Todo el mundo quiere ser, nadie
quiere crecer.
Johan Wolfgang von Goethe
Seguramente se trata de una temática
que me interesa. Al menos en este blog, lo he tratado como mínimo en tres
ocasiones. A veces pienso que los seres humanos preferimos desenchufar nuestro
reloj biológico, sospecho que confundimos la etimología de la palabra
evolución. En un sistema competitivo e
inhumano, se adueñaron del concepto de evolucionar como un salto de calidad,
cuando la palabra representa el pasar de un estado a otro, a través de un
desarrollo o transformación. Partiendo de la manipulación del concepto original
de la palabra, se está optando por anclar el tiempo, repitiendo fórmulas,
sueños o excusas. Sin evolución, no hay nuevos contenidos. Si no crecemos, no
llegamos a ser nunca adultos. Y sospecho que la sociedad de hoy aborrece
convertirse en mayor de edad.
La capacidad de mejorar debería ser
el motor que regenere la humanidad. No me caracterizo por ser activista,
militante o movilizador. Soy más bien de los que se quedan en su casa, pero sin
esconderse. En mi tiempo libre, que hay veces que es escaso pero otras tantas
es inmenso, siempre estoy tras una nueva lectura, ya sea ficción o educativa,
donde me planteo razonar sobre nuevos contenidos. He cambiado de opinión en
tantas ocasiones y en otras mi percepción se mantiene inalterable. En ambas
circunstancias soy la misma persona, y no reniego de mi personalidad aunque
de ratos la cuestione. Me aferro a
tradiciones o costumbres, al mismo tiempo que una lectura o una visión me
permite moverme unos centímetros de mis rigideces para incorporar nuevas nociones.
Y así todo, suelo sentirme desdichado. El espectro es inmenso, la sabiduría es
inacabada.
De todo se aprende. Muchos hoy en
día me enseñan lo que no se debe hacer. De los errores anunciados del prójimo,
estamos a rebozar. Si hasta lo publicitan con orgullo en sus bitácoras o redes
sociales. La explosión de las tecnologías nos aproximan a un nuevo mundo, de
conocimiento y al mismo tiempo de ignorancia presumida. Un adelanto es un salto
pero también un estancamiento. De acceder a una red sin límites podemos
estancarnos en un límite personal bien estrecho. La tecnología es luminosa,
pero nuestra esencia está invadida de zonas oscuras. Vamos a trasmano del
relato histórico. Somos capaces de todo, ese eslogan nos acompaña hasta en el
momento que dudamos, que en realidad, no somos capaces de nada. Nos está
costando aprender del error de un hombre sabio. Parecemos destinados a sufrir
permanentemente el error del necio.
Y de niño, obedecía a rajatabla lo
que me dictaba un adulto. Pero en las fechas que corren, parece que el menor ha
comprendido nuestra esencia de fraudes. Y ha decidido quemar etapas, quiere ser
necio casi mismo de movida. No obedece y pasado el tiempo no parece ser eso lo
peor; lo peor es que no escucha,
literalmente no te mira, a no ser que le cuentes la historia que él quiere
escuchar en el momento que él quiere conectar. ¿Y el adulto que propone? Le
hace caso, al tiempo que sin darse cuenta opta por abandonarlo. Pero el
abandono no parece evidente, porque el adulto hoy trata al niño como si fuera
un juguete fascinante, como si fuera su permanente posesión. El adulto ha
escogido adorar a sus menores, sufren por esa fascinación, altera su equilibrio
anímico al vaivén del estado emocional de un ser que aún no ha desarrollado
cognitivamente. La infancia y adolescencia siguen siendo etapas donde el menor
necesita del mentor. Pero ambos han reestructurado el tácito acuerdo. Las dos
partes han estimado conveniente demorar eternamente el proceso de convertirse
en adultos, basta de evolución ya que el concepto no está nada claro, si no
hemos logrado regresar a la etimología de la palabra.
El adulto como imagen para la nueva
generación era síntoma de responsabilidad, sacrificio y autoridad. Las
decisiones corrían por cuenta exclusiva de los mayores. Hoy, aunque nos suene
increíble, se consensuan con el menor, y la palabra de este suele tener mayor
gravitación que la del crecido. Antes
ser adulto era tener autoridad, y con esto nadie deducía que no había error en
el accionar. La historia de la humanidad suele ser una secuencia permanente del
error. Pero en la autoridad estaba el rol. Se podía discutir si ser autoritario
pasaba por despótico o dialogante. Pero el adulto asumía su condición y decidía
en basa a su autoridad. Hoy no parece suceder. Si observamos los vaivenes
estructurales de la política, somos menores de orfanato. Si observamos roles de
padres, los niños están huérfanos de autoridad.
