Yo, yo seré
el rey
Y tú,tú serás la reina
Aunque nada
les ahuyentará
Podemos golpearles
sólo por un día
Podemos ser héroes
sólo por un día.
David Bowie – Heroes
La realidad nos ha vuelto escépticos.
Y de paso nos está inmovilizando. En un momento determinado hemos accedido a un
rapto de lucidez y objetividad que nos ha llevado a descartar ese viejo
anhelo que se debe estar arrastrando hace siglos y que no termina de madurar:
que el mundo puede cambiar fácilmente. Y como no cambia, y parece que va a
peor, ¿qué hemos hecho?: nos agarrotamos y descreemos. Y estamos matando a la última
figura que nos permitía, si bien sabemos reconocer que somos mortales, instalar
y actualizar un culto a ciertas personas que perduraban en el rocoso camino de
la eternidad. Nos estamos quedando sin héroes, y estas figuras manejaban dos
componentes claves: la mitología y las bases morales.
Si no se actúa, las cosas no van a
mejorar. Y si en la escasa actuación no tenemos al héroe que cambia el mundo,
todo cuesta más. Porque el héroe actuaba en base al sacrificio, de forma
trágica dejaba de lado su costado manso que contenía un sinfín de valores, que
le otorgaban esa lucidez interior que luego lo arrastraba a tomar las armas o
hacer uso de su valor o fuerzas para restituir el orden y las aptitudes. Pero
hoy no se avizoran héroes, violencia por el contrario sobra. Y esos paladines
que nos envuelven en promesas de que ellos son el cambio de paradigma, luego a
los minutos viene internet y las redes sociales a desnudar sus apetencias
mundanas. Y la hemos jodido, solo nos resta leer comics o esperar el siguiente
estreno de La liga de la justicia. Aunque muchos prefieren creerles y sentirse
engañados durante décadas. No saben poner fin al falso dogma.
Y esos supuestos héroes son sádicos.
Yo no voy a nombrar a ninguno o ninguna para que no se enoje nadie. Pero
ustedes conocen ese sadismo de inaugurar hospitales que nunca funcionan, de
abrazar a la gente en la calle y llamarlas por su nombre de pila en una frase
de twitter para que parezcan cercanos y que se acuerdan del nombre de los
invisibles, o no animarse a dar la cara y debatir cara a cara para sostener un
relato. Todos tenemos un personaje sádico haciendo campaña. Y creemos que es un
héroe. Y dejando de lado la escala de valores, van y lo votan, y ese acto es
como dejar avanzar la gangrena. Y hablamos de cambio, hablamos de ideología y
hablamos de futuro cuando en realidad, somos cómplices observadores de lo profano
que resulta su heroísmo, que se basa en robar, acumular y hablar, siempre en el
eterno beneficio del pobre u oprimido y de la lucha de clases.
A veces la gente prefiere no mirar
ciertas cosas. Es más fácil solicitar con devoción el cambio y suponer que este
se generará producto de la magia o del heroísmo de alguno de nuestros mortales
extraordinarios. Yo debo ser masoquista, seguramente no logro ningún cambio
-siquiera soy activista- pero me gusta poner los reflectores de mi escritura en
esos lugares que encierran supuestas fortalezas o crecimiento y en realidad,
denotan simples debilidades. Quizás los héroes necesiten a jóvenes, y a
determinada edad y si uno ya mató a varios dogmas, solo reconocerá barro y
huesos, y una mezcla alocada de buenas y malas intenciones. Ya no hay “reyes”
ni adalides o gloriosos. Apenas famosos a los que le damos carácter de
paladines y una legión societaria que le cuesta horrores comprender que ya no
es joven, por ende, es necesario ir matando dogmas para experimentar una evolución.
Y comprender el criterio exacto de la palabra exigencia y responsabilidad, y de
paso reemprender el traspaso y enseñanza de valores a las nuevas generaciones,
que esos sí, de momento pueden soñar con héroes.
Esto no impide que exista el altruismo
de individuos dispuestos a conducir las conductas erradas del hombre. Son
personajes didácticos y hasta pedagógicos, pero para poder continuar con su
heroicidad, deben alejarse de la zona de poder que corrompe y deforma. No
existen súper poderes que les permitan mantenerse vinculados al poder y no
deformar sus virtudes. Si se mantienen alejados, tienen posibilidades -ellos y
parte de la sociedad- de sostener la titánica lucha entre los grandes ideales, los
fracasos colectivos y las desmedidas apetencias personales. La sobre existencia
de ambigüedad, lo complejo que es habitar nuestras sociedades modernas, la
ciencia y la tecnología que avanzan sin darnos tiempo a comprender si es o no
progreso, y la necesidad inmediata que todo pase por obtener dinero, no permite
el surgimiento de héroes profundos. Mientras tanto, ayudamos y hasta alentamos
a los pseudo héroes a caminar hacia la destrucción, y una vez que se
desmoronan, recién allí abusamos de nuestra vanidad para enrostrarle su
decadencia o infamia.
Tantas veces la literatura nos
advirtió, gran parte de los héroes estaban locos o eran demasiado terrenales.
Hablo de la literatura de los últimos dos siglos, ya que la palabra héroe surge
del griego y ellos explicaban la existencia de mundo paralelos donde la fuerza
y la convicción de ideales, permitía trascender como arquetipo. El héroe nacido
en la antigua Grecia para trascender a la memoria y para hacerle sombra al hombre
normal, como método de ejemplaridad. Posterior al romanticismo, para no
perderme en tantos siglos de insignes, desde Kafka, Dostoyevski, Cervantes,
Carlyle, Kundera, Balzac, Hesse, Hemingway, Ford Madox Ford, Hasek, Hrabal, Saramago,
García Márquez y tantos más, intentaron vaticinar el fin de un ciclo, el héroe es
de carne y hueso y le cuesta rectificar, a pesar de experimentar grados de
grandeza.
El héroe triunfante da paso en la
literatura a la parodia, al triunfo tantas veces producto del absurdo, la
casualidad o la impostura. No habita la coherencia a veces en el héroe, apenas
es coherente el universo como para que el hombre racional imponga sus valores e
ideales a sociedades enfermas. Quizás es duro este análisis, pero creo que las
vendas que la ciencia, la tecnología y la filosofía han derribado, nos enfrenta
a la cruda realidad: sin esos conocimientos, podríamos todavía sostener la
semejanza a un Dios o seres de inspiración divina. A cambio, la evolución nos
propone reconocer en las personas de carne y hueso que puedan encontrar
consuelo en lo risible que es nuestra naturaleza. Y en el proceso de la risa,
congraciarse con los grandes gestos que aún perduran en la esencia humana.
Gustave Flaubert descubrió que la
estupidez acompaña casi todos nuestros actos. Cervantes descendió a ras del
suelo a sus personajes legendarios, James Joyce se animó a enseñarnos lo básico
que puede ser el pensamiento diario, John Kennedy Toole nos abrió las puertas
de la digresión y nuestra general insignificancia. Todos estos escritores
ambicionaron enseñarnos a comprender la derrota irremediable que compete al
vivir. La evolución del arte no se puede interrumpir y parece estar quedando de
lado. Si decidimos ya no leer, dejar de razonar, no transmitir valores como
obligación moral, no se podrá evitar. Lo último que queda en nuestras manos es
no llamar héroes a los sádicos o canallas y dejarlos caer del pedestal antes
que su desmoronamiento nos obligue a sentirnos cada vez más ridículos…
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