrán sostenido más de un dilema a la hora de
abordar los acontecimientos. Hoy parece todo más fácil, pero no porque se
encontró el sistema inefable, sino porque se ha perdido el pudor por necesitar
conocer la realidad. Hoy los medios de comunicación alternan brindarnos un
pequeño contenido informativo, matizado con la homogenización de las modas, los
gustos y los intereses. Y como convertimos masivos a los medios, lo que parece
suceder es que el pensamiento de los ciudadanos es similar, tanto en la
aceptación como en la radicalización de la negación. En ese rotulo que alguien
definió como brecha o grieta, todo el mundo parece la misma persona: la que
apoya o la que niega. Todos parecemos la misma persona, nos hemos dejado
homogenizar.
Estamos en pleno proceso de manipular
la concepción de la frase de Cicerón con que comenzó esta entrada. Estamos
negando lo ya sucedido y lo que sucede, aún antes de poner en marcha nuestro
razonamiento o capacidad de interpretación. Con el desarrollo de la negación
como sistema pretendemos cambiarle el rumbo al pasado y al presente, con la
esperanza de alcanzar el idílico futuro que no podemos sustentar por tanto
negacionismo, manipulación o fantasía no sustentable. Todos vivimos
equivocados, estamos dejando nuestra perspectiva en manos de internet, que
hasta que logre un equilibrio o moderación, puede ser una cultura de abajo
hacia arriba, con un efecto devastador que denominamos cautelosamente como
embrutecimiento. En el trato con los jóvenes lo vislumbro con contundencia, con
la plena conexión desaparecen las posibilidades que generen inteligencia,
creatividad, objeción, cuestionamiento, moderación o compasión. Estas carencias
atentan contra la individualidad, por eso muchos siguen al primero que grite lo
que grite sin necesidad de fundamento.
Unos leen lo que escribe la derecha y
otros lo que escriben los de izquierda. ” Tú piensas eso y yo tengo derecho a
pensar distinto”, parece basarse esta existencia de hechos alternativos. En
todo caso nos hemos vuelto hostiles hacia los demás, intransigentes con los
distintos puntos de vista, incrédulos ante la avalancha de estúpidos u hostiles
que portan la supuesta y eterna verdad verdadera. No es época donde se exija
portar pruebas, todos deseamos ser como aquellos de los cinco minutos de fama
que habitan en la televisión que te dejan claro que la filosofía, la historia o
la indagación no te harán rico, sino la estupidez y el actuar mal. En el
devenir de los siglos, el hombre ha sufrido el debate entre contar la historia
o dejarla transcurrir. La controversia podría estar guiada por si podría contar
la verdadera historia sin el uso de la mentira o de la malinterpretación. La
humanidad hoy peca de ser más práctica, se basa en el negacionismo para no
admitir que nos gobiernan idiotas, porque en definitiva esa parece ser nuestra
verdadera esencia, lo diga o lo niegue la historia…
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