"Macondo es un estado de
ánimo".
Gabriel García Márquez
"Calor obsesivo, lluvias
torrenciales, viento, polvo y humedad agobiantes" así se presenta la
imaginaria Macondo en "La hojarasca". Esta primera novela de Gabriel
García Márquez, publicada en 1955, dejaba una efímera constancia del
"limbo" escogido por el autor colombiano para encerrar parte del
realismo mágico que habría de trascender del boom latinoamericano, fenómeno
literario que surgió entre los años 1960 y 1970. Macondo trascendió a
"Cien años de soledad", tal vez a Juan Rulfo, Alejo Carpentier,
Carlos Fuentes, José Donoso, Arturo Uslar Pietri, Augusto Roa Bastos u otros.
Todo escritor lleva dentro un mundo.
Algunos autores han trazado ciudades reales o imaginarias al momento de situar
sus obras. Vienen a la mente San Blas, de Augusto Monterroso; Comala y Rubina,
en la obra de Juan Rulfo; Yoknapatawpha, en Faulkner; Kingsbridge, de Ken
Follet; Wonderland, de Lewis Carroll; las ciudades invisibles, de Italo
Calviño; el planeta Tlön o los laberintos de Jorge Luis Borges -aunque Borges
no inventó lugares imaginarios, sino escenografías imaginarias -, Arkham, de H.
P. Lovecraft, o Santa María para Juan Carlos Onetti. Y Macondo, siempre
Macondo. Para muchos autores, una ciudad imaginaria permite expresar ideas que
no se materializarían en ciudades reales. Crear algo imaginario puede ayudar a
no desengañarnos, como con lo ya existente.
Lo real y lo imaginario dentro de
las fronteras de la literatura encontraron en Macondo el lugar ideal para
expresar la voz latinoamericana. García Márquez se basó en los cuentos de su
abuelo y en la convicción de haber sido un buen escucha de esas historias, e
hizo convincente el ideario americano. Se definió así al realismo mágico, y la definición
provino de Europa. Tal vez porque esa nueva voz literaria venía a decir algo
similar al nuevo mundo como utopía o paraíso descrita por los exploradores de
aquel siglo XVI, que explotaron en Cristóbal Colón. Además del descubridor de
América o la correspondencia bíblica de un nuevo evangelio, otros encontraron
en Cien años de soledad otro paralelismo, "El quijote americano",
esta vez entre selvas y montañas, como tan bien graficara Carlos Fuentes a
Julio Cortázar en una carta trascendida.
"Cuando recorremos Macondo en
su extensión espacial y a lo largo de sus cien años de vida, nos encontramos
con una ciudad a medio camino entre lo maravilloso y lo real, entre lo
cotidiano y lo imposible, hasta al fin adentrarnos en una realidad inventada, total y autónoma,
que no es otra cosa que un microcosmos de Latinoamérica", así comienza
Natali Mel Gowland su ensayo "Vivir para contarla, contar para
vivirla". Para Gabriel García
Márquez, "Macondo era un estado de ánimo", lo que nos permitiría
divagar que mas una ciudad, siempre ha sido un sentimiento. Por eso ha
perdurado, más allá de que el autor en sus últimos párrafos relata la
destrucción en forma de huracán apocalíptico de la ciudad, Macondo anida aún
hoy en cada esquina, en cada calle, en cada pueblo, en cada pequeña ciudad, en
cada alma. Sigue existiendo en el fiel idilio mental como el génesis.
Porque Macondo surgió de la nada, y
de la nada, es decir sin ejemplos ni esfuerzo, ni constancia, todos quieren que
perdure y se perfeccione. Todos idealizan ese territorio que surgió espontáneo,
la tierra prometida. Nadie es capaz de crear Macondo, es más fácil y práctico
inventarlo ideológicamente que construir finalmente una tierra que representa
en realidad, la insensatez de la vida. Es más práctico destruirlo que
cimentarlo. Macondo finalmente sucumbió por los mismos pecados que nos
postergan desde que somos especie oficial: sueños que se dejan atrapar por
equivocaciones. La civilización siempre se deja atrapar por la guerra, los
pecados, odio o miedo, la corrupción y los deseos más bajos motivados por la
pasión o el dominio. En un principio fue el paraíso, hasta que sus personajes
fundadores recordaron que siempre hubo otros mundos, y los incorporaron a sus
vidas, descomponiendo Macondo.
