“Escuche, amigo mío: somos todos unos
ladrones. Pero, a fin de cuentas, sólo seremos juzgados por dos cosas: por
aquel a quien hemos elegido desvalijar y por lo que hayamos hecho con ello”.
Martha Graham – Bailarina y coreógrafa
estadounidense.
Indudablemente leer es una gran
conquista personal. Al acceder a un buen material de lectura, uno se concentra
en el pensamiento de otra persona, lo que nos permite ampliar nuestra mira por
el simple acto de apertura; pero el verdadero trabajo se genera al reflexionar
y acceder a nuestro propio punto de vista, a la evaluación de lo que
incorporamos. De la evaluación sobreviene la evolución. Generalmente, el que incorpora nuevos
conceptos abre la puerta de nuevas dudas, necesita otra indagación. Leer quizás
te haga feliz, pero paradójicamente leer te puede hacer sentir más incompleto.
Y el acto de leer no lo es todo, es fundamental que exista inteligencia.
Uno es lo que ha leído y también es lo
que no ha leído. El bagaje nos acompaña, nos reconoce una persona distinta en
distintas fases de su desarrollo. Leemos y avanzamos, leemos y comprendemos,
leemos y más fácil razonamos. Leemos y somos. Leemos y podemos explicar. Al
leer buscamos, cuanto más leemos, más buscamos. Es una pasión que te hace bien,
aunque te hace mal. Porque en más de una ocasión leer es sufrir, leer te hace
sentir solo, leer te duele. Pero no duele la lectura, duele entender que el
conocimiento puede ser contundente para definir la ignorancia que nos rodea,
que nos antecede y que vamos a legar a otros fervorosos que deseen razonar la
información existencial.
Tantas veces al leer se deshace parte
de nuestra esencia. Supongo que eso es crecimiento, aunque asuste o duela.
Somos lo que somos, pero somos algo más cuando algo en nuestro interior, se
deshace. Creemos que alguien que cambia de punto de vista es porque no tiene
criterio. Y no es así, el cambiar de prisma puede ser considerado crecer. Lo
que se debe discernir es si el que cambia de parecer es o no inteligente. Si no
lo eres, no tienes criterio propio por el mero hecho de no cultivar un
criterio. Si te detienes a razonar otro pensamiento, la posibilidad de
reconocer un error propio enquistado no es malo, simplemente es necesario. Uno
vive tantas vidas como experiencias tiene en la evolución. Como tantas veces
estamos errados en las expresiones, evolucionar no es solo perfeccionar, sino
cambiar, replantear, dudar y atreverse a reformular. Eso es seguridad.
Encontrar tiempo para poder leer es de
valientes. Ser valiente es enfrentar los miedos o dudas, ser valiente no te
hace ganador, porque muchas veces ser valiente te puede arrastrar a un
torbellino de dudas o replanteos, a perder parte de tu seguridad, ceder tu zona
de confort. Ser valiente te permite reconocerte insignificante. Además de
generar valientes, el leer te hace más humano y te provee de humanidad.
Humanidad que se refiere a la propia, y a lo que incorporas de otra persona,
porque tu humanidad es el resultado de impregnarte de otro, de enlazar en tu
corta existencia, la reflexión o perspectiva de pensadores de otros siglos, la
humanidad nos permite ser más civilizados.
“El hombre verdaderamente grande es
aquel que en medio de la multitud mantiene con absoluta gallardía la
independencia de la soledad”, en estos tiempos de calles convulsas, la frase de
Ralph Waldo Emerson -escritor, filósofo y poeta estadounidense del siglo XIX-
sostiene una vigencia que lastima. Tantas veces aferrarse a la libertad de
estar solo, nos puede preservar del horror de las actuaciones colectivas sin
reflexión. Tomar distancia no es aislarse necesariamente. Detenerse no es estar
estático. Animarse a disentir a una multitud no es trasgredir, puede ser una
muestra de cordura propia, de permitir reconocer que el criterio individual
bien desarrollado, no se absorbe ni amedrenta por las masas. Lo escribí hace
poco, no porque muchas voces digan lo mismo, han de tener razón. Simon Leys,
seudónimo de Pierre Ryckmans -escritor, crítico literario belga- expresó: “Las
palabras son inocentes; no hay ninguna perversión en el diccionario, ésta se
halla en todas las mentes y son éstas las que habría que reformar”.
Tenemos la particularidad de ser
frágiles y omnipotentes al mismo tiempo. Las pequeñas desgracias que importan
nos hacen ver que somos vulnerables, pero mientras tanto, nos suele arropar un
aura de omnipotencia que nos hace perder la humildad del criterio. La
observación constante de la realidad puede ser el mejor ansiolítico para
sostener la humildad. Si repetimos dogmas leídos o doctrinas gritadas desde
púlpitos, tantas veces comprobamos que estamos alejados de la realidad, y con
un simple vistazo podremos reacomodar conceptos, al tiempo que recuperamos la
suavidad de la moderación. Recapitulando: leer es crecer, ser inteligente
permite crecer en lo leído y la moderación es la llave a la humildad ante lo
que se incorpora de la lectura.
“Quién lee vive más” es un eslogan que
no profetiza que vivamos más tiempo, tal vez quiere decir que solo vivimos una
vida, pero si leemos estamos viviendo también, otras vidas, lo que me devuelve
a una frase de Jorge Luis Borges, quién reconocía “estoy más orgulloso de los
libros que he leído que de los que he escrito”. La lectura inocula vida, lo presiento
cuando encaro un libro, cuando estudio una asignatura, cuando preparo estos
insignificantes escritos, cuando de tanto goce paso a sentir intensos vacíos,
cuando se me rebela una respuesta y de inmediato me surge una nueva duda. Eso
es vivir para algunos, este escriba incluido. La ignorancia es el peor enemigo
de una larga vida. No adhiero que el ignorante es el más feliz de los mortales,
solo es el menos comprometido.
Leer más para vivir mejor, entonces
puede surgir como corolario. Un libro abrirá una puerta, y al franquearla, uno
ya nunca será el mismo. A mis espaldas me observan Camus, Dickens, Saramago,
Marai, Sampedro, Marías, Orwell, Shakespeare, Onetti, Borges, Canetti, Muttis, Vargas
Llosa, Grass, Hrabal y tantos otros al que les abrí la puerta de mi intelecto.
Sin ellos, no tendría la capacidad de observación y reflexión que creo tener.
Me viene a la mente una duda que me trasmitió un querido amigo, cuando ya era
evidente que el relato oficial de una presidencia, contrastaba con la
corrupción y soberbia que sus actos derivaban. Mi amigo reconoció dudar si eran
en verdad mentirosos y corruptos, porque entre sus seguidores destacaban
personalidades de enorme respeto e inteligencia. Leer abre vidas, pero no lo es
todo. Y me apoyo otra vez en Simon Leys para terminar: “Las más altas
inteligencias no dicen menos tonterías que el común de los mortales;
simplemente, lo hacen con más autoridad”, de allí que la lectura y la
inteligencia me obliguen siempre a caminar sobre mis pasos, cuestionando lo que
creo hasta ese momento, y esto aunque parezca mentira y una pérdida de tiempo,
esto es vida…
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