He aprendido a no intentar convencer
a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de
colonización del otro.
José Saramago.
La corrupción no solo es de quien la
practica, sino también de quienes la permiten. La falta de apego a la ley
parece tenernos marcados, se ha distorsionado la lectura de lo que debe ser responsabilidad
cívica. Vivimos tan abrumados por la desidia propia y de nuestros estados, que
hemos reformulado el pacto social: Violar la ley será moneda corriente. Sólo
nos habremos de indignar cuándo el delito lo cometa alguien con el que no nos
sentimos implicados. Ideología y percepción - aceptación de la corrupción
parece ser el modus operandis para denigrar nuestro modus vivendi.
Es tan grave lo que nos ha sucedido,
que ya toleramos hasta lo más evidente. Aceptamos y justificamos este mal. "Roba
pero hace", "roba pero piensa en la gente", "todos
roban", "roba pero trabaja por los pobres", parecen ser
algoritmos del tipo costos - beneficios, por un lado económicos pero que al
mismo tiempo nos retrata moralmente. Y
nos confirma que hemos perdido la confianza en el sistema democrático y en las
instituciones. Nos han hartado, por ende vamos a jugar a este juego de la vida
de otra manera. Y buscaremos la empatía en formas que no deberían nunca lograr simpatía.
Al leer las opiniones de la gente,
confirmo que no es un problema de un país determinado. Pero lo que sí es
evidente, es que existen naciones más denigradas que otras. Apostar por el mal
menor, defender al astuto, listo o tramposo por el hecho de que se consigue una
escuela, bloques de edificios comunitarios, hospitales o caminos, no permite
razonar que ha sido elegido para eso, y que si no fuéramos tan miserablemente
conformistas, esas obras deberían multiplicarse por cuatro o cinco, sin
necesidad que se queden con parte del dinero público. Y no razonan que la
perpetuidad de la pobreza estructural tiene que ver mucho con nuestra actitud
miserable de consentimiento.
Peor es que nos hemos convertido en
abogados mediáticos de "nuestros" políticos. Hemos desarrollado el
argumento "el tuyo es peor" de una manera tan institucional que la
vergüenza ya no es considerada un sentimiento de pérdida de dignidad. Y es más
triste aún que creemos que todo se soluciona con un simple cambio de gobierno.
Somos tan, pero tan ilusos, que transitamos el camino de la ilusión al nuevo
hartazgo en el mismo momento que se ejecutan las primeras medidas de nuestros
"moralizadores" nuevos candidatos. Pero en esa transición nosotros
somos los mismos, quizás con un poco más o menos de alegría o tristeza. Es
decir, que ante una decisión ciudadana, seguiremos aparcando el coche en doble
fila, cruzaremos con luz roja, tiraremos la basura en el contenedor del vecino,
y persistiéremos en considerar efectiva toda negociación en la que le saque más
al otro, aún cuando no era necesario. Es decir, somos más de lo mismo, la
corrupción se hereda.
Y la gente que se suma a la política
por convicción, y sobre todo en los grandes partidos, al corto plazo revierte
ese impulso por la tentación del poder, de comprar voluntades por ese poder, de
perpetuar la inoperancia. Definimos dignidad, militancia o reivindicación con
la entrega de planes o subsidios. Definimos "hacer la vista gorda" al
mirar hacia otro costado ante el cambio de forma de vida de ese carismático
amante de los pobres y oprimidos. Esa aceptación de ese súbito enriquecimiento
y ostentación define muy bien como sigue la estructura social: en ámbitos más
bajos, aspiramos a ese salto, a esa condición, y de esa forma dañamos aún más
la estructura social y atentamos contra ese cambio cultural, que no habrá de
producirse.
