“Nunca dejé de escribir, incluso en
los momentos más difíciles de mi vida. Escribo para mí y no para dejar algo detrás
mío, sino para aliviar mi sufrimiento”.
Gao Xingian
Escritor chino, Premio Nobel de
Literatura del año 2000.
La conexión a internet hoy te
permite acceder a casi toda información. En mi caso, me brinda un sinfín de
material para seleccionar mis lecturas y escritos. Es llamativo, por no decir
apasionante, el poder iniciar una lectura atractiva, para luego y a través del
buscador, encontrar mucho más material relacionado o derivado de ese leída
inicial. De esta manera, acudo con frecuencia a varios blogs de hechizante
contenido. En líneas generales, percibo de antemano lo que voy a encontrar en
esas bitácoras. La duda que hoy me genero, es saber que encuentran aquellos que
incursionan por este blog.
Lo que resulta sugestivo o
interesante para mí, puede mostrase intrascendente para otro. Todos aspiramos a
transmitir una creación atrayente, interesante y hasta imprescindible a la hora
de publicar nuestros trabajos. ¿Pero lo son? ¿Estamos dejando algún tipo de
huella? ¿Logramos movilizar a otro para que te lea, que concuerde, que
comparta, que cuestione? Contra todo argumento bloggero, no tengo en cuenta a
qué tipo de lector me comunico. Si me apuran, creo que aspiro encontrar a gente
como yo, con el riesgo de reconocer que uno hay uno solo, y suelo ser bastante
“bicho raro”. Y quizás mis frecuencias semanales no sean aguardadas por las
masas ni por mis seres más cercanos y queridos. ¿Importa? ¿Debo dejar de
publicar?
Según los consejos existentes en la
misma web para que un blog sea funcional, data de que los post partan de un
tema de interés. Es fundamental que el punto de vista que le demos a nuestro
contenido esté precedido por un “working title” o un buen titular que resuma la
idea y te centre a la hora de sentarte a escribir. En ese punto creo que me
esmero, asocio mis entradas con títulos o frases de canciones o películas que
encierran, sin que sea demasiado estudiado o complicado, la temática a encontrar.
Pero ustedes me podrán confiar si alguna vez ingresaron a mis post solo por el
encanto del titular. El post más visitado por la gente a lo largo de tres años
de deltreceenadelante lleva como título “El mejor amigo del buitre”. Es de
suponer que habrá motivado más de una confusión o desilusión ingresar y
encontrar la crónica de una visita a tierras de Huesca y observar en primera
fila como una asociación amiga de estos animales les da de comer a la especie,
cada quince días, al tiempo que canaliza sus esfuerzos en mantener vigente a
estas aves. Pero las casi quinientas personas que alguna vez linkearon la
entrada, seguramente aguardaron encontrar algún análisis político vinculado a los
fondos buitres y la profundización de la grieta existente en mi país de origen
sobre el pago o no de la deuda. Menuda desilusión, pero si alguno se permitió
seguir con la lectura y acceder a Santa Cilia de Panzano y observar el accionar
de la FAB (Asociación Fondo Amigos del Buitre), habrá valido la pena la
confusión de las “masas”. Al resto, perdón; la moraleja es que no se dejen
llevar por un título.
Por otro lado, está claro que
organizo la información para clarificar lo que voy a contar a través de una
estructura. Pero en este ítem, contradigo los consejos tecnológicos: los
contenidos deben ser, de tan precisos, muy pero muy concisos. Existe la
coincidencia de plantear en no excederse en la duración o extensión de cada
entrada. Los pocos pero fervientes lectores que atesoro ya han descubierto que
persisto en escribir hasta cinco carillas de Word para comunicar cualquier
contenido. Y les juro que hace poco más de un año decidí innovar y recortar
casi carilla y media por entrada. Lo peor es que creo que no se ha notado.
“Escribes bien pero muy largo” es el elogio más recibido. En mi peculiar locura
el que me digan que escribo largo puede ser el mejor de los elogios en estas
sociedades de síntesis cada vez más apretadas y mezquinas. Pero la duda persiste
en saber si escribo largo pero que reviste interés. Al día de hoy y con
doscientas treinta entradas, no tengo claro el veredicto. En todo caso, el que
se encuentre en esta misma línea tiene que saber que estoy iniciando la tercera
carilla.
