A veces, pasamos años sin vivir en
absoluto, y de pronto toda nuestra vida
se concentra en un solo instante.
Oscar Wilde
La irrupción de las nuevas
tecnologías interactivas y redes sociales han modificado nuestro nivel de
exposición. Desde el vamos, la foto a utilizar para identificarnos, debe ser
una instantánea que nos favorezca o trasmita una sensación pletórica de
felicidad o satisfacción. La participación en dichas redes nos ha obligado a
convertirnos en centro de atención permanente. Por eso alternamos frases,
videos graciosos o emotivos, reflexiones sociales, discusiones políticas o
filosóficas, anuncios, memes y fotos, muchas fotos. La mayoría de ellas
personales. Ocio, vacaciones, veladas familiares y momentos con amigos nos
retratan habitualmente. A esto se ha sumado la foto tomada por la propia
persona, esa especie de autorretrato que se ha popularizado como selfie.
Por otro lado, me movilizó la
necesidad de escribir algo sobre literatura, fin habitual de este blog, hasta
que me empantané con temáticas tan densas como moral o buenas costumbres,
prácticas parece en desuso. Me propuse escribir una entrada donde mencionar
alguno de los autores consagrados u obras literarias de actualidad. Repasando
mis anteriores intervenciones sobre letras o escritores, compruebo que he
mencionado a varios de mis referentes o descubrimientos filológicos (el último
en diciembre pasado menciona a Saldman Rushdie) y me vino entonces a la mente,
Oscar Wilde, poeta y dramaturgo irlandés.
El acto de sacarnos fotos y
compartirlas en redes sociales con el propósito de recibir valoraciones optimas
sobre nuestra salud física o riqueza emocional, recordó una de las novelas más
comentadas de la historia, que fue publicada en 1890 por Wilde: El retrato de
Dorian Gray. Ciento veinticinco años después, la narración mantiene vigencia.
Ante la rapidez de los cambios que están condicionando las actitudes de
nuestras sociedades, se mantiene un hecho contundente: a pesar del crecimiento de la expectativa de
vida, el ser humano continúa envejeciendo. Y la idea de juventud eterna nos
sigue obsesionando.
La belleza y la juventud son claves
para abrir cualquier tipo de puertas al deleite. Sin estas dotes, a algunos le
significa no tener nada. Tenerlos e inevitablemente perderlos por la
contundencia del paso del tiempo, es casi tan cruel como la muerte misma.
Dorian Gray lo sabía, al observar la belleza eterna de su cuadro: "Si
ocurriera al contrario, si fuera yo siempre joven, y si este retrato
envejeciese ¡Por eso, por eso lo daría todo!¡Sí, no hay nada en el mundo que no
diera yo! ¡Por ello daría hasta mi alma!" Esa consigna es la perdición de
Gray que condiciona la novela: defender la juventud y belleza al precio que
sea.
La cultura de los selfies explotó en
los tres últimos años. Jóvenes y adolecentes comenzaron a tomarse fotografías
de sí mismos por sus propios medios, mostrando un determinado lugar, pose,
indumentaria o peinado. Este fenómeno debe su irrupción a las tecnologías
interactivas, especialmente móviles o smart phones, que le permiten al
individuo retratarse de manera fácil con un sólo click. Las redes sociales las
difundieron y permitieron la masiva imitación exponencial, y millones de
personas irrumpen en su muro público para dejar testimonio de los nuevos
retratos personales. En los selfies, el paisaje pasa a un segundo plano, pasa a
ser la constancia de que yo estoy allí, yo soy el centro de la atención. Los
selfies vendrían a ser los nuevos autorretratos de la modernidad.
En una sociedad donde se sospecha
que la vanidad y la frivolidad rinden permanente culto a la belleza y juventud,
los selfies se están haciendo cultura imprescindible a la misma altura que el
photoshop, botox, cirugía estética o tratamientos anti edad. La metáfora que
Oscar Wilde plantea en su novela refiere al precio que han de pagar nuestras
almas cuando perseguimos esa ilusión de eternidad obsesivamente. Y mantiene
siglo y cuarto después la duda si se puede crear una sociedad sobre la mentira
y la apariencia. El retrato de Dorian Grey retrataba la alta sociedad
victoriana del siglo XIX, pero como toda obra que trasciende, termina
adaptándose y rigiendo cualquier época, por lo que con dolor podemos presumir
que es un retrato de cualquier comunidad, sobre todo la mediática que se
empecina en sostenerse sobre una hipocresía que construye sociedades débiles y
mentirosas, o al menos que exageran la verdad: "... lo malo es que las
gentes están asustadas de sí mismas hoy día. Han olvidado el más elevado de
todos los deberes: el deber para sí mismo, son caritativas, naturalmente
alimentan al hambriento y visten al pordiosero. Pero dejan morirse a sus almas
y van desnudas", se deja leer en la novela.