Son afortunados los gobiernos que
encaran el inicio de su gestión con una buena coyuntura económica mundial. De
esta forma, tenemos garantizada la distracción ciudadana. Los reclamos o
recelos solo comienzan cuando nuestra situación económica se ha vuelto
delicada. Mientras tanto, los índices de popularidad permiten rienda suelta a
cualquier tipo de gestión y utilizan los errores o abusos de la gestión
anterior para utilizarlos en su provecho. El bolsillo suele medir el alcance de
nuestra convicción. Las grandes gestas que la ciudadanía creyó llevar a cabo,
solo se han dado cuando nos han tocado el bolsillo. Los libros de historia se
han llenado de arbitrariedades y falsedades. Es contradictorio saber que me
apasiona la utilización de las palabras en un mundo que se mueve a través de la
falsificación de las mismas.
Los votantes, simpatizantes o
afiliados, imagino que deben tener alguna responsabilidad en todas las
prácticas de corrupción. Teniendo en cuenta que los políticos acceden al cargo
por el voto popular, y luego acompañamos fervorosos las arengas desde balcones,
mensajes al pueblo o actos o mítines políticos, es extraño que nadie haga nada
por dejar de lado a una camada de políticos que se perpetúan en el sistema
durante toda su vida útil (usando la palabra como irónica) laboral y llevan
décadas sospechados de prácticas non sanas.
Quizás también estemos hartos de los
medios de información. La influencia que ejercen sobre la ciudadanía es
conocida, como también lo puede ser su intención de manipular o condicionar
gobiernos. Además el bombardeo informativo que se viene gestando en este siglo hace que la quimera de ese "mundo perfecto" que creíamos formar, se haga añicos luego de una nueva actualización de información. Se acumulan las noticias, algunas no se contrastan, pero gran parte de los hechos que se denuncian suelen ser ciertos, y los
simpatizantes o afines no suelen concebir esos escándalos como actividades delictivas o
corruptas. Relativizamos el escándalo si el político es de los nuestros. Y con
la irrupción de la web 2.0 donde todos somos generadores de información, lo
hicimos más evidente. Nos gritamos a la cara las miserias del otro, y
escondemos hasta el absurdo las miserias de los nuestros, que en definitiva
pueden ser la miserias nuestras.
Hace quince días el Valencia FC
perdió en el Camp Nou 7-0 la semifinal de ida de la Copa del Rey. Fue una
actuación decepcionante de una temporada decepcionante, donde la corrupción y
la manera de conducir el club no parece ser de las más cristalinas. Al regreso
de la delegación a la ciudad de Valencia, fueron recibidos por un numero
interesante de aficionados, que les recordó con gritos que intentaron ser
humillantes que con el sentir de una ciudad no se juega. Fue paradójico, no se
juega con el sentir de un club de futbol, pero la comunidad valenciana lleva
jugando con el sentir ciudadano desde más de dos décadas. Y no ha habido muchos
casos de manifestaciones similares de esa ciudadanía. Siguen votando corrupción.
Votamos corrupción desde que tengo
memoria, y seguiremos votando corrupción mientras la memoria me acompañe.
Cuando ya no lo haga - hablo de mi memoria - habrá otro u otros que se ahoguen en recordarlo. Pero es
la esencia del ser humano. Creo que tememos la transparencia y creo que
asumimos que el transparente se va a ahogar en el manejo de voluntades que representa
un estado. Entonces reconocemos que el pícaro sabe cuáles son los mecanismos
para convivir con el estado. Y nosotros estamos hartos de desilusionarnos con
el transparente que al tratar ejercer con manos limpias, se ahoga a la primera
en nuestro mecanismo perverso de corrupción.
Lo que es grave, si todo lo demás no
lo es, son las encendidas defensas que hacemos de "nuestros"
corruptos. Esta novedad que lleva un tiempo manifestándose en las redes
sociales o discusiones de entre casa nos pone contra una pared ética, ya
sabíamos nuestra desafección por lo político. Ahora debemos acostumbrarnos a
ver la inquina de muchos de nuestros conocidos hacia la supuesta defensa de la
moral y de los valores. Seguiremos defendiendo a "nuestros" corruptos
y solo acusaremos la corruptela ajena. Todo esto sin olvidarnos que tenemos
los políticos que nuestra sociedad ha producido.
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