“Los hombres no están contentos con su
suerte y casi todos -ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros-
quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar -tramposamente- ese
apetito nacieron las ficciones”.
Mario Vargas Llosa
Escribir es como desnudarse, dice
algún escritor liberado. Pero no es una definición baladí, al paso. Uno se
despoja de muchas cosas, y la literatura permite que el desvestido sea el
propio subconsciente. Te pueden preguntar más de una vez si eso que has escrito
ha sucedido, y a veces así ha sido, otras no, y tantas no puedes contestar.
Estaba dentro mío, aguardando. Tenía una base sólida, un relato de mucha
convicción, un desarrollo coherente del entramado, pero no podemos confesar con
sinceridad si se trata de una experiencia verídica de nuestra existencia. De
ahí que muchos consideren enigmáticos a los escritores, o perversos.
Nos desnudamos al tiempo que nos
tapamos las partes. Queremos escribir sobre algo personal, pero debemos
preservar al individuo que portamos. Por eso triunfa la ficción, supongo.
Porque genera una profunda liberación considerar que el drama existencial de
nuestro personaje central no se trata de tu alter ego, sino de una creación literaria.
Pero los lectores tienen también sus traumas, no se crean. A ellos le gusta más
saber que lo que les están contando, pueda tener un contenido elevado de
historia personal. Atrapa más una entrada de este solitario blog, cuando la crónica
tiene parte de mi historia personal. Las escasas o numerosas anécdotas que forman
parte de mi genoma pueden ser contadas. No me molesta desnudar mi alma, quizás
porque a lo sumo setenta u ochenta personajes harán click en la entrada,
generando el momento de mayor erotismo en el proceso. Este escritor ya no está
desnudo, pero no logra discernir quien es el desabrigado y perverso lector, portador de una única gabardina como indumentaria, que
hace click en la entrada en rigor, para escaparse con un bostezo terrible de
aburrimiento, sin llegar a leer ni el primer párrafo, o leerme al completo sin desabrochar ningún botón de la gabardina, para hacerme sentir vejado.
Escribimos para un lector, es triste
reconocerlo, sobre todo cuando no conoces a tu lector. Mensajeas en botellas
que divagan por la ría virtual de este 2.0, esperando con el ego de la boca
para dentro de saber que alguien te quiere leer, pero contradices con el ego
que te acompaña de la boca para afuera, de que uno escribe para uno, para
reconocer un talento, para cuestionar un mérito, para molestar, para aportar,
para sufrir. Estamos desnudos, porque lo bueno o malo que logremos crear, ya no
tendrá siquiera nuestra piel. Si llega a algún destino, la interpretación ya no
será nuestra. Él que se atreva a leer, tendrá hasta la oportunidad de juzgarnos
con naturalidad, como parte del oficio. Se supone que, si eres un récord de
ventas, el riesgo no solo vale la pena, sino que se debe convertir en un juego
de marketing. Pero cuando los que te leen se agrupan en los dedos de tus manos,
el riesgo es demasiado riesgo. Imagínate que escribes algo transgresor, algo
que rompe, algo que hace ruido. Lo haces, sudas de la emoción, lo publicas en
tu blog y al poco rato, le tienes que dar explicaciones a tu -por ejemplo- tía
de que lo que has escrito no te representa a ti, que es ficción, que solo estoy
chalado o como dicen del que lee o escribe, que soy extravagante.
Y luego de posar desnudo durante a lo
sumo, unas horas, nos encontramos a la semana, con que esa página desnuda
refleja tus miserias eternamente. Nuestro atrevimiento luce descarnado, más
cuando quizás, por ese contrasentido que nos compone, podamos sentir que
aquello que escribimos mientras aireábamos las pelotas, hoy no nos representa o
a ha cambiado nuestro punto de vista. Memorias, recuerdos, sentencias ya no
están amparados en el refugio cerebral. Ahora está expuesto a amigos y
enemigos, a terapeutas y manipuladores, a románticos o irascibles. Y no puedes
presumir de ser el rey desnudo, solo eres una ignota pluma que suele estar en
bolas, y ahora gracias a un eventual escrito, estás desnudo y expuesto al
análisis de los que te rodean.
Si no me asusta el tener que dar
explicaciones de porque escribí lo que escribí, puedo sentir la profunda
tranquilidad de ser un pensador libre, que no escribo a cuenta de nadie, en mi
teclado liberador no cuenta un editor, un gurú, un mecenas, un protector, un
padrino, un decano o siquiera un compañero de la infancia. Te enfrentas a la
soledad de tu pensamiento, a lo obtuso de continuar, a la perversión de generar
tráfico en una abarrotada red virtual de nuestro internet hoy esencial, y
quizás en ese momento no estemos en volandas, ya que por haber leído o por
hablar un idioma con algo de delicadeza, hemos decorado las palabras con finas
telas o velos, lo que motive que el escaso lector no pueda rasgarse las
vestiduras al no poder confirmar si somos o no un portento.
Se afirma que los sueños no son más
que representaciones simbólicas del paisaje emocional de nuestra psique, que
todo el mundo se desvive por encontrarle significado. Hay profesionales como el
psicólogo que recibe dinero a cambio por descifrarlos y dejarnos en bolas y
encima, tratando de defendernos. Piensen, eso es peor, estamos pagando para que
nos suelten con el típico gesto de suficiencia que no hemos resuelto para nada
los traumas de la infancia. En la literatura, tenemos la posibilidad de
elaborar con una relativa dosis de creatividad alguna temática que circule
alrededor de nuestras inquietudes o curiosidades. Y se dará el caso que esa
pregunta odiosa, esa frase que gestamos con o sin sacrificio, le llegue al
lector y lo deje en bolas, es decir le abra una herida tal vez olvidada.
No tengo miedo de lo que escribo.
Aprendí en el tiempo que lo que interprete el otro, es solo su interpretación. Profundice
en que lo que está escrito, puede movilizar de la manera más insólita, la menos
buscada. Es que las letras logran que hablen los sentimientos que se suelen
callar. Y la manera que tengo de mostrar mi interior me permite en este
momento, escribir sin sentir que haya algo en mi de perverso, ni de
aberrado. Solo me dediqué a perder unas desnudas carillas de Word para ocultar,
a través de un desnudo seductor, que no he querido escribir sobre una crisis
existencial tal vez de media vida, que me está desvirtuando mis días. Es una
pena que no me lean, podrían valorar el talento de mantenerlos expectantes en
la erótica negando una retórica existencial que no sé cuánto tiempo más podrá
estar bajo mi piel. Una crisis existencial es difícil de enfrentar, lleva su
tiempo. De ahí que eligiera la metáfora del escritor que se desnuda, a la del cadáver
que nos acompaña al superar otra crisis de nuestra débil existencia…
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