La vigencia de la novela se debe a
su temática. Nadie está a salvo del pecado de la belleza, es la cualidad que
más privilegiamos entre las diversas cualidades que presenta el ser humano. Y
la sociedad moderna se lucra con la disyuntiva bello - feo. Y belleza -
inteligencia alguna vez se rozan. En la misma novela, el personaje de Lord
Henry Wottoon presenta parte de su pensamiento: "Mira a los hombres
exitosos en cualquiera de sus profesiones. ¡Son perfectamente horribles!, o
"La belleza es una de las más grandes acontecimientos del mundo, como la
luna del sol, o la primavera, o el reflejo en las aguas oscuras de esa concha
plateada que es la luna".
Oscar Wilde aborda como nadie de
aquella época de romanticismo tardío, la maldad espiritual y la fealdad física.
El retrato de Dorian es la consecuencia de esos pecados, cada crimen cometido
hará de la imagen del cuadro una imagen más grotesca, menos bella. Wilde encara
una encendida crítica a la moral cristiana, hipócritamente afirma que decimos
la verdad, cuando todo el rato mentimos y convertimos a una sociedad en
desprotegida, porque finalmente nos han hecho creer que la gente ha de decir la
verdad, solo por formar parte de una belleza espiritual. Nos condiciona tanto
la moral, que decimos todo el tiempo que decimos la verdad, aunque no sabemos
si conviene o no decirla. Wilde nos enseña al embaucador como alguien que
piensa por sí mismo, libre de influencias, donde su alma no está en peligro.
Son las famosas mentes calculadoras. El retrato de Dorian Gray es un delicioso
equilibrio entre ficción y pura realidad.
Oscar Wilde siempre se sintió
atraído por la juventud, influenciado quizás por el miedo a la vejez que decían
que su madre poseía. "Envejecer no es nada, lo terrible es seguir
sintiéndose joven", expresó Wilde. En aquel tiempo vender el alma al
diablo se relacionaba con el desenfreno y los placeres. Hoy, quizás, esté
vinculado al consumo. Ser joven o ejercer de joven aún en la etapa de adulto es
factible a nivel físico, médico o psicológico. Pero todo procedimiento bioquímico,
farmacológico, endocrinológico y fisiopatológico buscan por todos los caminos
hacer realidad la quimera del rejuvenecimiento o recuperación de la energía
perdida; pero la belleza física se termina deteriorando, tal como sucedía en el
retrato y al ritmo perverso de Dorian.
"Eterna juventud, pasión
infinita, sutiles y secretos placeres, violentas alegrías y pecados aún más
violentos; no quería prescindir de nada. El retrato cargaría con el peso de la
vergüenza; eso era todo", al pronunciar Dorian estas palabras su destino
quedaría sellado por culpa y gracia de la bajeza moral en la que se instala, sin
conciencia, raciocinio ni control, lo que nos hace tan humanos e imperfectos. Preparados
para alternar actos buenos y malos, nuestros secretos anidan en nuestro
interior guardados bajo llave que protege nuestro retrato más intimo. Oscar
Wilde lo tenía muy claro, tan claro que le costó en vida el escarnio público, y
de muerto, la hipócrita consideración eterna.
Desde 2013, se han publicado más de
un millón de selfies por año. Pasado el furor del autorretrato narcisista, el ser
humano ha aumentado la apuesta, toca el tiempo de las fotos de riesgo, los
selfies extremos, una imagen en lugar inhóspito y peligroso. El riesgo de la
mentira intima que metaforeando Wilde, le valió la dicha artística y la
desdicha personal, hoy ha quedado obsoleta. Ya no es necesario espiar a través
de la cerradura, la era del espectáculo de la intimidad permite que yo
trascienda a las redes sociales con un selfie que defina mi yo, y mi imagen se
complete con la mirada de los otros, y si es posible con un me gusta o
comentario elogioso que multiplique mi autoimagen y estima. Si logramos ese
registro completo, seremos tan eternos como esa belleza que Dorian que igualmente
degradó, no con el tiempo sino con sus acciones. Las selfies ya atraviesan
todas las edades, solo es necesario un dispositivo y conectividad...
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