Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las
más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al
cambio
Charles Darwin
Algunas
personas viven con la inconfundible sensación de estar privados de su privacidad,
de haber perdido el control de nuestra información personal. Otros, consideran
a salvo su mundo interior a pesar de estar todo el día conectados a un
teléfono, red social o aplicaciones. A unos pocos, no le interesa el tema, se
mantienen alejados de estos cambios tecnológicos con el consabido "a mí no
me importa". Pero es indudable que la circulación de datos, incluidos los
nuestros, nos están afectando profundamente.
Para
un sinfín de circunstancias somos terriblemente desconfiados, proclives a
aplicar un cerrojo sobre nuestra intimidad. Pero por otro lado, abrimos las
puertas dando el consentimiento a que nuestros datos sean parte de una enorme
base de datos, que "actualizamos todo el tiempo", ya sea porque nos
dan algún beneficio personal o económico, o porque nos distraemos al pensar que
lo que está en nuestro teléfono o en nuestra Pc o tablet, no saldrá nunca de
esas dispositivos.
Las
redes sociales suelen ser el ámbito por excelencia para el manifiesto. En los
últimos meses he visto en los muros de mis conocidos algunos copia y pega que
me parecían por demás curiosos, por enternecedores, digamos, para no despertar
recelos ni susceptibilidades. En el escrito se establecía una fecha de primeros
de este mes de julio, como el tope para expresar que no se autorizaba a
facebook o entidades asociadas para usar imágenes, información o publicaciones suyas,
tanto en el pasado o en el futuro. Se remarcaba que el contenido de ese perfil
es privado y confidencial, y un poco de más contenido sobre derechos o
prohibiciones para hacer el texto llamativo. Lo curioso es que la gente cree
que al pegar ese texto en su muro, está poniendo un límite determinante a la
red social. ¿Se imaginan a Mark Zuckerberg sintiendo el límite de un copia pega
en un muro para no utilizar contenidos que tan libremente subimos? ¿Creemos que
la privacidad funciona con un bando en tu perfil y listo el problema? Creo que
no somos conscientes de lo que está sucediendo con nuestras insignificantes
comunicaciones. Si queremos privacidad, la mejor y única opción sigue siendo la
de darnos de baja.
Una mañana de junio de 2013, un ex
analista de la NASA reveló que estábamos sujetos a una vigilancia masiva por
parte de la agencia estadounidense y sus aliados australianos, canadienses y
del Reino Unido. Ese analista es Edward Snowden. "Yo, sentado en mi
escritorio, podría pinchar el teléfono de cualquiera, desde ti o tu contable,
hasta un juez federal o incluso el presidente, si tuviera su email
personal". De esta manera confirmó la recogida masiva de metadatos de
comunicaciones electrónicas, además de todos los contenidos y la posibilidad de
acceder a cualquier comunicación en cualquier momento. El impacto de la mayor
filtración de información clasificada de la historia de los EEUU a través de
Wikileaks desató un escándalo político y económico. Pero las revelaciones de
Snowden dejaron bien en claro que aquel espacio de anonimato, libertad y
carente de fronteras con el que se concibió internet, había sido fácilmente
profanado.
Vivimos la era donde la cantidad de
teléfonos móviles han superado la cantidad de personas que habitan el planeta.
La investigadora americana Danah Boyd definió como nadie el momento:
"Estamos en una época en las que somos públicos por defecto y privados a
través del esfuerzo". La cantidad de datos que circulan a diario en la red,
las puertas que abrimos todo el tiempo para que nuestras aplicaciones brinden
mayor cantidad de datos vinculados a nuestro perfil, permite suponer que para
cumplir con la definición de Boyd, es necesario un esfuerzo increíble por
recuperar la privacidad. Y el primer paso sería el de reconocer que lo privado es
distinto de lo personal.
Privado siempre se definió a todo
aquello que deseábamos mantener en un ámbito más íntimo. Lo privado hasta antes
de la irrupción de las Tics (Tecnologías de la información y la comunicación) no
salía de nuestro entorno más cercano. Vicente Verdú, sociólogo y ensayista español,
define el "personismo" como la nueva revolución social de este siglo.
La palabra personismo fue un invento para definir "las relaciones entre
personas como degustaciones parciales y sin compromisos profundos". La
permanente producción de objetos permite la oportunidad de vivir más vidas,
centradas en el entretenimiento o distracción.
