La estupidez insiste siempre
Albert Camus
El hombre es un ser arrojado al
mundo, concepto con el que se dieron a conocer los existencialistas, pasada la
tercera década del siglo pasado. Esta escuela surgida en Alemania y difundida
al resto de Europa, se puede interpretar como una reacción ante una crisis de
conciencia a nivel social y cultural.
Existencia se contrapone a esencia, y se sustentará en que el hombre existe
porque es origen de sí mismo. El hombre es libertad. Y debería en su libertad,
conseguir la trascendencia.
Los cambios que se generan en
nuestro universo no terminan de clarificar si se producen por una relación
entre sí o si se gestan simultáneamente fruto de la casualidad. Pero que nos
afecta a todos, eso no se puede cuestionar. Hasta hace bien poco creíamos que
las transformaciones o revoluciones eran forjadas por ideales, tanto políticos,
culturales o religiosos. Hoy, no lo tenemos tan claro. Inmersos en un clima
confuso donde los fragmentos de ideales vetustos como lealtad, sentido de
nación o socialización, no atinamos más que a sorprendernos, enojarnos y buscar
cambios que se terminan pareciendo a lo malo conocido. Somos, sin temor a ser
demasiado contundentes, una sociedad escéptica y perdida en el rumbo.
Albert Camus, letra fundamental del
existencialismo, consideraba al miedo y la esperanza con papeles muy
protagónicos en esa aventura que es la vida. Para Camus, la esperanza no era
otra cosa que la medida dosificadora del miedo. La esperanza, para el común de
los mortales -la inmensa mayoría- es el sedante que logra mantener la mente
obnubilada ante la realidad que depara nuestros destinos. Desde la perspectiva
de Camus, es impensable definir que los hombres son iguales, ya que existen
actitudes bien diferenciadoras: el hombre atormentado por la rudeza de su duda
y el "hombre feliz" acobijado por la esperanza que prodiga la
presencia de la fe religiosa, por la bonita letra de una ideología soñada o las
quiméricas mentiras del gobernante de turno. El hombre que duda no encuentra
reparo en la esperanza, ya que la considera la evasión hacia un mundo de
ensueño, y contrastada con la realidad de siglos, es considerado un tipo de
absurdo.
Nos hemos abonado a las teorías de
la conspiración. En el escepticismo que nos movemos, nos cuesta dirimir la
realidad entre tanto charlatán o falso profeta. E internet, el gran movimiento
de las últimas décadas, nos pone en el aprieto de confundir ideales con enojo,
diversión, ocio o resentimiento. Estamos presenciando una sociedad del
conocimiento, pero la mezclamos peligrosamente con la sociedad para entretener.
Y aquel hombre feliz, el que no duda, el que no evoluciona, decidió que la
fuente del conocimiento y rigor histórico pase a ser la ficción de los relatos
que saturan la red y nuestras realidades. Camus manifestó en su momento un
profundo sentimiento de soledad; lo que no sabía que la soledad era esto de
hoy, donde el verdadero cimiento de nuestro ser ya no radica en el
conocimiento, sino en la ficción.
El hombre atormentado por sus dudas,
duda mucho más en este tiempo donde no existe el análisis autocrítico. Estamos
inmersos en una sociedad sin necesidad de rigor, tanto cultural como moral y
hasta informativo. Las crisis que tratan los medios periodísticos son cada vez
más breves, lo necesario para mantenernos poco entretenidos y creer de esta
manera, que es la forma de estar implicados. Pero con la acumulación de crisis
efímeras, lo único que se logra comprender es que, en realidad, estamos
inmersos en una crisis permanente. La oleada informativa continua, alentada por
veinticuatro horas de televisión o internet, que abruma a todo aquel que aún
intenta razonar la realidad. Pero el que razona, advierte, aunque nadie lo
quiere escuchar. Es más sencillo la actitud del hombre feliz, que ante la trascendencia
de una de las tantas actualizaciones mediáticas, solo atina a abrazarse a una
ira incoherente, casi caprichosa. Y para peor, sin contenido de razonamiento,
claramente manipulado por esa extraña dilación de razonar por la que gran parte
de las sociedades están empeñadas.
El hombre feliz solo quiere
encontrar información afín a su sentir. No está por la labor de escuchar otras
campanas, de conocer información imparcial, sesada. La verdad parece no
importar, solo interesa la propia verdad o la de su "tribu". Como
acampa la mentira y tiene cada vez más cobertura, es tan potente su efecto. La
soledad en la que habita el hombre que duda no alcanza para alertar sobre este
descarnado fin de la democracia participativa. El famoso pueblo suena
participativo e inclusivo, al filosofo se le ha denominado burgués o pasivo a
través de los demagogos de turno, que están convencidos que gritar es sinónimo
de debatir o discurrir. El respeto por la verdad ha sido reemplazado por lo
efímero de tantas mentiras.
Albert Camus ha sido un rebelde,
para lo cual recibió conocimientos tanto del marxismo, del nihilismo, del
existencialismo y del cristianismo. Esto le permitió decir con claridad que NO,
al mismo tiempo que en otros campos ha gritado un SI. Camus logró esa claridad
a través de una evolución que le permitió enfrentar los miedos que la condición
humana sufre desde el origen. La evolución del escritor argelino le ha
permitido perseguir una verdad que sabía que no se habría de alcanzar, pero sí
acercar a comprender la verdad de los otros, lo que lo convierte en un escritor
actual, en cualquier época que se encare su obra. La duda es quien se encara
con su obra, ya que la barbarie y la degradación vigente le va quitando a la
vida toda consideración racional.
El mundo, a pesar de su globalidad,
a la escasez de fronteras y a la cercanía que proponen las redes sociales,
parece encaminado a ser un espacio cada vez más cerrado en las relaciones
humanas, donde la eterna duda sobre el sentido de la existencia ya ni es
encarada, por una sociedad indolente y por un poder de turno que elige disponer
de la forma más abyecta de la vida de los pueblos o su memoria, reemplazando a
la realidad por la más marketinera de las ficciones, donde la imagen reina en
desmedro del pensamiento o palabra. El conocimiento histórico ha sido
reemplazado por el conocimiento del entretenimiento y el etnocentrismo de las
sociedades para interpretar el rigor histórico desde el único punto de vista de
la cultura propia y del momento.
Albert Camus consideró que el mundo
ha superado al hombre que piensa, encerrándole en la depresión de vivir en un
mundo absurdo, del que no quiere evadirse, pero reconoce la renuncia del
pensamiento por parte del hombre feliz y la resignación por hacer funcionar las
apariencias a través de imágenes y virtualidad. Recordar hoy a Albert Camus a ciento
tres años de su nacimiento es la manera de enarbolar la bandera del hombre
rebelde, con el propósito de que aunque sea estéril, logre sostener su vida
como si fuera un héroe, cuya máxima proeza sea respetar la verdad.
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