Todas las entradas deben estar
acompañadas de fotos, vídeos o multimedia, según las convenciones. En mi caso,
son pocas las veces que me apoyo en material visual para complementar mis
escritos. Es “religión” abrir cada entrada con una foto trabajada por este
servidor, que reafirme lo expresado en el titular y que tenga coherencia con lo
que han de encontrar luego desarrolado. Por lo demás, no encontrarán fotos ni a
derecha ni izquierda del texto, ni podrán aligerar la lectura a través de algún
video de interés. Signo escrito y mucha palabra, quizás palabrería. Para
espantarle si aún no se ha alejado, el Word me anuncia que ya voy por 856
caracteres. Y convengamos que aún no he escrito nada interesante.
“Escribo para que me quieran más”,
se sinceró alguna vez el enorme escritor peruano Alfredo Bryce Echenique. Y
creo que es cierto. Escribo para comprobar si lo que leo lo he entendido, si lo
puedo expresar a otros, si los puedo interesar, si los puedo encantar como a
las serpientes. Este tiempo de escritura (los tres años del blog) me ha
permitido adentrarme en una enorme paradoja sin fin. Álvaro Pombo, otro grande
de la escritura hispánica, escribía para fijar la memoria como la mejor forma
de hacer surgir los recuerdos y las imágenes. Jaime Gil de Biedma al escribir,
erosionaba los cimientos del idioma de una manera que el idioma lo permitiera,
porque la finalidad es conseguir del idioma aún más idioma. Porque creo que si
abusamos del buen uso del idioma a riesgo de agobiarlo, estrujarlo o
fustigarlo, lo que se conseguirá a corto plazo es un nuevo resurgir, seguir
renaciendo, seguir combatiendo el pésimo uso que una mayoría se ha propuesto
utilizar. Por eso sigo escribiendo, porque es la manera de agradecer a Charles
Dickens, José Saramago, Gabriel García Márquez, George Orwell, Antonio Muñoz
Molina, Sandor Maraí o tantos otros que me arroparon con sus historias. Escribo
porque he leído y sigo leyendo. Escribo porque creo en la palabra. Escribo
porque necesito saber y cuestionarme. Escribo porque estoy loco por conocer, y
a la altura del delirio del Quijote y porque persisto en el afán de necesitar
que alguien me lea. Uff, que párrafo tan largo, habrá ahogado a los pocos que
hasta aquí llegaron.
La ficción es adictiva, no tiene
límites. Hoy se empeña la triste realidad en competir con la ficción, basta
escuchar las noticias o leer los periódicos para saber que Macondo se halla en
cada esquina, que “La fiesta del chivo” existe en cualquier república, que “La
caverna” de Saramago sigue siendo la cruel advertencia de nuestro descenso sin
rumbo. En sus “Proverbios y Cantares”, Antonio Machado nos ha advertido que “Yo
vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas”. Al momento de
recibir el Nobel de Literatura, allá por el año 2006, Orham Pamuk agradeció a
la Academia Sueca con un “escribo porque puede que así comprenda la razón por
la que estoy tan, tan enfadados con ustedes, con el mundo”. En ese mismo
discurso, conmueve con “Escribo porque me da miedo ser olvidado”.
Jorge Luis Borges escribió tantas
veces para desahogarse, según confesó. También recomendó escribir cuando
sintieran esa necesidad íntima de hacerlo y sin ese apresuramiento por
publicar. Por tantas frases como las aquí recogidas, se que escribo no tanto
para cumplir con cuatro entradas mensuales que nadie me exige, sino para sentir
ese increíble placer que las teclas del ordenador derrochan con ese paso
acelerado o acalorado. Me duele que quizás no me leas, pero me da placer
comprobar que aún así persisto en la palabra, en dejar una pequeña marca, una
huella dactilar que me condene a un placentero olvido eterno. Ustedes decidirán
si el titular fue sugestivo, si mantengo alguna habilidad con el photoshop a la hora de preparar la foto, si
vale la pena perderse en cinco carillas, si cada tanto me regalen un comentario
o crítica. Mientras tanto sigo escribiendo, porque aspiro a lo que confesaba
Antonio Tabucchi para justificar el amor a la escritura con un contundente:
“Porque estamos aquí, pero querríamos estar allí”…
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