La red nos enlaza, pero no nos ata. Lo
que nos ata son las redes que toman nuestros datos. Nosotros tomamos lo que
queremos de este, a aquel no le dejamos ingresar en nuestro mundo virtual íntimo,
al otro espiamos, a alguno copiamos, con un grupo de amigos nos compartimos o
jugamos, y una minoría aporta al resto sus creaciones. A pesar de que la red se
adueña de nuestra base de dato más íntima, la relación que entablamos a través
de la web no es tan intensa como el principio que entablamos nosotros con la
red. No mantenemos una vinculación universal sino fragmentada y temporaria, de
tan temporaria a veces parece que frágil. Pero nuestros datos se quedan para
siempre en la red, en las bases de datos. De salto en salto, de aburrimiento o
apatía, encontramos una especie de opio de esta era. Con un poco de osadía, se
podría comparar con la cultura de las drogas en otras décadas del pasado siglo,
es decir una metáfora que nos lleve sin escalas al principio fundamental del
éxito al instante como una recompensa.
Cada tanto Twitter te hace el favor
de pedirte que reconozcas tu número de teléfono para comprobar que tu eres una
persona física y no un troll. Wassap ante el inicio de una comunicación te
asegura que ese chat estará seguro y cifrado de extremo a extremo. Si instalas
cualquier aplicación te pide sin miramientos todos los datos personales que
nosotros mismos sin miramientos daremos, porque sabemos que nos brindará una
gratificación, aunque la mayoría de las veces será insignificante. Si quieres
leer un periódico determinado, para manifestarte que lo podrás hacer de manera
gratuita, sólo te pedirá que asocies la página del periódico a una cuenta tuya,
sea de facebook o de gmail; y lo hacemos. Si nos detenemos y observamos, nos
daremos cuenta que a través de google, chrome, Android, gmail o google maps ya
no podemos detener nuestro rastro.
¿Cuánto conocen sobre nosotros? La
respuesta es muchísimo. Nos ofrecen publicidad segmentada que venden a
anunciantes con infalible precisión simplemente porque nosotros le hicimos el
trabajo de investigación gratuito a destajo, de nuestros gustos, actividades, aficiones,
rutinas, deseos o realidades. Para formar parte de esa fiesta universal y
multitudinaria, hemos dejado entrar a aquel que un principio no tenia
invitación, pero logró deslizarse sin hacer ruido: los productos de consumo. Y
sin darnos cuenta, asumimos que el consumo ya no significa darse un gusto, sino
lo que posiciona a las personas en la sociedad. Y en dicho posicionamiento,
muchos no defienden sus datos y señas en este campo minado de tráfico de datos.
La palabra privacidad tal como la
entendemos, mantuvo un significado en los últimos ciento cincuenta años. Una
manera de caracterizar lo privado, se centraba en una serie de normas, como por
ejemplo: El derecho a no ser molestado;
limitar el acceso que otros tienen a la información personal de uno; El secreto, o la opción
de ocultar información a otros; la intimidad o la privacidad para estimular un
crecimiento personal. Hoy, este decálogo ha cambiado, y privacidad solo la
recordamos cuando alguien nos invade o contradice, o la perdemos. Uno de mis
mejores amigos, de casi cincuenta años, accedió hace un par de meses al mundo
virtual de las redes sociales. En ese tiempo descubrió que estaban ideadas para
mentir, para desarrollar una personalidad paralela, en este caso interesante y
seductora. A través de un perfil, mantuvo la privacidad de su personalidad e
hizo público una identidad ficticia. Al momento de escribir estas líneas,
mantengo la polémica sobre quién ha entendido mejor el aprovechamiento de lo virtual,
de lo privativo, de lo seguro, lo convencional o de la identidad. Lo que no me
he animado a decirle que no es el medio ideal para mentir, es uno el que es el
ideal del mentiroso. Yo no concibo a la red como medio de falsear la realidad.
La revolución comunicativa no ha
hecho más que comenzar. Estamos perdiendo la perspectiva si los grandes
acontecimientos mundiales se viven en la realidad o se desarrollan a través de
las redes sociales. Este desarrollo está pensado por la mente de una persona
con casi medio siglo de experiencia. No está avanzado para niños o adolecentes,
quienes han nacido bajo esta época tecnológica y mucha de la interpretación que
de lo cotidiano puedan descifrar, lo hacen únicamente a través del paraguas de
las redes sociales. Para ellos, distinguir entre público y privado se convierte
en una realidad compleja. Es de esperar que ese concepto de compartir
información, de libertad de relacionarte aunque sea efímera, no se vea
defraudada por la eterna condición humana, de que al mismo tiempo que desarrolla
algo beneficioso, está gestando su lado más oscuro.
" Argüir
que no te importa el derecho a la privacidad porque no tienes nada que esconder
no es diferente a declarar que no te importa la libertad de expresión porque no
tienes nada que decir".
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