"Oí el sonido de un trueno, que rugió sin aviso,
oí el bramar de una ola que pudiera anegar el mundo
entero,
oí cien tamborileros cuyas manos ardían,
oí diez mil susurros y nadie escuchando,
oí a una persona morir de hambre, oí a mucha gente reír,
oí la canción de un poeta que moría en la cuneta,
oí el sonido de un paya que lloraba en el
callejón,
y es dura, es dura, es dura, es muy dura,
es dura la lluvia que va a caer".
A hard rain's a-gonna fall - Bob
Dylan
La decisión mueve todos los años las
más diversas loterías, donde además de incluir a los abonados eternos y
recurrentes para el galardón, se les suma las últimas sorpresas en la materia,
según los especialistas. Los medios gráficos y tecnológicos pronostican las
posibles opciones, donde quedó demostrado que no siempre lo ha de obtener uno
de los talentos consolidados. Como no se puede considerar que existe "un
mejor escritor del mundo", la entrega del Premio Nobel de Literatura se
plantea entre otras aptitudes, como una condecoración por un autor original, un
género postergado o una cultura insuficientemente atendida.
Como sucede desde 1901, cada año
promediando el mes de octubre se concede "a la persona que haya producido
en el terreno de la literatura la obra más destacada en una dirección
ideal", el galardonado premio. En el testamento de Alfred Nobel no se
decanta por ningún idioma en particular, pero es comprobable que en más de un
siglo de existencia, una de cada cuatro
concesiones han recaído en el idioma inglés. Fuera del panorama occidental, en
1913 fue premiado Rabindranath Tagore, escritor bengalí, y se tuvo que esperar
hasta 1966 para que el premio escapara de las garras de la cultura "predominante",
al valorar la obra de Shmuel Yosef Agnón, escritor judío de origen ucraniano.
En 1970 el premio viajó hasta Japón
para valorar la obra de Yasunari Kawabata, regresando a ese país en 1994 para
premiar a Kenzaburo Oe. En 1978 se le
otorgó al americano Isaac Bashevis Singer, que basó su obra en el idioma yidis;
En 1988 fue reconocido el idioma árabe, lengua utilizada por Naguib Mahfuz; en
2006 fue el turno del turco Orhan Pamuk; en el año 2000 fue el turno para el
idioma chino, a través de la pluma de Gao Xingjian, para regresar en 2002 a Mo
Yan. Y semanas atrás, la sorpresa sobrevino no al premiar alguna lengua no tan
utilizada, sino al considerar la carrera del músico, cantante y poeta americano
Robert Allen Zimmerman, universalmente reconocido como Bob Dylan.
La historia reciente de este
galardón sigue demostrando -salvo excepciones- que lo que se premia, no
coincide con lo razonado en los mentideros. Y otra verdad no oficializada es
que si se es buen escritor, se es varias veces candidato al premio. Pero ser
eternamente candidato, no da esperanzas a ser finalmente Nobel de Literatura.
Philip Roth puede, de momento, dar fe de tal frustración. Eterno abonado en la
última década a la quiniela de los especialistas, observa ya sin disimulo, como
su favoritismo no termina de cuajar entre los miembros del comité Nobel. Y su
caso, de no obtener nunca el galardón, no sería el único.
Si bien el premio no menciona a los
países, los Estados Unidos se mantiene segundo en el podio con doce premiados,
tras los quinces Nobeles a Francia. Casualmente, debieron aguardar veintitrés
años para volver a tener un norteamericano en la ceremonia -aunque no se sabe
si Dylan acudirá -. Desde 1993, cuando se premió a Toni Morrison, figura en las
eternas quinielas el mencionado y excelente Philip Roth, más otros
norteamericanos diversos, entre los que se mencionaban -aunque de manera algo
silenciosa- la obra de Bob Dylan. Entonces, ¿podemos considerar sorpresa la
obtención del premio?
Infinidad de escritores llevan
décadas mencionando y ponderando las bondades literarias de Bob Dylan. Frases
de sus canciones se mencionan en dedicatorias de libros consagrados o en el
contenido argumental. Nadie duda que Dylan es un intelectual que propone
permanentemente el ejercicio de insistir en las dudas de la existencia. El arte
de pensar y emocionar, ¿no es intelecto en estado puro? Los que insisten en que
Dylan no ha escrito nada, ¿tienen conocimiento de su vigencia por más de
cuarenta años a través de las letras de sus canciones-poemas?
Lo que sí es concreto y palpable, es
que el Nobel de Literatura suele ser un premio injusto y olvidadizo, por las
razones que fueran. En el tiempo, podemos recitar más de diez escritores "eternos"
que no han recibido el galardón y que debería ruborizar aún al miembro más
seguro del comité. El ya nombrado Philip Roth -aunque todavía tiene sus
chances, mientras siga vivo -se suma a Virginia Woolf, Graham Greene, Frank
Kafka, Julio Cortázar, Juan Rulfo, León Tolstoi, Italo Calvino, Vladimir
Nobokov, Marcel Proust, James Joyce o Jorge Luis Borges, entre tantos más que
se me olvidan - como le sucede variado al comité-.