De la autoridad hemos encallado en
la obsolescencia. Somos seres obsoletos. La experiencia parece ser un fraude,
porque nos dejó varados en el camino, entonces optamos por no llegar a ser
adultos, no es redituable. Queremos esconder las canas, las arrugas, las
grasas, los dolores reumáticos y la infelicidad de la condición de mortales.
Compramos la misma ropa que el joven, buscamos la alquimia en lo artificial de
la cirugía, no somos constantes en la prolongación de relaciones. Mis padres
cumplen en breve cincuenta años de casados, parece una proeza ya que sabemos
que tantos años juntos esconden alegrías dentro del permanente avatar donde se
contempla conflictos y tristezas. Pero nos juramentamos que no debemos repetir
ese error, al menor contratiempo aceptamos que se terminó el amor, que no habrá
evolución hacia otros estados, donde quizás sea verdad que habrá momentos en la
pareja donde predomine la indiferencia. Pero eso suena incorrecto, no genuino.
Entonces declaramos en San Valentín nuestro amor eterno, y para Pascuas quizás
estemos consultando con apuro si avanza nuestra demanda de divorcio.
Quizás de menor conté con la
increíble ventaja de que los cambios sucedían en cámara lenta. Los cambios y
mejoras sociales, tecnológicos o culturales eran equilibrados. Esa cadencia
permitía demorar en comprobar que la experiencia tantas veces no era dicha. Como
el tiempo no era tan agobiante, se permitía uno compartir momentos con el
anciano, era síntoma de evolución escuchar la palabra patriarcada, porque ellos
habían vivido y nos podían asesorar sobre el futuro al interpretarnos el
pasado. Pero hoy la velocidad es obscena, y pedimos más obscenidad para
motivarnos. Entonces la experiencia es presente, el pasado esta caducado hace
minutos. Y la experiencia dejó de ser un grado, es una condena arcaica.
Comprender el pasado no te acerca al presente, hay que reinventarse de forma
urgente para seguir perteneciendo. El salto tecnológico, cultural y social nos
ha enfrentado con la condición de adultos, no son sinónimos actualizar con
vigencia. Lo vigente debe ser actualizado. Ser adulto ya no es deseable.
Perdemos entonces la definición de
jerarquía. Creemos que esa palabra desemboca en la excelencia de Messi para
ejecutar una falta directa. Mi padre y su generación deben observar asustados
nuestra condición de personas asustadas por estar aburridos, de ultramaduros en
inmadurez, de histéricos de cansancio mental, de estresados ni bien nos
despertamos en la mañana. Y los nativos digitales demuestran saber más que
nosotros de convivencia con tantos saltos. Y decidimos seguirles e imitarles.
Les pedimos al niño que sea nuestro faro, que nos conduzca, que no nos abandone
antes que la información actualice. La interfaz no está contemplada para el
adulto, el cambio no nos espera. El niño es el cable que nos puede permitir
seguir conectados. Y lo adoramos más entonces.
Obedecer está pasado de moda. Si das
una orden, te van a acusar de facho. Eso sí, no te asustes porque el que te
acuse no revisó la etimología de la palabra. También se han adueñado del
concepto, si total lo que revisamos en la Wikipedia se nos olvida a los minutos,
como la práctica de la tolerancia y la admiración ajena. Como estamos
sospechados de fachos, hemos abandonado a los menores, los dejamos solos. Pero
no tan solos, porque como tenemos miedo permanente nos acercamos más que antes
a ellos para pedirles protección, para que nos jueguen, para que nos asesoren
en el fantástico juego de creer eternamente, en que nos enseñen a no tener el
desarrollo cognitivo aclarado. La autoridad y el obedecer están de luto. Los
niños también aunque no se note, porque las convenciones ahora dicen que
debemos usar color activos, luminosos y frescos y diseños novedosos.
No hay que ser más padres, debemos
procurar ser eternamente amigos. A la menor sospecha que hemos desilusionado al
menor, hay que compensarlo con un juego o con un artefacto tecnológico. No
importa que no lo use, no importa que esté aburrido. Quizás sea bueno que el
niño acude al psicoanálisis más temprano. Es de esperar que ellos, aún antes de
cumplir los diez años nos puedan explicar de qué va eso de sentirse realizados.
Hemos perdido el dominio adulto, no comprendemos si evolución es dinero o
transformación. Ante la duda, si llegó hasta este renglón y no está enojado
conmigo por lo crudo que es mi regreso al blog, pídale al niño que le explique
lo que he querido decir y él lo derive hacia cualquier hipervínculo ya obsoleto
que refiera a esa extraña palabra: Autoridad.
"Cualquier persona que deje de
aprender es vieja, ya sea que eso suceda a los 20 o a los 80 años".
Harvey Ullman
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