"Ningún hombre de temperamento
científico afirma que lo que ahora es creído en ciencia sea exactamente verdad;
afirma que es una etapa en el camino hacia la verdad..."
Bertrand Russell
En el ámbito científico, la actitud
vital y determinante en la búsqueda de la verdad, es aquella que obliga a
preguntarse algo y hacer el esfuerzo por responder la cuestión. Y la verdad
científica nunca será absoluta, ya que el buen buscador sabe que la indagación
no ha terminado, siempre quedará margen para reconsiderar o curiosidad para
aclarar flecos vinculados. Una buena actitud científica estará determinada por
la curiosidad, apoyada por atributos como disciplina, tenacidad y
perseverancia.
Otra posibilidad que cabe es que
luego de mucho bregar e investigar, todo el conocimiento, los enunciados o toda
formulación sostenida puede estar equivocada o resulte ineficaz. El poseer
capacidad de autocrítica y saber reformular ideas o conceptos permite
aprovechar los errores y recomenzar o redirigir las búsquedas. Esa actitud
recibe el nombre de sinceridad intelectual, donde un error no es frustración o
fracaso, sino que representa un estímulo para continuar con los avances. Por el
contrario, viene a destacar una virtud necesaria para cualquier desarrollo, la
curiosidad insaciable.
Una forma más simple de explicar
esta sinceridad intelectual es definirla como juego limpio o respeto a la
libertad de respuesta. Estos principios se refieren a la actividad científica,
pero podrían y deberían ser aplicados a casi toda disciplina. Pero la actividad
política no puede adaptarse a ese principio. Pero no solo no puede el político,
sino que tampoco el ciudadano. Será por eso que las discusiones políticas no
llegan generalmente a buen término; será por eso que prima la intolerancia o el
grito más fuerte que el oponente para plantear un debate. Será por eso que el
ciudadano prefiere el simulacro a la pronta confesión de un error, y continuar
trabajando para subsanarlo. Pero al ciudadano le va mucho mejor adaptarse al
simulacro que a la honestidad intelectual, porque ha comprobado que con el
simulacro siempre podrá culpar al político de turno de haber mentido sin asumir
que el ciudadano necesita la mentira para consumir del presente sin interesarse
de lo que hace consumiendo el futuro. Porque vamos, el ciudadano generalmente
dice que todo lo que hace lo hace para dejarle un mejor futuro a sus hijos. Y
así vamos, el descenso continua sin sostener la capacidad de objetivar.
Siguiendo con el campo de las
ciencias, la capacidad de objetivar es simplemente, estudiar los hechos sin
aferrarse a opiniones o ideas preconcebidas, con la posibilidad de abandonar
cualquier posición que se haya determinada inadecuada o no satisfactoria. Podríamos
definirlo como una conciencia intencional, donde la duda primordial es si el yo
se muestra en su más absoluta pureza y desnudez. Tras los hechos y admitir que
existen hechos, o sea poner sobre la mesa los objetos, sobreviene lo más
complejo: ponerse a los objeto con un interesarse desinteresadamente. De esta
manera, el desapego de las propias ideas habilitan al hombre a someterse a los
hechos tal como estos son.
Claude Bernard (1813-1878) fue el
iniciador de la fisiología y de la medicina experimental. Su tarea esencial fue
establecer el método científico, comparando entre las consecuencias deducidas
de una teoría y los hechos experimentales sujetos a reglas muy simples:
"Quienes tienen fe excesiva en sus teorías o ideas no solo están mal
preparados para hacer descubrimientos, sino que también hacen observaciones
pobres". Esto podría explicarse en que muchos investigadores observan con
ideas preconcebidas, y cuando ahondan en sus experimentos, solo quieren
encontrar en los resultados, una confirmación de su teoría, arrinconando de
este modo, hechos muy significativos, solamente porque van en su contra.
Y también es cierto que el
observador siempre influye sobre la observación misma de los datos que recoge. Este
sello que la subjetividad imprime en los datos de una investigación se suele
reconocer como distorsión de la realidad o bias, producida por la
"ecuación personal". Esta nace como consecuencia del escepticismo y
la observación crítica, y la imposibilidad de lograr un razonamiento único,
produciendo una variación en el resultado de una observación, juicio o
razonamiento. De alguna manera al manifestarse la dificultad de observación
objetiva, estamos frente a la cuantificación del factor humano.