Macondo sigue siendo el pueblo que
representa a los olvidados de ayer, de hoy y de mañana. También simboliza a los
oprimidos de todas las épocas o a los que deben sobrevivir sin leyes o con las
leyes del ideólogo de turno. Macondo podría llamarse Latinoamérica, o mejor
dicho, el discurso de una Latinoamérica que de una manera u otra, no se llegara
a ver nunca. También podría llamarse Planeta tierra, porque si bien fue una
obra cumbre para la historia americana, ilusos, necios y egoístas hay en todo
el mundo. Por más que levitemos en el intento de vivir de una ilusión,
seguiremos siendo ilusos que se motivan a través de dogmas que solo son
trampas, solo son palabras que construyen permanentes callejones sin grandes
salidas.
Es que todos o casi todos, habremos
deseado que Macondo finalmente existiera más allá de las hojas de un excelente
libro, porque seguimos creyendo en hombres visionarios que no erren en su
cometido, que debería ser solo trascender en la búsqueda de progreso o
bienestar. Y poder dejar de estar solos, perdidos en esa soledad de tantos egoístas
que planean revoluciones para que terminen siendo solamente desfalcos. Macondo
siempre fue el sueño de los grandes eruditos de la ideología, pero se convirtió
en el imperio de los analfabetos que solo repiten palabras y palabras sin
llegar a ningún concepto que se corresponda con la realidad.
La palabra Macondo se puede leer en
cualquier rincón del mundo y la gente se sentirá reflejada. Macondo fue
concebida como un lugar donde se sufre, pero donde al mismo tiempo se podía
gozar de la vida. Para Gabriel García Márquez, Macondo no solo fue el recuerdo
de una palabra en algún viaje en tren, también fue el reflejo de una cultura
popular, una esencia, un mundo imaginario que siempre intentó reflejar la
realidad de lo pendiente, de lo posible, de lo que tendría que ser. Y de lo que
no pudo ser. Macondo se convirtió en la esencia de un boom literario, en el
reino del realismo mágico de más de cuarenta años, con una fuerza sin par, que
de tan poderosa hoy podemos confirmar que dos años y cuatro meses después de
que Gabo se marchó de este mundo, Macondo sigue y seguirá. Pero debemos
cuidarla, no hay que seguir mancillando su bello nombre.
"Los cien años de Macondo
sueñan, sueñan en el aire, y los años de Gabriel Trompetas, trompetas lo
anuncian", señala Oscar Chávez en la letra de su canción
"Macondo". Y nosotros los macondianos, sentados en el frente de
nuestras casas, tomamos la fresca mientras aguardamos que los tiempos difíciles
y oscuros, abran paso a la luz que sea finalmente claridad y no nuevo espejismo,
para continuar con la letra que dice: "Eres epopeya
del pueblo olvidado, forjado en cien años de amor esa
historia, eres epopeya de un
pueblo olvidado, me imagino y
vuelvo a vivir en mi memoria quemada al sol".
Quizás más de uno piense que esta
entrada es una crítica o un ataque a una esencia. No lo es, es un nostálgico
recuerdo de una palabra mágica que pierde parte de su encantamiento por la
malversación de contenidos que usan y usaron las políticas palabras o idearios sin
recursos que en vez de reivindicar, solo bastardean. Toda revolución ha terminado en una pesadilla del totalitarismo. Defendamos de una buena
vez el Macondo que es "el" cuento personal por excelencia. Hemos
leído más de una leyenda en la búsqueda de convertirlas en vehículos de
valores, en información de las culturas. Tratemos de una buena vez que
"Cien años de soledad" sea finalmente una excelente reflexión, sin
manejos ni oratoria de más, para que sea nuestra filosofía de vida...
"La memoria es individual. Nosotros estamos hechos, en buena parte, de nuestra memoria. Esa memoria está hecha, en buena parte, de olvido".
Jorge Luis Borges
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