En la Academia Sueca prima un
secreto de sumario, referido en los estatutos Nobel, que dura cincuenta años,
por lo que lo acontecido entre los años sesenta del siglo pasado y nuestros
días, continuará envuelto en polémica por un tiempo más. Es un sistema
impenetrable que impide conocer al momento las actas de las diversas reuniones
para definir el candidato de cada año. Una vez superado ese tiempo, la Academia
ha mostrado el porqué de que autores como Joyce, Tolstoi o Proust no hayan
recibido el premio. Es de suponer que en cinco años podamos develar el misterio
Borges, y la vieja polémica se hará nueva, y eterna.
Los documentos y protocolos de las
primeras juntas, en los comienzos del siglo pasado, destacan la fuerte
impresión por las obras de León Tolstoi, donde lecturas como "Guerra y
Paz" o "Anna Karenina" eran lecturas preferidas del público
intelectual y de la misma Comisión. "Pero era imposible premiar el ateísmo
e inmoralidad de un autor que condena a la familia, el Estado y que además de
rechazar las tradiciones no defiende los bienes privados", surge tras el
secreto de sumario. Consideraciones que escapan a un talento literario -del que
a Tostoi le sobraba- , o que con el correr del tiempo se contradicen en premios
a escritores que profesaron valores dentro de los "parámetros"
tradicionales pero perversos y retrógrados.
Ganadores cuestionados hubo en todo
momento. Winston Churchill, en 1953, está a la par del entregado en 1950 a
Bertrand Russell. A Churchill se le destaca "por su dominio de las
descripciones biográficas e históricas así como su brillante oratoria en
defensa de los valores humanos exaltados", y de Russell se destacó
"el reconocimiento de sus escritos variados y significativos en los que
defiende los ideales humanitarios y la libertad de pensamiento". En defensa
de estos galardones, deberíamos situarnos en un contexto político, social, económico
o moral, tras la devastadora situación post guerra mundial.
En 1938 se premió a Pearl S. Buck, y
las consideraciones fundamentales remiten a "sus descripciones ricas y
verdaderamente épicas de la vida campesina en China y por sus obras maestras
biográficas". Este galardón generó un sisma dentro de la Academia, ya que
a partir de ese momento se prohibió otorgar el premio al candidato nominado por
primera vez. Lo que por un lado nos da la idea de que Dylan ha sido previamente
nominado, y que la obra de Pearl Buck, candidata débil en esa primera
nominación- no ha ido mejorando a partir de esa obra, muy por el contrario,
parece una mancha entre los galardonados.
El Nobel a Dylan parece ser un
reconocimiento a la dignidad literaria presente en la música popular. El pasado
año fue merecidamente galardonada la escritora pero fundamentalmente periodista
y ensayista rusa Svetlana Alexiévich por "sus escritos polifónicos, un
monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo". El temor es que
la literatura haya dejado de ser patrimonio exclusivo de escritores a la
usanza, me permite suponer que la literatura se desplaza en busca de otros
cauces. Y se comprueba de esta manera una tendencia, que es alejar cualquier
demostración artística del púlpito, del museo, de las universidades y de todo
prestigio que los críticos acomodados se empecinan en situar las
manifestaciones creativas. Siempre ha sido peligroso encasillar el arte, y
quizás estemos ante una nueva muestra de la mutación por recuperar ese
sentimiento primario, casi animal o bárbaro dentro de un razonamiento elemental
que permita seguir construyendo obra y pensamiento en estos momentos algo
turbios y oscuros.
A mediados del siglo XIX, las
novelas de Charles Dickens o Balzac no pasaban de ser consideradas
entretenimientos frívolos. Los críticos de su época no repararon en vergüenza
propia o ajena en considerar una obra sin importancia El Quijote y autores como
James Joyce, Elias Canetti o Frank Kafka murieron sin poder sortear la
indiferencia ante sus monumentales obras. Se debe insistir en dejar constancia
de la historia del arte, de las emociones. La literatura puede estar presente
en un artículo en una revista y quizás mañana, se demuestre que un tweet es
merecedor del mejor de los galardones o un escritor de cómics se alce con el premio. Mientras tanto, para los que sienten la
música, se puede demostrar que la mayoría de las canciones están creadas para
el movimiento de los pies, pero gracias a escritores como Bob Dylan o Leonard
Cohen, aún pueda existir una mínima parte de esas composiciones musicales que
estén dirigidas a la cabeza, aunque le pese al excelente y injustamente
postergado Philip Roth...
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