El dogmatismo se presenta como uno
de los obstáculos para desarrollar una actitud científica. ¿Qué es el
dogmatismo? Es la tendencia a concebir que los propios conocimientos y formulaciones
constituyen verdades incuestionables. El dogmatico siempre sostendrá que su
doctrina siempre escapará a cualquier discusión, aplicando a ciegas y mecánicamente
sin permitir la observación y discusión de los hechos. El dogmatismo se puede
resumir como una mentalidad cerrada aferrada a los "textos sagrados"
de su propia doctrina. El dogmático, además -siempre habrá un además- no
razona, de ahí que es frecuente que no responda con datos, hechos, argumentos sino
que descalifique, etiquete o discrimine. Intelectualmente se lo puede definir
como inepto o inapto, pero que al mismo tiempo tiene la osadía de sentirse
intelectual.
Algo parecido al dogmatismo es el
"espíritu de gravedad", segundo obstáculo clave para desarrollar una
actividad científica. Consiste en sostener con una convicción inquebrantable
hasta lo absurdo, que las estructuras de la sociedad y su jerarquía de valores
no pueden ser discutibles. Todo lo que no se ajusta, acomoda o no se adapta a
lo ya existente, constituye una anormalidad o desviación, sacralizando valores
e instituciones de una manera facilista y conformista, sin concebir la
irrupción de una evolución en los acontecimientos de nuestra realidad. Se vive
con lo dado como lo que debe ser, inmovilizando el razonamiento en rígidas
categorías.
El uso de los argumentos de
autoridad es otro de los obstáculos para desarrollar la actividad científica,
donde las teorías, afirmaciones y opiniones personales se consideran de mayor validez
que cualquier prueba empírica. "La falsa erudición", la proclamó
Claude Bernard, ya que las opiniones no suelen ser pruebas sino una violenta
forma de alterar la realidad para adaptarla a lo que dice la
"autoridad", mirando la realidad de una manera selectiva, acorde con
la ciega incondicionalidad que sostiene el individuo que la pregona.
Y nos queda el etnocentrismo, tantas
veces mencionada en este blog, término acuñado por los antropólogos. También se
denomina provincianismo cultural, ya que se caracteriza por la ignorancia -en
el mejor de los casos- de observar los procesos sociales, costumbres, valores,
redes sociales, instituciones y todo lo que forme parte de otras sociedades o
de la propia cultura en el pasado, con la óptica de la propia cultura del presente,
asumiendo que las propias pautas culturales son las únicas óptimas para
determinar la correcta forma de actuar o pensar. Si nos alejamos de la ciencia,
podremos coincidir que es la forma habitual de ser intransigente de los
nacionalismos o populismos, y esa "exquisita" tendencia de juzgar
culturas desconocidas por el simple hecho de valorarla con nuestras escasas
referencias.
Quien no busca la verdad, es porque
se siente en posesión permanente de ella, entonces no tiene nada que aprender, reconocer,
objetar y menos que menos, nada por encontrar. No lo necesita, porque se ampara
en la frágil estructura mental conformada por slogans o estereotipos que pueda
arrastrar desde su infancia u otra etapa evolutiva. De la ignorancia segregamos
juicios definitorios que nos castran. Y no incide que el sectario sea de
izquierda o de derechas. Ahí radica el principal drama de la humanidad, ya que
el estereotipo derecha-izquierda es ideal para mantener el clónico juego del
bueno y del malo. Entonces al sectario de izquierdas se lo llamara vanguardista
y el derecha, conservador, ya que condena a la perdición toda innovación del
presente.
En la observación de todos los
enfrentamientos vigentes en nuestras sociedades y en las brechas que entre
todos sostenemos para radicalizarnos en las diferencias y ofensas ideológicas,
resulta algo más comprensible observar el desarrollo de una actividad
científica. La ciencia es contraria a la ideología, entre otras cosas, porque
no discrimina ningún tipo de conocimiento, siempre que se basen en hechos
constatables. En cambio, la pulsión de la ideología tantas veces nos ridiculiza
como los idiotas que piensan que con ellos comienza la historia, y están a la
vuelta de todo con la triste particularidad de no haber ido nunca a ninguna
parte. Y nosotros, que nos dejamos gobernar por esos catetos, nos consideramos
con orgullo, militantes...
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